Cartas de Esperanza
02 de noviembre de 2008
por juande
Le ha escrito cartas a su
padre desde que se marchó, su familia no ha sabido nada de él, desde
aquel frío día del 18 de Junio de 1916, en el que desapareció sin dejar
rastros. Lo buscaron por varias semanas sin resultado alguno, hasta que
finalmente tuvieron que continuar con sus vidas. Es apenas un niño de
doce años; Luís, ha crecido con las esperanzas de reencontrarse con su
padre. Vive junto a su madre Elena, y sus abuelos maternos Dionisio y
Marta en un humilde hogar de un modesto pueblo costero. No son
poseedores de muchos recursos pero sí los suficientes para cubrir las
necesidades básicas, menos la grave enfermedad de su abuelo, que debe
convivir con ella y lo está matando de a poco. Dionisio siempre afirmaba
que sólo quería morir tranquilo en su casa y vivir el resto de sus días
plácidamente en sus tierras, Marta cuidaba de él con mucha dedicación y
amor, al pobre viejo desgastado, de piel seca que apenas le cubría los
nervios e ínfimos músculos, y su decaída pero apacible mirada que le
sonreía a la vida. Esa mañana amaneció adolorido. Con molestias
repartidas por todo el cuerpo, se revolvió en su cama y se quejó con un
tenue suspiro, tenía los huesos débiles, el sol recién se asomaba,
solamente quería dormir un poco más pero no pudo. Se levantó para
prepararse un café, desafortunadamente se encontró con un tarro vacío
humedecido con restos de café pegados a las orillas, tan poco que no
alcanzaba para llenar una cucharadita, al rato su mujer se levantó y le
rogó que volviera a su cama. Bebió un té recostado mientras leía el
periódico de la semana pasada, sólo por diversión: - Que frío está el
día - le
comentó a su mujer en una de las pausas que
tomaba para respirar mientras bebía el té, - Sí - replicó ella.
Ellos siempre acostumbraban a ser los
primeros en levantarse, Elena dormía en la habitación vecina junto a su
hijo, que unas horas más adelante se levantó inspirado en escribirle una
nueva carta al padre.
El niño al medio día partió a comprar el
sello, había escrito la carta en el desayuno, tenía los centavos justos
para ir a la oficina de correos, el señor que lo atendía le tomó cariño
y siempre le ayudaba, Don Miguel.
Elena ya no tenía esperanzas
de que el padre del niño volviera, lo trataba de cretino, ya que
abandonó a su familia y a su hijo, sin saber ella alguna razón, pero no
quiso destruir los sueños del niño, que cada mes enviaba una carta.
Tanto así que inventó una dirección, la calle "Esperanza 186". Nunca
supo cómo controlar esa mentira piadosa para que su hijo se mantuviese
con ánimo, siempre lo discutía con sus padres que la sermoneaban por
estar haciéndole eso al pequeño Luís.
Don Miguel siempre con
una sonrisa sencilla de cariño, lo ayudó nuevamente, metió en el sobre
la carta, y le pegó el sello. -La calle Esperanza 186...- dijo al
susurro. No hemos recibido ni una sola carta proveniente de esa
dirección ¿Estás seguro que es la dirección correcta niño? - Claro que
sí - respondió él, muy seguro, un poco extrañado porque era la primera
vez que Don Miguel le hacía esa pregunta después de cinco años - Estoy
seguro de que mi padre ha leído cada una de mis cartas, pero teme
responderme para no preocuparme -.
La inocencia de Luís
conmovió a Don Miguel, que por fin entendía la situación en la que se
encontraba, pero no dijo nada, continuó con su trabajo y dejó la carta
lista para enviarse, esta vez no le cobró por el sello, se lo regaló.
