"Sin beso de buenas noches y sin postre. Fuera de mi vista. No te lo voy a perdonar jamás. Lo haces para desquiciarme, no tienes piedad. Estoy harta, y aunque sea tu madre, ya no te aguanto".
Desde la ventana de mi dormitorio se escuchan los gritos entremezclados con un llanto desolador, tristísimo, entrecortado; un llanto que parece brotar desde lo más profundo de su ser. Después vuelven las voces, las descalificaciones más duras, los insultos más crueles.
Disimulamos. Vive sola, nadie la visita desde hace años. Solamente los vecinos más antiguos del edificio sabemos de aquel accidente que lo cambió todo.
