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Garbage

El bloque de viviendas número 10B, construido en el marginal barrio del sur de la ciudad, necesitaba una limpieza urgente de sus patios de luces. En el mayor de ellos se acumulaban dos pisos de bolsas de basura, desechos de todo tipo e incluso carros de la compra del supermercado cercano. Las ratas, dueñas absolutas del lugar, no se contentaban ya con devorar las inmundicias; ahora penetraban en los pisos por las ventanas, ascendiendo sin dificultad por las paredes putrefactas, húmedas por el vapor que la basura compacta dejaba ir a todas horas. También las cucarachas rivalizaban en número con los roedores, penetrando en cualquier rendija para surgir de pronto como espectros por los desagües, extractores e incluso inodoros.
El alcalde Thomas Lauder se atrevió a visitar el barrio olvidado creyendo captar votos en territorio comanche. Acompañado por una brigada de limpieza, uniformados de pies a cabeza con monos amarillos y todo tipo de protecciones, guantes y máscaras, se plantaron frente al bloque número 10B con la intención de dejarlo como una patena.
Navaja Carl, el presidente de la comunidad de vecinos, un tipo que había pasado diez años entre rejas por atracos a mano armada y ahora se ganaba la vida buscando chatarra, saludó al alcalde efusivamente; le recordó que había sido él quien le había puesto al corriente, a través de una carta, del lamentable estado de limpieza del edificio.
Lauder esbozó una sonrisa impostada.
—No se preocupe, estos hombres en veinticuatro horas lo dejarán todo impoluto. Pero usted debe comprometerse, en su nombre y en el de los vecinos a los que representa, que se harán cargo del mantenimiento de los patios de luces y jamás dejarán que se acumule tal cantidad de porquería.
—Se lo juro, señor alcalde, no volverá a ocurrir. No crea que nos gusta vivir entre la mierda, aquí entre uno y otro, pues la cosa ha ido degenerando y…
Lauder ya no escuchaba al pobre desgraciado; ordenó a la brigada de limpieza empezar su trabajo y se retiró al interior de su vehículo, un flamante Mercedes a cuyo volante estaba su guardaespaldas, un tipo que infundía temor solo verle.
Carl guió a los hombres de la brigada por los pasillos estrechos y oscuros del edificio, iluminados por bombillas desnudas que colgaban del techo agrietado. Subieron por unas escaleras húmedas, muy resbaladizas y repletas de mugre hasta llegar a la segunda planta. Se acercaron a una ventana, medio tapiada por la basura; desde ahí se podía acceder al patio de luces principal.
—Si quieren pueden empezar por aquí, pero les advierto que cuando abran la ventana les caerá encima de todo.
—Usted déjenos a nosotros y retírese.
—Como ordene.
Nada más abrir la ventana cayeron media docena de enormes bolsas de basura reventadas, dejando ver sus intestinos repletos de restos de alimento putrefacto. Aparecieron las primeras ratas, un centenar de cucarachas y gusanos blanquecinos muy parecidos a las babosas.
Los hombres de la brigada se pusieron manos a la obra. Ascendieron por la montaña de porquería hasta formar una cadena, con la intención de ir retirando los desechos. Sin embargo, al poco de iniciar el trabajo, cuatro de ellos desaparecieron engullidos por la inmundicia.
Carl y los dos únicos componentes de la brigada que permanecían cerca de la ventana no pudieron evitar lanzar un sonoro grito de terror.
Mientras, Lauder había dejado de leer el periódico. Se aburría mortalmente. Pensó que quizás sería mejor regresar a su despacho y olvidarse del maldito barrio. De pronto vio aparecer, de las oscuras fauces del bloque, al presidente de la comunidad de vecinos con la cara desencajada, lanzando unos alaridos que no tardaron en provocar el pánico alrededor del edificio.
— ¡Han desaparecido, la porquería se los ha tragado!
Lauder salió del coche y zarandeó a Carl, preguntándole una y otra vez qué demonios había sucedido.
— ¡La mierda los ha devorado, deben estar muertos!
— ¡Llévame hacia ese lugar, vamos! Y tú —gritó a su guardaespaldas—, ni se te ocurra salir del coche, la purria de este barrio está deseando desvalijarlo.
Carl guió a Lauder por los pasillos hasta la ventana que daba al patio de luces. No había ni rastro de la brigada de la limpieza. Al parecer, los dos compañeros que en un primer momento lograron salvarse ya habían corrido la misma suerte por querer ir al rescate.
Lauder se encaramó a la ventana, sujeto por las temblorosas manos de Carl.
—Tenga cuidado, alcalde, mire donde pisa…
Antes de que Lauder pudiera reaccionar, su pie reventó una bolsa de basura y de su interior surgieron una cantidad tal de cucarachas que en unos segundos su cuerpo ya era pasto de los insectos. Carl le soltó, horrorizado, retrocediendo lentamente hasta vomitar la última gota de bilis. Cuando por fin pudo sobreponerse, contempló estupefacto que toda la masa que formaban las basuras, las ratas, los insectos, toda aquella amalgama compacta y pútrida crecía, se expandía. Poco a poco pero de manera inexorable, los desechos fueron apoderándose de todo el edificio, invadiendo los pasillos, ascendiendo hasta alcanzar los pisos más altos.
El bloque de viviendas número 10B no tardó en reventar y la masa de detritus y pestilencia invadió los edificios colindantes, creciendo cada vez más. Pronto toda la ciudad quedó sumida en el caos y en una inmensa neblina producto de los gases putrefactos. Suerte tuvieron los que pudieron huir a tiempo.


Hoy la basura sigue invadiendo la ciudad y pronto alcanzará los lujosos barrios del norte, pues no respeta ni los gustos más refinados. Utilizando las ratas y las cucarachas como avanzadilla, la masa mortífera crece cada vez más y nadie ni nada es capaz de detenerla.
Y yo, contemplando el horror desde las montañas que rodean la ciudad, me pregunto cuánto tiempo tardará en llegar hasta aquí. Me pregunto cuánto tiempo tardará en cubrir toda la comarca, toda la provincia, todo el país, todo el continente, todo el mundo de mierda.
Jballester30 de septiembre de 2015

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