Noche cerrada, estrellas ausentes. Frío. La tenue luz de los faroles golpea el cemento. Una tímida brisa recorre salas y andenes. Los durmientes crujen, asqueados de tanto polvo, de tantos años. Los rieles en un agudo lamento gimen, lloran. Un lejano sonido informe contamina el aire, los segundos corren, ruedan; como así rueda el acero sobre la espuma. La bocina truena, el germen de la revolución industrial se presenta estoico, rígido, de la misma forma en que el viejo capitán aguardaría el hundimiento del buque; se detiene.
Fantasmas asoman sus fauces, parece no existir rastro humano al mando del elefante gris. Nadie espera. Nadie aguarda con ansiedad las notas agudas del cansado silbato.
Un tiempo sin horas aliena esperanzas. Solo queda el sonido, repetido sonido, cobarde sonido de un tren sin hombres penetrando la nada.