El sol clava sus rayos en la espuma. El cielo arropa con sus nubes al mar, ya muerto. Las rocas mantienen alta su defensa ante los inagotables ataques del aire y de la marea. El perpetuo oleaje, decidido a derribar las murallas de arena, granito a granito. Mientras, la sal y el salitre mantienen una tregua en mis labios y mi piel. Ah, y los sonidos, viejos estrategas, como saben crear la ilusión de victoria con sus gaviotas, sus olas, su viento y su silencio. Maldita sea, creo que he muerto.