«Miren: Un extranjero...» Yo los reconocía,
siendo niña, en las calles por su no sé que ausente.
Y era una extraña mezcla de susto y de alegría
pensar que eran distintos al resto de la gente.
Después crecí, soñando, sobre los libros viejos;
corrí, de mapa en mapa, frenéticos azares,
y al despertar, a veces, para viajar más lejos,
inventaba a mi antojo más tierras y más mares.
Entonces yo envidiaba, melancólicamente,
a aquellos que se iban de verdad, en navíos
de gordas chimeneas y casco reluciente,
no en viajes ilusorios como los viajes míos.
Y hoy, que quizás no es tan tarde, y sin tener aun los cabellos grises,
emprendí, como tantos, el viaje verdadero;
y escucho que los niños de remotos países
murmuran al mirarme: «Mirad: Una extranjera...»
Este tipo de situaciones siempre se suelen ver reflejadas con el paso del tiempo en uno mismo, muy buen tema el que tratas, y el relato lo hace ser mejor a?n.
Un saludo.