Ocurrió que estas cartas según la madre no tenían destino
alguno, pero estuvieron llegando a alguna residencia durante cinco años,
Don Miguel no quiso quedarse de brazos cruzados y fue a hablar con
Elena. Lloviznó la gran parte del día, fue una tarde triste y gris. El
niño fue a caminar para despejarse y sentir esas tibias brisas de mar
mientras pensaba. Soñó despierto con su padre sentado a la orilla del
mar por horas, pero en la tarde la lluvia arreció, la suave arena se
transformó en una especie de barro con algas lo que le obligó a
marcharse y se fue a la oficina de Don Miguel.
Don Miguel y
Elena sostuvieron una larga conversación en la cocina-comedor, mientras
se tomaban algo, discutiendo sobre Luís - Una vez leí sus cartas y
realmente son conmovedoras - Afirmó Miguel, lo que desató el llanto de
Elena y explicó sollozando:
- Cuando su padre se fue, inventé
que se había ido porque tenía que trabajar y que volvería. Y la
dirección a la que ha estado escribiendo porque fue lo primero que se me
ocurrió, el día en que se fue 18 y el mes 6: Junio. No creo que su padre
vuelva, y no quiero destruir sus esperanzas... Le juro, ya no sé qué
hacer. Le puse la calle Esperanza por mi hijo, que ha crecido con una
dicha insospechada, vive mejor no sé por qué -
- Es por la
esperanza señora... algo que no estaría nada de mal para la gente de
esta sociedad - Comentó. - De todas formas, si esa calle y el número
existiesen, sería una coincidencia muy hermosa, porque al menos alguien
leería las cartas de Luís ¿Cree en el destino señora? -
No
alcanzó a responder cuando alguien llamó a la puerta con tres rápidos
golpes, era un misterioso señor, de pelo cano, vestido de negro, con
pequeños lentes ajustados en la punta de su nariz, un sombrero de copa y
llevaba un paraguas.
- ¿Discúlpeme, se encuentra aquí el señor
Miguel Ramírez? - Preguntó caballerosamente a Elena, - Sí - Respondió él
desde lejos, adelantándose a ella, mientras se levantaba de la mesa
apresurado.
Este señor le pidió que lo acompañe a la oficina de
correos, porque necesitaba hablar con él y le ofreció espacio dentro de
su paraguas para marcharse bajo la lluvia. Miguel se despidió con un
fugaz "Adiós" que apenas logró escucharse cuando la puerta ya se había
cerrado de golpe.
Había faroles irradiando apenas una luz opaca
amarillenta que se desvanecía en la oscuridad. Perros y gatos husmeando
por algún lugar donde echarse. El sitio parecía estar tomando un aspecto
de pueblo fantasma. Miguel y el señor misterioso se fueron caminando
bajo la intensa lluvia, apenas cubiertos por el paraguas. Estaba
tormentoso, con mucho viento y frío. Llegaron empapados a la pequeña
oficina de Miguel, entraron por la puerta discutiendo pero no se
percataron que en una silla estaba ubicado el niño Luís detrás de un
mueble, con los hombros encogidos de frío.
- He venido aquí por
una larga historia, viví un tiempo en una residencial en una ciudad, y
me fui enterando de una historia de a poco, sobre unas cartas que
llegaban cada mes a ese lugar. Eran de un niño que le escribía a su
padre, anhelando su regreso. - Resulta que el dueño de la residencial
leyó todas las cartas y las guardó una por una en un baúl. Pasaron
varios años, hasta que yo me establecí un tiempo ahí. Me enteré y me
interesé en el tema, sentía que en algo yo estaba involucrado, hasta que
leí el apellido del niño y mi memoria se destapó, me acordé de todo. El
padre de este niño fue marinero mercante, yo trabajé junto a él hace
bastante tiempo, lo que pasa es que él no abandonó a su familia, lo
contrario, la salvó... - Luís no entendía nada, lo que le hizo ponerse
más atento aun.
