No puedo pedirle al sol que esté a mi lado eternamente.
Tampoco pedirle a la luna que difumine la oscuridad y las tinieblas,
ni ordenar al viento que sople a mi favor.
No está a mi alcance alejar los tormentos del silencio, ni preveer la belleza del espectro de un arcoiris en el ocaso inalcanzable.
Menos aun, suplicar al cielo que deje de ser infinito para abarcarlo con mis manos y conocer aquello que desconozco.
Antes bien, cerrar los ojos y fingir que reflejos de la realidad anticipan la llegada de mi suerte.
Sólo puedo derramar gotitas de aquel anís añejo, oculto en el armario de un ser desconocido, y ser aquella hojita en otoño que se desliza por la brisa impetuosa, arriesgando el abandono en el frío asfalto de la ciudad.
Será que la aventura y la incertidumbre es un ma necesario?
Por qué aceptarlo?
Antes prefieor ser raíz de aquel árbol del jardín y cobijar el trinar de los pajaritos.
Antes prefiero la espera angustiosa de un ser a punto de nacer en el vientre de mi madre.
Pero cómo aceptar lo no conocido? Cómo aceptar ese otro yo?
Querida praxis...No me sirves!
