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Un Cuchillo Jamonero

Estamos en un bar cercano a la plaza real de la Barcelona preolímpica, Fito, un punky que toca la batería y trapichea con chocolate y coca para buscarse la vida, Rosa, su chica, de una candidez adorable y con un corazón tan grande como sus pechos, Ramón, camarero, pinchadiscos, y sobre todo vividor, y yo, antiguo hippie reconvertido a moderno en los ochentas.
Es la una y media de la madrugada, hora de cerrar, y Javier el camarero nos invita a terminar nuestras copas e irnos.
– ¿Qué hacemos?, ¿Dónde vamos? – pregunto mientras apuro mi cerveza.
– Yo de momento al baño a mear las últimas birras – dice Fito mientras le guiña un ojo divertido a Rosa.
– Ya que vas, ponte unos tiritos antes de salir. – mendiga Ramón, poniendo una mirada lastimera de perro apaleado.– ¡Venga Fito!, ¡después echamos cuentas!
– Esta bien, – responde Fito – cuando salga vais pasando uno a uno. Y primero Rosa.
Así lo hacemos. Como si de una procesión se tratara, formamos cola en el baño del bar prácticamente vacío, esperando a que uno salga para que entre el siguiente, y, Fito siempre dentro como maestro de ceremonia.
– ¡Chicos!, ¿sabéis que eso no me gusta! – nos recrimina Javier arqueando una ceja.
– ¿Ah si? – contesta Fito desde el baño – pues la tuya me la guardo pa mí.
– ¡Hombre!, ¡Tampoco es eso!, entre que cierro, lleno las neveras, hago caja, y limpio un poco todo esto, ¡me queda un buen rato! Y una ayudita extra…. ¡siempre viene bien!
Todos nos reímos.
Diez minutos más tarde deambulamos por la calle Escudellers camino a un garito del barrio del Raval. Cuando cruzamos las ramblas, bulliciosas incluso en esta noche fría de invierno, aprovecho para comprar tabaco en un quiosco de los que se mantienen abiertos toda la noche. Enfilamos por la Calle Arc del Teatre.
– ¡Joder!, ¡Qué frío!– Digo mientras levanto el cuello de mi chupa nueva.
– Toma hazte un porro – Fito me extiende su mano con una china mientras me dice:
– Bonita chupa, te la cambio por la mía.
Me echo a reír. La suya está muy desgastada, pintarrajeada, y con bastantes huecos en lo que antiguamente fueron hileras de tachuelas.
Empiezo a liar, y en el devenir del lío, le pierdo el paso al grupo y me voy retrasando lentamente. Giramos a la derecha, iniciando la ligera cuesta de una callejuela, que al final desemboca en Conde del Asalto, (actualmente Nou de la Rambla), donde hay una comisaría de policía. Tengo que liarlo antes de llegar a la comisaría, pienso. Pero mis dedos están entumecidos por el frío y enrollan torpemente el papel. Súbitamente surgen dos tipos de un portal tan oscuro, como oscuras son sus intenciones, se interponen en mi camino, e intentan pararme con un vulgar pretexto. Pero mis alarmas ya han saltado, y manteniendo una prudente distancia, grito:
– ¡ Hey Fito! , ¡Ramón!, ¡esperadme!
Lo grito serio. Lo suficientemente alto y grave, como para que mis amigos se giren sobresaltados y se percaten en menos de un segundo de la situación. Inmediatamente vuelven sobre sus pasos.
– ¿Pasa algo? – inquiere Fito que se acerca escoltado por Ramón, mientras Rosa mantiene las distancias sin dejar de observarnos.
Los del rollo oscuro parece que tienen un momento de duda, que aprovecho para vadearlos y ponerme del lado por el que se aproximan mis colegas, mientras pienso: son buenos amigos y vienen a ayudarme, con un poco de suerte no pasará nada. En ese pensamiento estoy en el momento en el que uno de los chorizos se acerca a mi mientras abre su chaqueta y desenvaina un cuchillo jamonero que a mí se me antojó una espada.
El tiempo parece detenerse un instante. Después, un subidón de adrenalina se apodera de mí. Doy un salto, aprieto los puños y salgo corriendo preso de un acojone sin igual. El mozo del cuchillo arranca tras de mí, mientras masculla entre dientes: ¡Ya puedes correr chaval, por que como te pille te pincho!
El oír eso me da una carga extra de energía. Correr! Correr! Correr y llegar a la esquina. Si llego a la esquina y giro en dirección a la comisaría no me va a seguir. La evitada comisaría es ahora mi destino. Solo unos metros más y lo consigo.
Efectivamente en el momento en el que llego a la esquina mi perseguidor se desentiende de mí. Me quedo a medio camino entre la esquina y la comisaría. La garganta seca, el cuerpo tenso y el corazón disparado. Quisiera asomarme a la calle y ver que ocurre mas abajo, pero no me muevo de donde estoy.
Pienso que he dejado a mis amigos con el marrón. A los pocos minutos aparecen tan tranquilos.
Siento haber salido corriendo, pero joder, el del cuchillo venía a por mí!. ¿Qué pasó?
– De nosotros no querían nada –responde Fito- tu chupa nueva, ¡que es muy guapa. Menuda carrerita ¿no? ¿y el porro?
Miro mis puños aún cerrados y abro lentamente la mano…
– Creo que hay que volver a liarlo
Nos reímos.

©Leib26//Julio-2011


Leib2623 de julio de 2011

2 Comentarios

  • Laredaccion

    Quien te podía decir que algún día, con un porro en la mano, estarías deseando llegar a la comisaría ¿verdad? La vida te da sorpresas...
    Un relato urbano bien conformado, real, y con final feliz. No se puede pedir más...Bueno, sí, que escribas otro.
    Un abrazo
    Esteban.

    24/07/11 07:07

  • Leib26

    Gracias Esteban, Tu sabes que la historia es real.

    25/07/11 08:07

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