Miguel y el señor se acomodaron, y continuaron
sentados - Me encontré con él hace cinco años, cuando se estaba
escapando, y digo escapando porque él presenció un terrible crimen, fue
considerado cómplice y lo estaban siguiendo, bajo fuertes amenazas, que
finalmente quisieron involucrar a su familia, pero desapareció tan
repentinamente que nadie supo nunca más de él ni de sus parientes. Teme
volver para proteger especialmente a su hijo, pero lo ama tanto que
piensa todos los días en él. Recién hace unas semanas todo cuadró. Leí
las cartas, revisé de donde provenía y consulté con el dueño, que guardó
esas cartas por la esperanza de que el padre encuentre a su hijo. Ya que
esas cartas expresan mucho amor y esperanzas, por un padre, recordado y
querido. Te visito porque sé que en este pueblo se ubica este niño que
ando buscando, todo fue una historia muy larga y de lento proceso, de
muchas coincidencias. Me pregunto... ¿Por qué el niño escribía a esa
residencial? - Luís lloró de felicidad muy despacio, su alma le volvía
al cuerpo después de cinco años de incertidumbre. Se enteraba al fin de
que su padre seguía vivo.
Miguel se sorprendió tanto que rió: - ¡No puede ser, es
una historia increíble, no querrás escuchar mi parte, ni tampoco por qué
el niño escribía a "186 Esperanza"! -
- ¿Conoces al niño del
cual hablo? - Preguntó ansioso. Antes de que Miguel respondiera, Luís
salió de su escondite llorando de felicidad exclamando - ¡Yo soy, yo soy
el hijo, el que ha mandando todas esas cartas! - Al momento de abrazar
al señor.
Hablaron los tres igualmente impresionados y
contentos, sintiendo una extraña magia en sus corazones. - Yo sé donde
se encuentra tu padre y pienso llevarte - Dijo el señor.
Al
siguiente día Luís habló con su familia fascinado, todos se alegraron
enormemente, la visita al padre debía ser discreta, sólo Luís debía ir
esta vez, pero su familia comprendió, ya que Luís fue el único que
mantuvo sus esperanzas, en medio de una sociedad cruel y poco
comprensiva. Finalmente su perseverancia fue lo que hizo posible todo,
lo que realmente importó fue la bondad de algunos y la esperanza del
niño.
En una mañana soleada y fresca, después de la intensa
tormenta, Luís se fue bien vestido con una sonrisa en su rostro, junto
al señor misterioso, emprendiendo un hermoso viaje en tren, en busca de
su padre.
teme responderme para no preocuparme -.
La inocencia de Luís conmovió a Don Miguel, que por fin entendía
la situación en la que se encontraba, pero no dijo nada, continuó con su
trabajo y dejó la carta lista para enviarse, esta vez no le cobró por el
sello, se lo regaló.
Ocurrió que estas cartas según la madre
no tenían destino alguno, pero estuvieron llegando a alguna residencia
durante cinco años, Don Miguel no quiso quedarse de brazos cruzados y
fue a hablar con Elena. Lloviznó la gran parte del día, fue una tarde
triste y gris. El niño fue a caminar para despejarse y sentir esas
tibias brisas de mar mientras pensaba. Soñó despierto con su padre
sentado a la orilla del mar por horas, pero en la tarde la lluvia
arreció, la suave arena se transformó en una especie de barro con algas
lo que le obligó a marcharse y se fue a la oficina de Don Miguel.
