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Y de pronto te paras. Te sudan las manos. Extrañas tu aliento. Pitan tus oídos. Te agobias. Inspiras, expiras. Te has tranquilizado. Vuelves a caminar.
Te paras. No estás bien. Quieres continuar, pero todo te lo impide. Cuando no es una piedra, es una montaña. Te paran, te paras. Y parece que se ha acabado el mundo, sí. Crees que quedarte ahí, quieto, para siempre, es tu única opción. Y no buscas otras salidas, porque lo fácil, es eso: aceptarlo. Aceptar que no hay solución. Que nada va a sacarte de ahí por que estás atrapado. Sí, eso es lo fácil. Pensar que no puedes hacerlo es la escusa perfecta para lo intentarlo. Encerrarte en el no y no dejarle hueco al sí. Es lo fácil.
Todo el mundo lo hace. Piensa de ese modo. Cree que no vale la pena esforzarse por algo imposible de cumplir. Lo cree, pero por eso mismo la mayoría lo intenta, para dejar de creerselo. Para comprobar si es cierto que no sirve; y la verdad, sí que lo hace.
Cuanto más te creas que es imposible superar algún obstáculo, se convertirá en algo inalcanzable. Y no porque lo sea, si no porque te has mentalizado que no vas a lograrlo.
Salta las piedras, rodea las montañas.
Pero nunca, nunca creas que es imposible. Nada lo es.

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