Aún ella era un diminuto capullo cuando se conocieron
y él apenas un pequeño destello de luz en su vida.
Ella, nada para el mundo. Él, todo un mundo para él.
Amor naciente entre verde prado y pardas montañas
irrigando paisaje secano con el llanto de alegría.
Mundo mágico que les abría sus aúreas puertas,
dejándoles contemplar cada uno de sus tesoros
desde la entrada del utópico paraíso compartido.
El dulce capullo es ahora flor fragante y bella,
el cálido destello se volvió sol de cada mañana.
Disfrutaron ideas, sensaciones, sentimientos
sin poner límite a cada uno de sus sueños
que volaban sin descanso sobre aquel edén
construido de alegrías y caricias al atardecer.
De repente, todo se derrumbó frente a ellos
dejándoles observar desde la puerta la maravilla
perdida por la grieta que se abrió ante los dos
quedando su vida reducida a ruinas enamoradas.
Ahora la flor ve como sus pétalos caen al vacío
así como cristales que estallan ante sus ojos
rompiendo cada uno de sus sueños de amor eterno,
y el ocaso la va debilitando despacio, arrebatándola
todo el color y la fragancia que poseía en su interior
quedando yaciente sobre el suelo, apenas con vida.