Don Miguel y Elena sostuvieron una larga conversación en la
cocina-comedor, mientras se tomaban algo, discutiendo sobre Luís - Una
vez leí sus cartas y realmente son conmovedoras - Afirmó Miguel, lo que
desató el llanto de Elena y explicó sollozando:
- Cuando su
padre se fue, inventé que se había ido porque tenía que trabajar y que
volvería. Y la dirección a la que ha estado escribiendo porque fue lo
primero que se me ocurrió, el día en que se fue 18 y el mes 6: Junio. No
creo que su padre vuelva, y no quiero destruir sus esperanzas... Le
juro, ya no sé qué hacer. Le puse la calle Esperanza por mi hijo, que ha
crecido con una dicha insospechada, vive mejor no sé
Le ha escrito cartas a su padre desde que se marchó, su
familia no ha sabido nada de él, desde aquel frío día del 18 de Junio de
1916, en el que desapareció sin dejar rastros. Lo buscaron por varias
semanas sin resultado alguno, hasta que finalmente tuvieron que
continuar con sus vidas. Es apenas un niño de doce años; Luís, ha
crecido con las esperanzas de reencontrarse con su padre. Vive junto a
su madre Elena, y sus abuelos maternos Dionisio y Marta en un humilde
hogar de un modesto pueblo costero. No son poseedores de muchos recursos
pero sí los suficientes para cubrir las necesidades básicas, menos la
grave enfermedad de su abuelo, que debe convivir con ella y lo está
matando de a poco. Dionisio siempre afirmaba que sólo quería morir
tranquilo en su casa y vivir el resto de sus días plácidamente en sus
tierras, Marta cuidaba de él con mucha dedicación y amor, al pobre viejo
desgastado, de piel seca que apenas le cubría los nervios e ínfimos
músculos, y su decaída pero apacible mirada que le sonreía a la vida.
Esa mañana amaneció adolorido. Con molestias repartidas por todo el
cuerpo, se revolvió en su cama y se quejó con un tenue suspiro, tenía
los huesos débiles, el sol recién se asomaba, solamente quería dormir un
poco más pero no pudo. Se levantó para prepararse un café,
desafortunadamente se encontró con un tarro vacío humedecido con restos
de café pegados a las orillas, tan poco que no alcanzaba para llenar una
cucharadita, al rato su mujer se levantó y le rogó que volviera a su
cama. Bebió un té recostado mientras leía el periódico de la semana
pasada, sólo por diversión: - Que frío está el día - le comentó a su
mujer en una de las pausas que tomaba para respirar mientras bebía el
té, - Sí - replicó ella.
Ellos
siempre acostumbraban a ser los primeros en levantarse, Elena dormía en
la habitación vecina junto a su hijo, que unas horas más adelante se
levantó inspirado en escribirle una nueva carta al padre.
El
niño al medio día partió a comprar el sello, había escrito la carta en
el desayuno, tenía los centavos justos para ir a la oficina de correos,
el señor que lo atendía le tomó cariño y siempre le ayudaba, Don
Miguel.
Elena ya no tenía esperanzas de que el padre del niño
volviera, lo trataba de cretino, ya que abandonó a su familia y a su
hijo, sin saber ella alguna razón, pero no quiso destruir los sueños del
niño, que cada mes enviaba una carta. Tanto así que inventó una
dirección, la calle "Esperanza 186". Nunca supo cómo controlar esa
mentira piadosa para que su hijo se mantuviese con ánimo, siempre lo
discutía con sus padres que la sermoneaban por estar haciéndole eso al
pequeño Luís.
Don Miguel siempre con una sonrisa sencilla de
cariño, lo ayudó nuevamente, metió en el sobre la carta, y le pegó el
sello. -La calle Esperanza 186...- dijo al susurro. No hemos recibido ni
una sola carta proveniente de esa dirección ¿Estás seguro que es la
dirección correcta niño? - Claro que sí - respondió él, muy seguro, un
poco extrañado porque era la primera vez que Don Miguel le hacía esa
pregunta después de cinco años - Estoy seguro de que mi padre ha leído
cada una de mis cartas, pero teme responderme para no preocuparme -.
La inocencia de Luís conmovió a Don Miguel, que por fin entendía
la situación en la que se encontraba, pero no dijo nada, continuó con su
trabajo y dejó la carta lista para enviarse, esta vez no le cobró por el
sello, se lo regaló.
Ocurrió que estas cartas según la madre
no tenían destino alguno, pero estuvieron llegando a alguna residencia
durante cinco años, Don Miguel no quiso quedarse de brazos cruzados y
fue a hablar con Elena. Lloviznó la gran parte del día, fue una tarde
triste y gris. El niño fue a caminar para despejarse y sentir esas
tibias brisas de mar mientras pensaba. Soñó despierto con su padre
sentado a la orilla del mar por horas, pero en la tarde la lluvia
arreció, la suave arena se transformó en una especie de barro con algas
lo que le obligó a marcharse y se fue a la oficina de Don Miguel.
