Como una flor de azahar, que se desata lentamente de la rama del naranjo y desciende con aplomo, dejando a su paso esa fragancia dulce, penetrante, sensual...; así le atravesó el inesperado silencio de su lánguido y mortecino gemido de amor.
Dos enormes mariposas negras se posaron entonces sobre sus ojos en un breve, pero eterno momento de gozo. Después, con un sutil aleteo y la vaporosa suavidad del que se sabe observado con anhelo, se alejaron indiferentes, sin saber que esa imagen regresaría siempre a él, repitiéndose una y otra vez hasta el mismo instante de la muerte.