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El Paraíso de Metal

Ha vuelto a ocurrir. Fue esta mañana, temprano.
Primero el cielo azul se llenó de masas informes de gris oscuro, masas que venían de muy lejos en el horizonte. Las vi venir, y también vi cómo cada vez eran más, hasta que el cielo dejó de ser tal y como yo solía conocerlo. Se convirtió en una de mis pesadillas. Negro. Así es como se volvió.
Por encima de los millones de blancos e impolutos rascacielos que se extendían hasta más allá de donde me alcanzaba la vista, la oscura mancha ocultó al Sol y su luz. Yo observé y vi, a través de mi ventana, que la vida se detuvo, como cada vez que pasaba. A la gente le gustaba dejarlo todo y esperar a que cayesen. No tardaron mucho; yo lo percibí, y al poco las gotas de lluvia se derramaron sobre la ciudad, chocando contra mi cristal, mojando el mundo entero. Todos sintieron entonces el agua refrescando sus rostros.
Mi abuelo se acercó, me besó en la mejilla con labios cálidos. Luego me puso una mano llena de huesos en el hombro. “Antes llovía constantemente”, me decía, “antes, cuando todo esto era otra cosa”, y señalaba al exterior. Y era verdad. Mi abuelo sabía mucho sobre la vida de antes. De joven había sido chófer de viajes en el tiempo, cuando los animales no hablaban ni existían los planetas de bolsillo.
(“Colecciona planetas de Zarándano, hazte un collar”, entonaba el anuncio. Todos los niños los tenían a montones, por que siempre estaban de moda. Yo tengo nueve, pero pronto conseguiré tres más; se los compraré a un amigo por tres días de vida. Es una buena oferta).
Mi padre se enfada cada vez que el abuelo me cuenta cosas de los viajes que hacía en el tiempo cuando era joven, pero él sigue hablándome cuando no nos oye nadie. Nadie excepto nuestro perro Joy-Roy, pero él es un buen amigo; no se chivaría.
Yo miraba hacia abajo por la ventana, encantada de ver cómo la lluvia caía hasta perderse entre los edificios. Verdaderamente, por más que lo intenté, jamás conseguí ver lo que algunos mayores llamaban “la superficie”. Decían que tan sólo podía distinguirse un poco su color cuando la niebla se disipaba, una vez cada veinte años.
Miraba hacia abajo, pero no hacia arriba. Me daba miedo.
La tormenta no duró todo el día, y ya a media mañana el cielo volvió a ser el mismo de siempre, así que le dije a mi abuelo que a mi muñeca se le había estropeado el carburador. Y me llevó a Dunston a comprar uno nuevo. (Seis meses de vida era el precio de un carburador RD-6000, pero a mi abuelo no le importó).
“¡Oigan, adquieran hoy su segunda piel a mitad de precio! ¡Venga, señoras, su segunda piel!”, gritaba un hombre desnudo en medio del gentío. Se quitaba la piel y se la volvía a poner delante de todo el mundo. Era una demostración. “Qué tiempos, estos”, murmuraba mi abuelo, “qué tiempos”, mientras me tapaba los ojos con una mano y pasábamos de largo. Había una mujer en el mercado que cantaba dentro de una burbuja irrompible de jabón. Era lo que les hacían a la gente mala, las metían allí, y ya nunca más podían salir. Pero les dejaban cantar, y la gente les echaba algunas horas de vida, las horas de vida que ya no querían para sí. “Libertad dorada, libertad robada”, era lo que cantaba. Mi abuelo decía que tenía una voz bonita, y yo le creí. Había algunos niños jugando en la plaza, y uno de ellos se había cortado un brazo sin querer. Lo observé cuando su mamá le regañó y le llevó de la oreja a la tienda de recambios. “Dos por el precio de uno, señora. ¿No lleva vida suelta? No se preocupe, yo se la extraigo. Venga, acerque la cabeza. Tranquila, que con las nuevas tecnologías cada vez duele menos. No tiene de qué preocuparse”, aseguraba el vendedor, mientras ella asentía recelosa con la cabeza.
Dunston se encontraba en el piso 8035 de mi rascacielos. Era una tienda de juguetes muy completa: tenían niños de metal para todos los gustos, y si comprabas por el valor de un año de vida te regalaban una lengua de pez original, o diez planetas de bolsillo, si lo preferías. Diez planetas de bolsillo era la mejor opción, desde mi punto de vista.
