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Ese Niño que Fui...

Pasaron volando las horas mientras me hallaba recostado en el diván. Nunca me había abierto con nadie, ni tampoco lo hice aquella vez con el demente de mi psiquiatra. No importaba quién ni cómo me lo preguntaran, me era imposible recordar ese desagradable momento de mi niñez que me había convertido en el ente insensible que era entonces. Incapaz de demostrar afecto a nadie; incapaz de amar... incapaz de enfrentar al mundo.
Las palabras salían de mi boca como notas de un piano (armoniosas, bien estructuradas), pero carentes de sentimientos. Sólo le decía lo que creía que quería oír, igual que había hecho desde que tenía memoria, siempre que alguien me preguntara sobre mi vida. Era el colmo que ni siquiera con él pudiera sincerarme.
Al fin, cuando la sesión finalizó, dijo algo muy interesante, sobre que quería indagar más en mi pasado la siguiente vez; bucear en los confines de mi memoria. Tratar de investigar qué recuerdo bloqueado era el responsable de mi desgracia y depresión interior. Y hasta dijo que quería hipnotizarme. Reí en mi mente, pues había sido la señal de que ese hombre quería llegar demasiado lejos. No permitiría que nadie entrara en mi consciencia, tomara entre sus manos mi alma y la interrogase. Además ya estaba harto de ese hombre, aun cuando asistía por propia elección.

Volví a mi casa, más deprimido que cuando saliera hacía ya tres horas (un reto para cualquier doctor, y para cualquier paciente, pero yo realmente lo necesitaba).
Al pasar frente al espejo, que tan pocas veces había usado debido a mi gran falta de interés para con lo superficial, por primera vez en mi vida, me vi a mí mismo.
En la otra dimensión, separada de la mía por el cristal, se hallaba un chiquillo; me mantuve tranquilo, aún luego de notar que mi reflejo había desaparecido.
No le reconocí, pero sí me di cuenta a la perfección de que no se trataba de una visón común y corriente, y no la había creado mi mente para engañarme. Representaba algo importante, una oportunidad de redescubrimiento espiritual. Aún cuando nunca me había ocurrido algo similar, pues solía dejar el pasado en el pasado.
Lo miré fijamente, confundido, pero no me devolvió el gesto. Estaba rebotando con una mano una pelota púrpura, se veía alegre, tenía el cabello oscuro y pude distinguir que los mismos, exactamente los mismos, ojos que yo: una franja verde exterior y una marrón interior, alrededor de la pupila, que entonces me pareció un túnel largo y oscuro, el cual me permitiría al fin contemplar su propio espíritu, aunque primero tendría que atravesarlo.
Lo llamé queriendo creer que sería él quien me mostraría el camino, ya que no se me ocurría otra razón por la cual estuviera allí, en ese momento en el cual yo me encontraba tan poco satisfecho con mi persona.
El niño reaccionó como un pájaro, y tomó la pelota en una mano. No dijo nada, sólo me miró fijamente. Esos ojos tan familiares me transportaron a un mundo extraño y temido, pero mucho más alegre que el mío. Ya no me pareció feliz, estaba sufriendo, como si supiera que se encontraba al borde de la muerte.
Su expresión se tornó tétrica y bajó la vista. Aunque sabía perfectamente que no había nadie allí, sentí pena por él. Estaba asustado. Dejó caer la pelota. La imagen en el espejo poco a poco fue perdiendo luminosidad, hasta que el fondo, reflejo de mi casa, no fue más que una espesa bruma oscura. Él seguía allí.
Traté de entender, pero no podía, era imposible. Fue como si el mundo de ese niño hubiese desaparecido por su tristeza... Reaccioné. Ese niño realmente había aparecido para explicarme lo que desde hacía tanto tiempo quería comprender. Recordé. Me vi a mí mismo aquella noche. Me encontraba frente a ese mismo espejo, rebotando mi pelota púrpura. Escuché gritar a mis padres, la solté de inmediato y corrí a su habitación. En el camino escuché un estruendo incomparable con los fuegos artificiales de fin de año.
Cuando llegué, vi que una sombra sostenía un tubo negro con el que apuntaba a mi madre, no le vi el rostro. Mi padre estaba en el piso, y le escurría un líquido oscuro y desconocido de su frente. Inmóvil. Era aún un niño cuando ocurrió, incapaz de comprender.
Luego, el hombre, quien al igual que mi madre no se había percatado de mi presencia debido a la escasa luz, volvió a disparar. Ella cayó. Oí sirenas de policía. El criminal huyó a través de la ventana por la que había llegado. Nunca, desde ese día, volví a sonreír. Mi mundo se sumió en la oscuridad. Viví deprimido constantemente. No podía confiar en nadie. Eso hubiera traumatizado a cualquiera, y yo no había sido la excepción.

Continué mirando el espejo. El niño entonces se transformó en un anciano, pero con los mismos ojos. Observé como la bruma oscura lo abrazaba con tentáculos hasta cubrirlo por completo, y lo arrastraba hacia las tinieblas de su alma torturada. Era una advertencia: yo debía alcanzar la vejez, sin permitir que la oscuridad que había destruido mi mundo me devorara a mí también.

La visión terminó. Volví a la realidad. Pude verme a mí mismo en el espejo. Noté una expresión nueva en mi rostro, una expresión olvidada por mí hacía mucho tiempo, cuya existencia me había recordado ese niño que fui... estaba sonriendo.
Kriptok24 de enero de 2008

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