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La Otra Entrega

Su cabeza estaba media metida en la habitación, mientras se aferraba a la puerta con una mano. Marisol y Mario se vieron entre sí, como diciéndose algo con los ojos. Isabel los miraba muy calculadoramente, esperando que se decidieran, pero no pudo esperar y tomo el cuadro médico que tenía colgado a un costado de la puerta Marisol.
Salió de la habitación, dirigiéndose hacia la primera puerta que encontró, al mismo lado del cuarto donde dejó a su asistente y a la enfermera. Los dos salieron disparados de la habitación, como si los escupiera, con paso acelerado para alcanzar a su jefa. Mario le dijo:
— ¿Esta segura que quiere verlos?
Ella lo vio fijamente y no hay palabras que se expresaran mejor en ese momento para dar su respuesta. Marisol vio al joven y este, con gesto de afirmación abrió sus manos, se encogió de hombros, levantó sus cejas e inclinó su cabeza a un lado, dando a entender que era incapaz de detenerla.
Se paró frente a la puerta y preguntó a Marisol quien era el ocupante de esa habitación mientras chequeaba las páginas.
— Es un niño, tiene como siete u ocho años, no lo sé, su cuadro llegó incompleto, sin nombre, sin dirección, sin ningún dato más que su enfermedad.
— Y ¿qué tiene? —preguntó la Doctora.
— Autismo —respondió la enfermera.
— ¿Y quien lo trajo?
— La Doctora Márquez que no dijo nada de él cuando lo trajo, es más, era muy esquiva si se tocaba este tema.
— Es cierto. Yo le pregunte un día por el niño, usted sabe como su asistente debía estar preparado para cualquier inconveniente que se presentará, y no me dijo nada se puso bien a la defensiva, me contestaba rápido y cortante, así que entendí que no quería hablar de eso. Lo intente otro día, uno de esos cuando traía pan de dulce al niño —dijo Mario dirigiéndose a la enfermera— y que venía de un humor estupendo, pero ese día solo me dijo que no quería hablar en ese momento, que me contestaría otro día. Esperé que su buen humor regresará pero todavía lo estoy esperando, y aun si regresara, ya no tengo porque preguntarle.
Entregó el cuadro a su asistente y abrió la puerta, muy lento. Mientras esta cedía, dijo un muy bajo hola y esperó la respuesta, pero esta no llegó.
Marisol puso una mano sobre su hombro y con voz baja le dijo:
— No le hable fuerte y no lo mire a los ojos, eso lo pone nervioso y para tranquilizarlo tengo que inyectarlo, y eso lo pone aún más nervioso.
La Doctora asentó con la cabeza, diciéndole que había comprendido las indicaciones de la enfermera, después de todo, ella era la experta con esos pacientes.
Asomó solo su cabeza, hasta sacar su nuca, para ver dentro del cuarto. Lo primero que estaba a la vista era la cama al costado derecho, ordenada, como si lo hubieran hecho hace solo un momento. Luego, entró completamente, dejando la puerta abierta para que sus acompañantes entraran con ella.
Vio a un niño, efectivamente como lo dijo la enfermera de unos siete años, sentado en el suelo con sus piernas cruzadas como un oriental, viendo a la pared, meciéndose hacia delante y hacia atrás, con sus pulgares sueltos de sus puños y estos puestos en su sien, uno por cada lado y al unísono con sus contoneos sus dedos rotaban en los costados de su cabeza, hacia delante su mano izquierda dejaba sus dedos hacia arriba y hacia atrás su mano derecha tomaba la misma posición, mientras tarareaba una melodía.
No dejo de sentirse mal por lo que vio. Pensó que un niño de su edad debería estar jugando o con este tiempo viendo la televisión o en la escuela, haciendo cualquier cosa, menos en ese estado deplorable en que el niño se encontraba
Josermac14 de julio de 2008

1 Comentarios

  • Mejorana

    El relato es muy interesante.
    Un abrazo amigo.

    14/07/08 03:07

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