El hombre de Dunston era tan viejo –mucho más que mi abuelo– que siempre iba conectado a su corazón artificial, pero era muy simpático. Constantemente le enseñaba a mi abuelo las cosas nuevas que le habían traído.
“Hola, Leonora. Tu muñeca está muy estropeada ya, ¿estás segura de que no prefieres una nueva? A tu abuelo le saldría mucho más barata”, me dijo. Pero yo no quería una nueva, yo quería a mi Lessie-Lessie 6000. El abuelo estuvo de acuerdo. “Está bien, como prefieras. Pero tengo esta maravilla que se viste sola y que te hace masajes en los pies”, insistió. Yo negué con la cabeza rotundamente. Le di mi muñeca y me la arregló.
Durante la comida mamá y papá discutieron mucho sobre su relación amorosa desde que él se compró una aeromoto que le costó veinte años de vida y se había vuelto casi tan viejo como el abuelo. Y yo no quería escucharlo, así que le canté una nana a mi Lessie-Lessie. “No llores, mi niña, rosa de la Luna, que vendrá una estrella y te comerá”, le cantaba, mientras me terminaba todas las verduras y Joy-Roy me hacía cosquillas al chuparme los dedos de los pies. “Es una lástima que discutan tanto”, decía siempre mi abuelo. “Una verdadera lástima”.
Después de comer fui a sacar a Joy-Roy al parque de la planta 8007, que era un sitio muy bonito, y allí se juntaba con otros perros para charlar sobre asuntos de política mientras hacían pipí y cacas. Se habían hecho muy amigos, y yo les observaba desde el balancín antigravitatorio y escuchaba todo lo que decían. Curiosidad es lo que sentía. Significa que te interesas por asuntos ajenos y no sabes muy bien por qué. Una niña se acercó a donde yo estaba en mi columpio y me pidió que le dejara ver mi Lessie-Lessie y yo le dije que shhht, que estaba escuchando lo que decía mi perro, pero le dejé la muñeca para que se callara y me dejara en paz. Cuando acabó de jugar con ella me dijo que me la compraba, que podía darme un año de vida por que su papá era millonario y tenía una plantación de bebés, y yo pensé que con toda esa vida podría conseguir un montón de juguetes nuevos en Dunston y me regalarían diez planetas de bolsillo, lo cual estaba muy bien. Y le dije que vale, que dónde estaba la vida. “Ven conmigo”, me dijo. Y llamé a Joy-Roy, y fuimos.
Afuera del parque nos estaba esperando su chófer en un aerocoche blanco, finito y muy alargado que parecía un perro salchicha. “Robo-Limusina”, fue como ella lo llamó. Nos sentamos en la parte de atrás, y esto es lo que había allí dentro: montones de juguetes, gominolas, y aparatitos desconocidos para mí, tales como zapatos que tenían ruedas debajo o una caja con una pantalla en la que salían personas y cosas que yo no había visto nunca, cuando apretabas un botón. La niña me explicó que los había traído su papá de otra época de hacía muchos siglos, y yo le dije que mi abuelo había sido chófer de viajes en el tiempo cuando había sido joven, casi doscientos años atrás. Me dijo que eso no era nada, que su padre era más viejo que mi abuelo, puesto que era millonario y tenía muchísima vida, y yo me encogí de hombros por que en realidad me daba igual, pero no se lo dije.
Cruzamos la grande y blanca ciudad de metal, haciendo mil piruetas imposibles con la Robo-Limusina a través de los altos rascacielos en dirección a donde vivía la niña desconocida, y yo veía las nubes negras que aún se estaban marchando a lo lejos en el horizonte, por encima del mundo. “Oh, rosa de la Luna, no llores, en tu eterna soledad”, le cantaba a mi muñeca. Me pareció que estaba triste.
Entonces llegamos.
El lugar donde vivía era enorme y estaba arriba, en el cielo, muy por encima de la gran ciudad. Yo le pregunté a la niña que cómo podían vivir en un sitio así, que si no le daba miedo asomarse por la ventana y caerse al vacío y romperse una pierna o morirse, pero me contestó que nunca lo había pensado, y seguimos andando por el pasillo, yo con mi Lessie-Lessie bajo el brazo. En el pasillo habían puertas por todas partes: en las paredes, en el suelo, hasta en el techo, y yo lo miraba con curiosidad por que nunca había visto nada parecido, y al final llegamos a su habitación, que era el sitio donde he visto más juguetes en toda mi vida entera. Había tantos que no entendí una cosa: ¿Cómo es que teniendo tantos