El árbol, expuesto a medias, presenta un aspecto muy diferente al que yo percibía hace tan solo un par de años, cuando lo veía como una enorme figura que anunciaba el inicio de unas vacaciones que implicaban regalos y la ilusión que éstos aportaban, junto con todo el asunto mágico olvidado durante el resto del año. Hoy, al verlo, no he sentido nada. Ahora es sólo un pequeño pseudo-vegetal hecho del material más impersonal, el plástico. Ni ilusión, ni deseos, ni ganas, ni magia, nada. Es triste ver como creces, maduras y todas las pequeñas cosas que un día te hicieron tan feliz son ahora simplezas de las que únicamente puedes disfrutar teniendo a un niño cerca, alguien que, sin querer, te transmita un poquito de eso que sentiste un día lejano ya, y vuelves, por un momento, a ser un niño emocionado por la Navidad. Porque, al fin y al cabo, ¿Qué es la Navidad sino una locura consumista?
