Siempre que me siento a escribir acerca de lo que sea que me impulse a hacerlo, me pregunto si esa extraña inmersión en el mundo de las letras y la teoría no es simplemente una forma de misantropía muy sofisticada. Entonces me consuelo pensando que tiene que haber de todo pa que esto sea divertido, como decía hace tiempo una popular canción interpretada por Nidia Caro, la de los ojos brujos (¿quién se acuerda de ella hoy?). Es decir, que tienen que haber personas de acción y personas de pasión, pasando por todos los escalafones intermedios que van de una a otra. Y se puede decir que en nuestro tiempo, por lo menos en muchas partes del mundo occidental, esta variopinta tipología de personas ha llegado a ganarse su espacio propio y llevan a cabo sus acciones y pasiones de una forma muy categórica, si no sólo hay que ver las anecdóticas noticias que, de vez en cuando, transmiten los noticiarios acerca de manifestaciones, declaraciones, suicidios masivos, etc., haciendo valer el derecho de escoger el propio sino, y ni qué decir de lo que se puede encontrar en la Red. Sin embargo, siempre he tenido la impresión de que estas diversas formas de afirmarse en el propio derecho de jugar un papel elegido por uno mismo, sin temores ni cuestionamientos de tipo moral como la tradicional exigencia de sentirse útil a la sociedad, por lo menos en el sentido tradicional del término, o sea en cuanto a acción social, están dadas en el mismo sentido en que Diógenes, en la antigüedad, hacía un agudo juicio a su propia época cuando, volviendo de los juegos Olímpicos le preguntaron acerca de la cantidad de gente que había asistido y él contestó algo así como: Ciertamente una gran muchedumbre, pero pequeños hombres.
Acaso el juicio que trasluce esta irónica respuesta de Diógenes esté hoy más vigente que nunca y no sólo referido a unos juegos masivos, sino a la masividad esencial en la que ha caído la vida actual; esta masividad que tiene que ver precisamente con unirse a esta especie de jolgorio moderno donde toda elección de vida es válida socialmente, y dudar de ello o pensar lo contrario sería poco menos que caer en un oscurantismo reaccionario, o peor, ser simplemente un redomado moralista (palabra que hoy se escupe como un insulto insoportable): pasarse la vida sentado frente a un computador con la intención de cambiar algo del mundo desde allí, no, ni siquiera esa opción hoy es muy valedera, o visitar a los enfermos en los días de fiestas y dedicar la vida a la acción social como un héroe de antaño. Si tiene que haber de todo pa que esto sea divertido, entonces debo suponer que escribir acerca de esto y lo otro, como hago ahora, debe tener alguna clase de valor muy profundo, pero no sé porqué a veces me detengo en medio de una frase y siento un apremiante vacío, algo así como una vieja hernia que quedó abierta y se niega a sanar del todo.
Lei varias veces tu texto y senti como un frio en la espalda. No hay viento. Es como si hubiese hablado mi conciencia. Creo que el hecho de sentir ese apremiante vacio, y esa vieja hernia que no sana del todo es lo que hace que te este leyendo. Si, los que escribimos llevamos algo asi como una pequeña herida incurable toda la vida. Bienvenida tu herida, con sal de lagrimas y algunos soles nuevos, haran que un rato te cures y otro rato desees nunca hacerlo. porque sí tiene una clase de valor muy profundo lo que escribis.