juguetes quiere comprarme mi Lessie-Lessie 6000?, y se lo dije. Me contestó que una vez tuvo una Lessie-Lessie 6000. Estaba jugando un buen día en el jardín de su casa con la muñeca cuando bajó del cielo un ángel dorado y muy hermoso, se la quitó de las manos y se marchó por donde había venido riendo de una manera que daba mucho miedo. Pero cuando fue a contárselo a su padre le dijo: “papá, un hombre con alas me ha quitado mi Lessie-Lessie”, a lo que él le dijo: “cariño, no tengo tiempo para eso, ¿no ves que estoy ocupado supervisando la siega de los bebés? Anda, ya te compraré otra muñeca, pero ahora estoy trabajando, cielo. Vaya, esos bebés están realmente tiernos, buen trabajo chicos”, y nunca le creyó realmente. La verdad es que a mí también me pareció un poco mentirosa. Luego dijo que una Lessie-Lessie 6000 era la mejor muñeca del mundo y que no la cambiaría ni por mil juguetes, y que por eso quería mi Lessie-Lessie.
Yo asentí con la cabeza. “¿Dónde está la vida?”, le dije. “Guau, guau”, dijo Joy-Roy, por que era un buen perro y sabía ponerse en su debido lugar, y ella se asustó un poco. Por fin sacó la vida; la guardaba en una cajita de alabastro bañada en metal blanco y brillante. Era vida de bebé recién recolectada de la plantación de su papá, según me explicó. “La vida de bebé es dulce como la miel, te deja la boca fresquísima. Ya verás, huele”, y me echó el aliento a la nariz para que lo oliera, y lo que decía era verdad. Por eso le di mi Lessie-Lessie 6000 y ella me dio la cajita llena de vida por el valor de un año. Había sido un buen trato, de eso estaba segura.
(La muñeca se puso a llorar y la niña le dio un beso en la frente. Y yo me di cuenta de que aunque la hubiera vendido siempre iba a ser mi Lessie-Lessie, “oh, rosa de la Luna, en tu eterna soledad”).
Quería irme a casa, y Joy-Roy también, a lo que ella contestó: “por favor, quedaos a tomar el té de las cuatro”, y nos pareció bien. De modo que nos quedamos pero no mucho tiempo, puesto que mis papás y el abuelo seguramente estaban preocupados. Nos sentamos en una sala gigantesca, cada uno en un extremo de la mesa que era súper alargada y que hacía que los demás pareciesen mucho más pequeñitos. Un gato mayordomo muy amable nos sirvió el té y nos lo tomamos. Y me fijé que el té tenía ranas diminutas flotando por encima, pero me lo tomé igualmente, porque estaba bastante bien de sabor.
Después de tomar el té quisimos marcharnos y la niña nos pidió que antes de eso nos quedáramos a jugar con ella un rato, porque aunque ahora tuviera una Lessie-Lessie 6000 siempre tenía que jugar sin otros niños y era bastante aburrido. Lo que tampoco nos pareció mal del todo, así que también nos quedamos a eso.
“Pero no mucho tiempo”, le dije, y asintió.
Nos dio una vuelta por toda la casa. En una habitación-acuario, unos delfines enormes jugaban a un juego de cartas interminable mientras fumaban puros sumergibles. Nos miraron al pasar, pero no dijeron nada. Ni un saludo. Salimos por detrás de la casa, cruzamos el inmenso campo de bebés, y finalmente llegamos a un cobertizo, donde había todo tipo de columpios antigravitatorios, que eran mis favoritos. Allí pasamos el resto de la tarde, mientras Joy-Roy y el gato mayordomo discutían sobre lo mal que está el mundo, con tantas guerras y tanto terrorismo subversivo. Joy-Roy opinaba que la núcleocracia era mucho mejor para el pueblo que el Comportamiento Impulsado RCS, pero el gato discrepaba, y yo pensaba: “qué más da, si no entiendo una palabra”. Y seguí feliz columpiándome hasta llegar al techo y más allá mientras cantaba mi canción favorita, “oh, que vendrá una estrella y te comerá”…
El cielo estaba oscureciendo, y las nubes de lluvia se encontraban ya prácticamente fuera de mi vista, así que me despedí de ellas por que nunca se sabe cuándo van a volver, y la niña hizo lo mismo que yo. Entonces se hizo la hora de irse.
Cuando volvíamos por el pasillo de camino a la salida, un montón de personas extrañas que tenían las cabezas de plutonio y que llevaban cosas como pistolas inteligentes, trajes singulares y muchísimos recambios de brazos y piernas cosidos a la espalda, entraron en la casa a toda prisa, como si estuvieran buscando algo o a alguien. Al pasar por nuestro lado empujaron a la niña y se puso a llorar, pero no me dio pena ni nada, y le dije a Joy-Roy que venga, que nos íbamos, que ya estaba cansada de ese estúpido lugar. Y él estaba de acuerdo conmigo.