Don Miguel y Elena sostuvieron una larga conversación en la
cocina-comedor, mientras se tomaban algo, discutiendo sobre Luís - Una
vez leí sus cartas y realmente son conmovedoras - Afirmó Miguel, lo que
desató el llanto de Elena y explicó sollozando:
- Cuando su
padre se fue, inventé que se había ido porque tenía que trabajar y que
volvería. Y la dirección a la que ha estado escribiendo porque fue lo
primero que se me ocurrió, el día en que se fue 18 y el mes 6: Junio. No
creo que su padre vuelva, y no quiero destruir sus esperanzas... Le
juro, ya no sé qué hacer. Le puse la calle Esperanza por mi hijo, que ha
crecido con una dicha insospechada, vive mejor no sé por qué -
- Es por la esperanza señora... algo que no estaría nada de mal
para la gente de esta sociedad - Comentó. - De todas formas, si esa
calle y el número existiesen, sería una coincidencia muy hermosa, porque
al menos alguien leería las cartas de Luís ¿Cree en el destino señora?
-
No alcanzó a responder cuando alguien llamó a la puerta con
tres rápidos golpes, era un misterioso señor, de pelo cano, vestido de
negro, con pequeños lentes ajustados en la punta de su nariz, un
sombrero de copa y llevaba un paraguas.
- ¿Discúlpeme, se
encuentra aquí el señor Miguel Ramírez? - Preguntó caballerosamente a
Elena, - Sí - Respondió él desde lejos, adelantándose a ella, mientras
se levantaba de la mesa apresurado.
Este señor le pidió que lo
acompañe a la oficina de correos, porque necesitaba hablar con él y le
ofreció espacio dentro de su paraguas para marcharse bajo la lluvia.
Miguel se despidió con un fugaz "Adiós" que apenas logró escucharse
cuando la puerta ya se había cerrado de golpe.
Había faroles
irradiando apenas una luz opaca amarillenta que se desvanecía en la
oscuridad. Perros y gatos husmeando por algún lugar donde echarse. El
sitio parecía estar tomando un aspecto de pueblo fantasma. Miguel y el
señor misterioso se fueron caminando bajo la intensa lluvia, apenas
cubiertos por el paraguas. Estaba tormentoso, con mucho viento y frío.
Llegaron empapados a la pequeña oficina de Miguel, entraron por la
puerta discutiendo pero no se percataron que en una silla estaba ubicado
el niño Luís detrás de un mueble, con los hombros encogidos de frío.
- He venido aquí por una larga historia, viví un tiempo en una
residencial en una ciudad, y me fui enterando de una historia de a poco,
sobre unas cartas que llegaban cada mes a ese lugar. Eran de un niño que
le escribía a su padre, anhelando su regreso. - Resulta que el dueño
de la residencial leyó todas las cartas y las guardó una por una en un
baúl. Pasaron varios años, hasta que yo me establecí un tiempo ahí. Me
enteré y me interesé en el tema, sentía que en algo yo estaba
involucrado, hasta que leí el apellido del niño y mi memoria se destapó,
me acordé de todo. El padre de este niño fue marinero mercante, yo
trabajé junto a él hace bastante tiempo, lo que pasa es que él no
abandonó a su familia, lo contrario, la salvó... - Luís no entendía
nada, lo que le hizo ponerse más atento aun.
