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Camino a la Escuela

Siempre he pensado que el camino a la escuela también formaba parte de ella, pero desde que tuve la oportunidad de ver el documental de Pascal Plisson, estoy absolutamente convencido; y quiero aprovechar el éxito que va a tener la película (estoy seguro de ello) para compartir aquí algunas de la reflexiones que su visionado me produjo.

¿Es la escuela un camino? Si lo es, ¿es un camino importante, digno de tenerse en cuenta? ¿Tanto como para que nos quite el sueño y seamos capaces de dejarnos la vida por el camino? ¿Respetamos ese camino? ¿Trabajamos para que nuestros hijos e hijas disfruten de él o, sencillamente lo borramos de un plumazo?

Todas estas preguntas y algunas más, que me llevaron a recordar mi propio camino hasta la escuela, empezaron a bullir en mi cabeza una vez que salí de la sala de cine donde pude disfrutar de este pequeño gran milagro protagonizado por unos niños y niñas que hacen de su camino a la escuela el sueño de sus vidas, afrontando peligros y temores que yo nunca hubiera sido capaz de afrontar.

Pensar en la escuela como destino es un error demasiadas veces cometido, definirla como una institución de enseñanza a la que se acude para ser instruido o educado es ser demasiado simple, concebirla como espacio en el que conseguiremos todos nuestros sueños es, probablemente, una utopía. Tal vez, la visión más cercana a la realidad sea entenderla como ese camino, duro y exigente, pero conveniente y satisfactorio que nos permite convertirnos en viajeros de nuestras propias vidas.

Comprobar que niños como Jackson, Carlitos, Zahira o Samuel, protagonistas del film, recorren ese camino a diario enfrentándose a sus propios miedos como si de héroes se tratase, no solo es alentador, sino una gran esperanza para todos los que menosprecian el camino sin darle la menor importancia; llegando incluso a eliminarlo de la experiencia de nuestros pequeños.

Todavía hoy recuerdo mis cortos trayectos hasta la escuela en los que recorríamos la ciudad dando rodeos, para recoger por el camino a los amigos de la infancia. Caminos de aprendizajes comunes que nos han conformado como las personas que somos. Caminos que formaban una parte muy importante de todo lo que la escuela significaba para nosotros. Caminos atestados de amigos y enemigos, de penas y alegrías; caminos llenos de vida, caminos sobre la cuerda floja de un presente inestable y un futuro desconocido.

Por eso, cuando observo cómo las familias imposibilitan todas estas vivencias, trasladando a sus hijos e hijas hasta a la escuela en sus coches, llevándolos de la mano hasta la puerta, reclamando una seguridad dictatorial como consecuencia de miedos infundados y desmedidos, miedos más propios que extraños, terrores de adultos inseguros que impiden el normal desarrollo de la infancia; siento una tristeza profunda y espesa, la pesadumbre del que es incapaz de entender tanto recelo.

Es por ello que esta película supone, en mi opinión, un soplo de aire fresco que agradezco, frente a una situación social, unas familias y una escuela que rebosan sobreprotección y un afán desmedido de controlarlo todo y a todos y que no significan otra cosa sino las carencias y los temores que nos amordazan en la actualidad.

Y ahora perdonadme, pero me esperan mis amigos. Están impacientes por comenzar de nuevo nuestro “Camino a la Escuela”.
Jucapega196331 de enero de 2015

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