Con su amor vestida, salió a la calle. Un rayo de luna la tomó de la mano y el manto de una noche cargada de estrellas envolvió con dulzura sus pasos. Persiguiendo sueños, escapó en busca de los besos tantas veces suspirados. Sus recuerdos, escondidos entre las sombras, alentaban deseos, ilusiones, esperanzas; enredándose con el aroma de una felicidad recién estrenada.
Pero no los vio venir, ensimismada, no presintió el peligro. Ningún escalofrío la avisó de que algo perverso se acercaba con sigilo. Cuando quiso darse cuenta, la manada ya estaba encima, sujetándola, golpeando, desgarrando su vestido de amor; atropellando su cuerpo, aniquilando su mente, rompiendo en mil pedazos su existencia. Como lobos hambrientos, se aferraron a ella y la devoraron sin piedad.
La noche se ha vestido de luto, las estrellas huyen despavoridas; y la tibia luz del amanecer la sorprenderá tendida a lomos de un nuevo día que, como tantas veces, gritará desesperadamente pidiendo justicia.