Afuera nos esperaba la Robo-Limusina para llevarnos de vuelta a casa. Menos mal, por que yo no tenía ganas de tener que esperar a que pasara por allí alguna gaviota simpática. Nos subimos al aerocoche largo como un perro salchicha, y oí y vi con curiosidad que los hombres raros estaban sacando al padre de la niña y le hicieron subirse en una de sus aeromotos y, por cierto, lo llevaban atado por las manos con una cuerda de pompas de jabón irrompibles.
¡”Les juro que mi plantación de bebés es totalmente legal! ¿No me creen? Entonces prueben la vida de un bebé, ¡vamos! Totalmente gratis, se la regalo, ¿eh? ¿Qué me dicen? Vamos, por favor, no me encierren, tengo una niña pequeña a la que mimar y maleducar, y seis familias que mantener en distintas épocas”, imploraba el papá de la niña, pero los hombres –que yo no sabía si eran buenos o malos– no le hicieron ni caso.
La niña se quedó sola, cantándole a su Lessie-Lessie 6000 una nana que yo desconocía.
Entonces el gatito mayordomo se asomó por detrás de la niña y miró a mi perro con aires de superioridad, mientras sorbía una taza de té con mucho énfasis. Me acordé de las ranas diminutas y de repente me dio bastante asco, cosa que antes no me había pasado.
“Arranque”, dijo Joy-Roy al chófer. Y lo hizo.
Dejamos atrás la inmensa casa flotante a toda velocidad y deseé con todas mis fuerzas no volver nunca jamás a ese horrible sitio.
“Espero que hayan disfrutado de su estancia en la mansión del señor Flanaghan”, expresó una voz robótica desde el asiento del conductor. Ninguno de los dos dijimos nada. Miré a Joy-Roy. La verdad es que parecía bastante enfadado, pero no quise decirle nada, por que me imaginé que eran cosas entre perros y gatos y no me correspondía meterme en asuntos ajenos, aunque él fuera mi perro y yo tuviera esa curiosidad.
En casa mis papás habían estado muy preocupados toda la tarde y mi mamá tenía toda la cara y la nariz rojas e hinchadas, como si hubiera llorado mucho tiempo y se le hubieran salido todos los mocos y se hubiera irritado de tanto sonarse.
“No vuelvas a hacernos esto nunca”, me riñeron, pero yo sabía que no estaban enfadados conmigo de verdad, tan sólo asustados, eso era todo. Les prometí que no lo haría más, y me abrazaron, y el abuelo se puso su dentadura para soltarme una vez más lo mucho que me quería, aunque eso yo ya lo sabía sin que él me lo dijera.
Encontré a mi padre mucho más joven, así que supuse que habría devuelto la aeromoto, por que a mi madre también la noté mucho más feliz una vez que se calmaron los nervios. Me puse contenta por todo eso, y por estar en casa. Joy-Roy se entusiasmó por que nada más llegar le habían puesto un buen plato de jamón desnutrido e hirviendo, que era su comida favorita. No sé si volvió a pensar en el gato repipi.
Después de cenar me fui a mi habitación e intenté dormir, pero no pude. Afuera, a través de mi ventana, contemplaba la escasa luz de las estrellas marchitas y la densa niebla que subía del mundo subterráneo, convirtiendo la gran ciudad del blanco metal en una triste y borrosa caricatura de sí misma. Y allá en lo alto, muy por encima de la ciudad, podía distinguir la silueta del hogar de una niña desconocida que flotaba sobre el mundo entero. Como una diminuta rana del té.
Me pareció ver además la figura de un hombre alado que descendía a la mansión del señor Flanaghan y luego salía volando de allí con la misma rapidez, mientras un grito desgarrador se clavaba en mi mente, y deseé que tan sólo fuera fruto mi imaginación. “Oh, rosa de la Luna, no llores más, en tu eterna soledad, o vendrá la estrella del alba y te comerá”…
Me di la vuelta en la cama sujetando la cajita de alabastro entre mis brazos cálidos y tiernos y pensé en todos los juguetes que me iba a comprar en Dunston al día siguiente, y en los diez planetas de bolsillo de Zarándano que me iba a regalar el señor de la tienda…
“Oh, rosa de la Luna”…
Pronto me haré un bonito collar.

