Una noche, el cansancio dijo basta. La penumbra bermeja proyectaba sombras deformes como fantasmas expulsados de su clausura. El resto era lienzo blanquecino, casi transparente, telón de migraciones fallidas.
Contó las veces, no pudo. Se le perdían en la argucia temporal de la desmemoria.
A solas con su cargado haber, gritó en silencio y lloró en muecas insuficientes. Ensayó otras repeticiones tan conocidas como inútiles.
Se acurrucó en el sillón, se cubrió con esa manta urdida con telarañas y cerró los ojos, prietos.
La pesadumbre se fundió con los miedos de la noche. Un pájaro de circunstancia golpeó contra la ventana. Los insectos de la noche le atormentaron a su tiempo.
Era impensable un escape por las grietas. Sentía la solidez de sus amarres enfermos, la fuerza prisionera de su yo, el embate arrasador de la confusión. La bebida, como otras veces, había solidificado la robustez de las barreras.
Rogó a sus ligaduras dormirse para siempre sin conseguir otra cosa que clavarlas más en sus derrames.
Permaneció horas o siglos sin pertenecerse. El rigor deshumano que le habitaba seguía ahogándose en sus flemas.
Batallas, más y peores batallas secretando pensamientos incomprensibles.
Y ese cansancio diciendo basta
Se incorporó, violeta, con sangre debajo de las uñas. Anduvo incertezas de sabor ahora neutro. Intentó un paso, y después otro, hacia un fuego negro. