Cuando menos puedo decir que llevo una vida normal.
Mis problemas son mera fantasía.
Uno que otro intento de ser filósofo...
Tal vez hasta prometo ayudar.
Fue un error, no debí invocarte.
Ahora, en mi cabecera me hostigas.
Mi alcoba, mi saco, mi refugio...
¿Por que lo hice?
Cada noche, cada descanso.
Cada minuto, cada segundo de sobriedad.
¡Detente!
Ahí estás, pasivo.
Me dices... Me sugieres que te lea.
¡Maldigo el día en que te invoqué!
Cada tiempo que me ves, me miras con codicia.
Crees que tengo todas las respuestas a tus conflictos.
¡Mentira!
Temes destruirme.
Quizá deberías hacerlo, sería bueno para todos.
Después de todo me tienes abandonado en tu estante.
Y yo observo tranquilo como te carcome la culpa.
De nuevo me miras...
Se que algún día me acabarás.
Preparado, listo estoy para ese día.
Mas temo que será una noche.
Cuando duermas de seguro te levantas...
Creo que esperarás, no te vas a desesperar, me leerás y me aborrecerás.
Odiarás el día en que me invocaste.
Y yo tan solo estaré allí, en tu cabecera.
Observándote.
