Fran pidió a Mirella que fuera su pareja aquella noche y ésta aceptó, aunque muy tÃmidamente. Roberto, anonadado por la belleza rural que desprendÃa Alcoida, pidió a la Aimier que si podÃa acompañarla al festival. Ella sin mediar palabra, amarró el brazo del robusto posadero y se lo llevó hacia el festejo.
El gran Festival de Casanova era, en realidad, una coincidencia. Como aquel año, las fechas se habÃan adelantando un mes, el dÃa de descanso se hacÃa en la semana en la que la isla Casanova se celebraban las fiestas en honor a su Patrón Casanova. Un mártir que se inmolo por salvar la vida a sus habitantes de los sly, en la guerra de los 3 siglos.
Asà que, tras el recinto del campeonato, estaba el pueblo de Tylendres, principal ciudad de la isla más grande del archipiélago que salpicaba a BahÃa Cost. Los demás hombres estaban acompañando a las otras chicas que formaban el equipo y entre ella, Atenea, estaba con el curtido directivo de publicidad Mayor Gilero. Pronto todos ellos se esparcieron entre los puestos del festival.
Los 6 estuvieron juntos disfrutando de los dulces tÃpicos y de los diversos premios de distintas tómbolas. Allà comprendieron que la punterÃa de Salvador y de Roberto servÃa para algo más que para matar a sus perseguidores. Y eso era lo que más le extrañaban a los más recelosos de aquella tranquilidad. El Aimier y el posadero percibieron que habÃa fuerzas acechándoles pero nunca ocurrió nada. Salvador, más precavido que nunca, aún tenÃa que dormir con su pistola en su cama.
A eso de las 8 y media el sol se empezó a poner entre las islas próximas y les indicó que debÃan acudir a la Gran Plaza.
La Gran Plaza se reservaba para los equipos aquella noche pero para los aldeanos no era más sino un gran salón el que se podÃa ver bailar a las diversas parejas. SuponÃa un terreno apropiado para un paparazzi ansioso de noticias aunque se podrÃa topar con la severa seguridad que rodeaba la Gran Plaza.
Cada equipo tenÃa una zona asignada para cenar, en unas mesas bajo una gran carpa, asà que sólo se cruzaron con la piloto de Correrias, Carmen Saltero, a manos de un mecánico algo nervioso y de Mirei Kyamasi, piloto de Kovalan con su novio, Keitaro. Ambas parejas desearon suerte a Cassandra en la carrera y ésta se intereso por el estado de Kovalan y de Mirei.
- Hemos tenido suerte – dijo Mirei, con un fuerte acento asiático, procedente de la zona occidental de Balcania – de que no nos hayamos visto obligados a abandonar. Nuestros patrocinadores nos endeudarÃan más aún.
- TodavÃa con ese lastre ¿seguÃs compitiendo? – preguntó Cassandra
- Tenemos un patrocinador que se encargarÃa con parte de nuestras deudas. AquÃ, Keitaro, es que nos libera un poco.
- Solo trato de ayudarla – dijo el joven
- ¿En que trabajas? – preguntó Salvador
- En la construcción. Tengo un negocio con unos amigos. Además estoy pensando en hacer una escuderÃa de almindrens para el año que viene
- Pero eso es muy caroÂ… - dijo Cassandra, preocupada
- No me importa – respondió Keitaro, muy seguro – Los beneficios que me reporta FCH hacen que tenga posibilidades.
- Pues si estas seguro… ¿Por qué no la fichas para el año que viene? – preguntó Roberto, ocioso. Keitaro soltó una carcajada.
- Por que hasta dentro de tres años que le queda de contrato con Kovalan… ¡No puedo pagar su clausura!
Y todos se rieron.
Más tarde cenarÃan con el resto del equipo. Y algo más tarde, el baile comenzó. Cassandra se sintió como la chica más feliz de Las Partidas. E incluso, del mundo
Era ya de dÃa.
La luz se filtraba entre las cortinillas del camerino de Cassandra. La luz le hacÃa daño incluso a través de sus ojos, cerrados. Se revolvió entre las sábanas buscando algo de sombra. Notó que su cuerpo estaba cálido y se sintió a gusto. Rememoró la noche anterior con gran gozo.
Salvador la invitó a bailar en un alarde de decisión. HabÃan bailado un tÃpico vals clásico algo más de media hora. Luego, la música cambió por algo más movido. Más gente se atrevió a bailar entre ellos Roberto y Alcoida. Fran, supercortado, y Mirella, también. No salieron a bailar en toda la noche. Salvador bailaba muy bien y parecÃa saber con antelación los pasos de Cassandra. Poco a poco, la gente se marchaba y la música se relajo a una serie de baladas. Fue cuando Salvador se la llevó al stand. Todo el festival habÃa cerrado y eran las 3 de la madrugada. Salvador llevó a Cassandra a su camerino y la dejo en la cama. Cuando pensó en lo que vino después, camas desechas, y cuerpos sudorosos, se sonrojó. Pensando que no era más que un sueño.
Su mente vino a la realidad cuando su mano se topo con un pedazo de carne. Obviamente, no era suya.
Era de otra persona. Cassandra abrió los ojos y pegó un grito.
Acababa de tocar la rabadilla a Salvador.
Mirella, que estaba al lado del camerino de Cassandra se asustó y fue a ver lo ocurrido al otro lado. Ya estaba despierta desde hacia algunas horas, pero vestÃa un albornoz. Cuando abrió la puerta y vio la escena, la cerró de inmediato.
Cassandra habÃa golpeado a Salvador y le hizo caer de la cama. Al estar desnudo solo un cacho de sábana le tapaba sus partes nobles. Cassandra estaba envuelta con el edredón de la cama con la cara de haber visto (y tocado) a un fantasma.
- No he visto nada – dijo Mirella tras cerrar la puerta
Cassandra se dirigió hacia Salvador por la cama y le zarandeo para que se despertase. Además de estar medio dormido estaba conmocionado por el golpe de antes y no hacÃa más que decir cosas incoherentes.
- ¡Venga, despierta! ¡Arriba! ¡Holgazan! ¡Zafio! ¡Zoquete! ¡Vamos, que como me pille mi jefa me mata! ¡Salva! ¡No me hagas suplicártelo! – gritaba Cassandra
Minutos depuse, Salvador salÃa con los calzoncillos puestos y tapándose con el traje con mucho pudor. Mirella desde su camarote lo vio todo, aguantándose la risa. Encima, tuvo que aguantarse las ganas de estrangular a los mecánicos (y mecánicas) que le vieron y le soltaban divertidos sarcasmos de cuerpo y sus pintas.
Cuando llego a su camarote, pensó que todo habÃa pasado. Dejó la ropa a un lado y se dirigió a darse una buena ducha para despejar su cabeza.
Cuando llegó al baño noto una presencia desconocida. Y se estaba duchando en “su” ducha. Avanzó con suma cautela y abrió la puerta con estrépito.
- ¡Sal de!… de… de…
El tartamudeo de Salvador era evidente. Su hermana, Alcoida, se estaba dando una ducha yÂ… Bueno, la acababa de encontrar en pelota picada.
Por el contrario, Alcoida estaba petrificada. Su noche anterior la pasó con Roberto y tras bailar disfrutaron del resto de la noche en una taberna. Llegaron bastante “contentos” al stand y se metieron en el primer camarote que vieron, que era el de Salvador. Como nadie venia, se pensaron que estaban en uno de los suyos. Asà que pasaron la mona, sin hacer nada de lo que pudieran arrepentirse, uno, tumbado en un sofá, y otra en la cama. Alcoida se habÃa levantado poco antes y se metió al baño a lavarse sin percatarse de que no era su camarote, ni el de Roberto.
- Cuando quieras, dejas de mirar ¿Eh? – dijo Alcoida, recordando que su hermano seguÃa ahÃ, mirándola, atónito
- Yo… Yo… - Balbució Salvador
La ira de la chica ofendida fue aumentando con cada letra que salÃa de la boca de su hermano. Aquello no tenÃa perdón. Cargo su puño cada vez más
- …Éste… Éste… ¡Éste es mi camarote! – dijo Salvador, defendiéndose
- ¡¡Pero eso no te da derecho a mirarme como voy en bolas!! – dijo Alcoida.
Y el puñetazo fue tal, que Salvador traspasó el camarote y cayó al mar.