Ittai Manero, 9 de septiembre de 2006
Ittai12 de mayo de 2009

8 Comentarios

  • Voltereta

    Desde luego de lo que no cabe duda es de que tienes imaginaci?n, este relato me ha recordado a Alicia en el pais de las maravillas en una versi?n futurista de ciencia ficci?n, te sabes meter muy bien en los personajes, y creas mundos imaginarios muy consistentes.

    Otro buen relato.

    Un saludo.

    13/05/09 12:05

  • Ittai

    La verdad, Voltereta, no se en qu? estaba pensando cuando escrib? esto, supongo que simplemente me dej? llevar xD y mira, a veces salen cosas interesantes, o eso creo.
    Encantado de tener tu benepl?cito xD
    Un saludo, amigo :-)

    13/05/09 12:05

  • Abyssos

    Te habia visto desde hace dias y queria leerte, mas no habia tenido la oportunidad sino hasta ahora.

    He de felicitarte, tu estilo de narrativa es muy bueno, a lo menos este que me he leido, ya me leere los demas relatos que has publicado. Me tomare mi tiempo, lo merecen. Creas un universo alterno muy interesante... comparto opinion con Voltereta, igual me ha recordado a "Alicia en el pais de las maravillas" o a animaciones japonesas, de esas tan fantasticas y geniales como "El Viaje de Chihiro", por dar un solo ejemplo.

    Mis felicitaciones y un abrazo de bienvenida, algo tardio.

    Ya te seguire leyendo, amigo.

    Saludos cordiales.

    13/05/09 07:05

  • Ittai

    Creo que he he identificado un nuevo placer en la vida: descubrir que tengo un nuevo lector o lectora. Pero m?s placentero a?n me resulta que este o esta me deje un comentario en uno de mis escritos :-)
    Abyssos, much?simas gracias por leerme y comentar. Yo a?n no he tenido la oportunidad de leerte (hay tantos artistas y tan buenos por aqu?!) pero prometo hacerlo pronto.
    Un saludo ;-)

    13/05/09 09:05

  • Stochastic

    Vaya, s?mplemente impresionante, menudo derroche de imaginaci?n.
    La verdad es que me est?n encantando tus textos.
    Ma?ana tratar? de leer alguno m?s.
    Un !saludo

    20/05/09 10:05

  • Ittai

    Gracias, majo...
    Es curioso, pero este es uno de mis relatos favoritos, y sin embargo el que menos ha ca?do en gracia, creo...
    Bueno, cosas de la vida, supongo. Seguro que le ocurre lo mismo a m?s de un aspirante a escritor...
    Saludos, Stochastic :-)

    20/05/09 11:05

  • Harmunah

    Guau... derroche de imaginaci?n. Te llega y te sobra, Ittai. El relato se hace muy... como decirlo, las expresiones y el modo de narrar hacen que parezca hasta rutinario, nada sorprende a la ni?a, as? que no da la sensaci?n de estar en un mundo nuevo (como desde luego estamos). A m? me ha recordado, por la forma de narrar, a "El ni?o con el pijama de rayas", visto todo en la visi?n de una chiquilla de mirada inocente.

    Muy bueno, sin duda.

    Besos.

    24/05/09 11:05

  • Ittai

    Much?simas gracias, Harmunah. Tu amable cr?tica es un deleite para mis ojos...
    Gracias, gracias ("dijo con la cabeza gacha y la cara roja como un tomate") xD
    Un besote!

    25/05/09 12:05

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