Miguel y el señor
se acomodaron, y continuaron sentados - Me encontré con él hace cinco
años, cuando se estaba escapando, y digo escapando porque él presenció
un terrible crimen, fue considerado cómplice y lo estaban siguiendo,
bajo fuertes amenazas, que finalmente quisieron involucrar a su familia,
pero desapareció tan repentinamente que nadie supo nunca más de él ni de
sus parientes. Teme volver para proteger especialmente a su hijo, pero
lo ama tanto que piensa todos los días en él. Recién hace unas semanas
todo cuadró. Leí las cartas, revisé de donde provenía y consulté con el
dueño, que guardó esas cartas por la esperanza de que el padre encuentre
a su hijo. Ya que esas cartas expresan mucho amor y esperanzas, por un
padre, recordado y querido. Te visito porque sé que en este pueblo se
ubica este niño que ando buscando, todo fue una historia muy larga y de
lento proceso, de muchas coincidencias. Me pregunto... ¿Por qué el niño
escribía a esa residencial? - Luís lloró de felicidad muy despacio, su
alma le volvía al cuerpo después de cinco años de incertidumbre. Se
enteraba al fin de que su padre seguía vivo.
Miguel se sorprendió tanto que rió: -
¡No puede ser, es una historia increíble, no querrás escuchar mi parte,
ni tampoco por qué el niño escribía a "186 Esperanza"! -
- ¿
Conoces al niño del cual hablo? - Preguntó ansioso. Antes de que Miguel
respondiera, Luís salió de su escondite llorando de felicidad exclamando
- ¡Yo soy, yo soy el hijo, el que ha mandando todas esas cartas! - Al
momento de abrazar al señor.
Hablaron los tres igualmente
impresionados y contentos, sintiendo una extraña magia en sus corazones.
- Yo sé donde se encuentra tu padre y pienso llevarte - Dijo el señor.
Al siguiente día Luís habló con su familia fascinado, todos se
alegraron enormemente, la visita al padre debía ser discreta, sólo Luís
debía ir esta vez, pero su familia comprendió, ya que Luís fue el único
que mantuvo sus esperanzas, en medio de una sociedad cruel y poco
comprensiva. Finalmente su perseverancia fue
Le ha escrito
cartas a su padre desde que se marchó, su familia no ha sabido nada de
él, desde aquel frío día del 18 de Junio de 1916, en el que desapareció
sin dejar rastros. Lo buscaron por varias semanas sin resultado alguno,
hasta que finalmente tuvieron que continuar con sus vidas. Es apenas un
niño de doce años; Luís, ha crecido con las esperanzas de reencontrarse
con su padre. Vive junto a su madre Elena, y sus abuelos maternos
Dionisio y Marta en un humilde hogar de un modesto pueblo costero. No
son poseedores de muchos recursos pero sí los suficientes para cubrir
las necesidades básicas, menos la grave enfermedad de su abuelo, que
debe convivir con ella y lo está matando de a poco. Dionisio siempre
afirmaba que sólo quería morir tranquilo en su casa y vivir el resto de
sus días plácidamente en sus tierras, Marta cuidaba de él con mucha
dedicación y amor, al pobre viejo desgastado, de piel seca que apenas le
cubría los nervios e ínfimos músculos, y su decaída pero apacible mirada
que le sonreía a la vida. Esa mañana amaneció adolorido. Con molestias
repartidas por todo el cuerpo, se revolvió en su cama y se quejó con un
tenue suspiro, tenía los huesos débiles, el sol recién se asomaba,
solamente quería dormir un poco más pero no pudo. Se levantó para
prepararse un café, desafortunadamente se encontró con un tarro vacío
humedecido con restos de café pegados a las orillas, tan poco que no
alcanzaba para llenar una cucharadita, al rato su mujer se levantó y le
rogó que volviera a su cama. Bebió un té recostado mientras leía el
periódico de la semana pasada, sólo por diversión: - Que frío está el
día - le comentó a su mujer en una de las pausas que tomaba para
respirar mientras bebía el té, - Sí - replicó ella.
Ellos siempre acostumbraban a ser los primeros en
levantarse, Elena dormía en la habitación vecina junto a su hijo, que
unas horas más adelante se levantó inspirado en escribirle una nueva
carta al padre.
El niño al medio día partió a comprar el
sello, había escrito la carta en el desayuno, tenía los centavos justos
para ir a la oficina de correos, el señor que lo atendía le tomó cariño
y siempre le ayudaba, Don Miguel.
Elena ya no tenía esperanzas
de que el padre del niño volviera, lo trataba de cretino, ya que
abandonó a su familia y a su hijo, sin saber ella alguna razón, pero no
quiso destruir los sueños del niño, que cada mes enviaba una carta.
Tanto así que inventó una dirección, la calle "Esperanza 186". Nunca
supo cómo controlar esa mentira piadosa para que su hijo se mantuviese
con ánimo, siempre lo discutía con sus padres que la sermoneaban por
estar haciéndole eso al pequeño Luís.
Don Miguel siempre con
una sonrisa sencilla de cariño, lo ayudó nuevamente, metió en el sobre
la carta, y le pegó el sello. -La calle Esperanza 186...- dijo al
susurro. No hemos recibido ni una sola carta proveniente de esa
dirección ¿Estás seguro que es la dirección correcta niño? - Claro que
sí - respondió él, muy seguro, un poco extrañado porque era la primera
vez que Don Miguel le hacía esa pregunta después de cinco años - Estoy
seguro de que mi padre ha leído cada una de mis cartas, pero teme
responderme para no preocuparme -.
La inocencia de Luís
conmovió a Don Miguel, que por fin entendía la situación en la que se
encontraba, pero no dijo nada, continuó con su trabajo y dejó la carta
lista para enviarse, esta vez no le cobró por el sello, se lo regaló.
Ocurrió que estas cartas según la madre no tenían destino
alguno, pero estuvieron llegando a alguna residencia durante cinco años,
Don Miguel no quiso quedarse de brazos cruzados y fue a hablar con
Elena. Lloviznó la gran parte del día, fue una tarde triste y gris. El
niño fue a caminar para despejarse y sentir esas tibias brisas de mar
mientras pensaba. Soñó despierto con su padre sentado a la orilla del
mar por horas, pero en la tarde la lluvia arreció, la suave arena se
transformó en una especie de barro con algas lo que le obligó a
marcharse y se fue a la oficina de Don Miguel.
Don Miguel y
Elena sostuvieron una larga conversación en la cocina-comedor, mientras
se tomaban algo, discutiendo sobre Luís - Una vez leí sus cartas y
realmente son conmovedoras - Afirmó Miguel, lo que desató el llanto de
Elena y explicó sollozando:
- Cuando su padre se fue, inventé
que se había ido porque tenía que trabajar y que volvería. Y la
dirección a la que ha estado escribiendo porque fue lo primero que se me
ocurrió, el día en que se fue 18 y el mes 6: Junio. No creo que su padre
vuelva, y no quiero destruir sus esperanzas... Le juro, ya no sé qué
hacer. Le puse la calle Esperanza por mi hijo, que ha crecido con una
dicha insospechada, vive mejor no sé por qué -
- Es por la
esperanza señora... algo que no estaría nada de mal para la gente de
esta sociedad - Comentó. - De todas formas, si esa calle y el número
existiesen, sería una coincidencia muy hermosa, porque al menos alguien
leería las cartas de Luís ¿Cree en el destino señora? -
No
alcanzó a responder cuando alguien llamó a la puerta con tres rápidos
golpes, era un misterioso señor, de pelo cano, vestido de negro, con
pequeños lentes ajustados en la punta de su nariz, un sombrero de copa y
llevaba un paraguas.
- ¿Discúlpeme, se encuentra aquí el señor
Miguel Ramírez? - Preguntó caballerosamente a Elena, - Sí - Respondió él
desde lejos, adelantándose a ella, mientras se levantaba de la mesa
apresurado.
Este señor le pidió que lo acompañe a la oficina de
correos, porque necesitaba hablar con él y le ofreció espacio dentro de
su paraguas para marcharse bajo la lluvia. Miguel se despidió con un
fugaz "Adiós" que apenas logró escucharse cuando la puerta ya se había
cerrado de golpe.
Había faroles irradiando apenas una luz opaca
amarillenta que se desvanecía en la oscuridad. Perros y gatos husmeando
por algún lugar donde echarse. El sitio parecía estar tomando un aspecto
de pueblo fantasma. Miguel y el señor misterioso se fueron caminando
bajo la intensa lluvia, apenas cubiertos por el paraguas. Estaba
tormentoso, con mucho viento y frío. Llegaron empapados a la pequeña
oficina de Miguel, entraron por la puerta discutiendo pero no se
percataron que en una silla estaba ubicado el niño Luís detrás de un
mueble, con los hombros encogidos de frío.
- He venido aquí por
una larga historia, viví un tiempo en una residencial en una ciudad, y
me fui enterando de una historia de a poco, sobre unas cartas que
llegaban cada mes a ese lugar. Eran de un niño que le escribía a su
padre, anhelando su regreso. - Resulta que el dueño de la residencial
leyó todas las cartas y las guardó una por una en un baúl. Pasaron
varios años, hasta que yo me establecí un tiempo ahí. Me enteré y me
interesé en el tema, sentía que en algo yo estaba involucrado, hasta que
leí el apellido del niño y mi memoria se destapó, me acordé de todo. El
padre de este niño fue marinero mercante, yo trabajé junto a él hace
bastante tiempo, lo que pasa es que él no abandonó a su familia, lo
contrario, la salvó... - Luís no entendía nada, lo que le hizo ponerse
más atento aun.
Miguel y el señor se acomodaron, y continuaron
sentados - Me encontré con él hace cinco años, cuando se estaba
escapando, y digo escapando porque él presenció un terrible crimen, fue
considerado cómplice y lo estaban siguiendo, bajo fuertes amenazas, que
finalmente quisieron involucrar a su familia, pero desapareció tan
repentinamente que nadie supo nunca más de él ni de sus parientes. Teme
volver para proteger especialmente a su hijo, pero lo ama tanto que
piensa todos los días en él. Recién hace unas semanas todo cuadró. Leí
las cartas, revisé de donde provenía y consulté con el dueño, que guardó
esas cartas por la esperanza de que el padre encuentre a su hijo. Ya que
esas cartas expresan mucho amor y esperanzas, por un padre, recordado y
querido. Te visito porque sé que en este pueblo se ubica este niño que
ando buscando, todo fue una historia muy larga y de lento proceso, de
muchas coincidencias. Me pregunto... ¿Por qué el niño escribía a esa
residencial? - Luís lloró de felicidad muy despacio, su alma le volvía
al cuerpo después de cinco años de incertidumbre. Se enteraba al fin de
que su padre seguía vivo.
Miguel se sorprendió tanto que rió: - ¡No puede ser, es
una historia increíble, no querrás escuchar mi parte, ni tampoco por qué
el niño escribía a "186 Esperanza"! -
- ¿Conoces al niño del
cual hablo? - Preguntó ansioso. Antes de que Miguel respondiera, Luís
salió de su escondite llorando de felicidad exclamando - ¡Yo soy, yo soy
el hijo, el que ha mandando todas esas cartas! - Al momento de abrazar
al señor.
Hablaron los tres igualmente impresionados y
contentos, sintiendo una extraña magia en sus corazones. - Yo sé donde
se encuentra tu padre y pienso llevarte - Dijo el señor.
Al
siguiente día Luís habló con su familia fascinado, todos se alegraron
enormemente, la visita al padre debía ser discreta, sólo Luís debía ir
esta vez, pero su familia comprendió, ya que Luís fue el único que
mantuvo sus esperanzas, en medio de una sociedad cruel y poco
comprensiva. Finalmente su perseverancia fue lo que hizo posible todo,
lo que realmente importó fue la bondad de algunos y la esperanza del
niño.
En una mañana soleada y fresca, después de la intensa
tormenta, Luís se fue bien vestido con una sonrisa en su rostro, junto
al señor misterioso, emprendiendo un hermoso viaje en tren, en busca de
su padre.
Aqui publico mi cuento.. espero que les
guste.. pero si quieren leerlo de una forma mas cómoda y con imágenes
vayan a este sitio WWW.TEXTALE.COM
Ahí hay más de
mis publicaciones si es que les interesa.
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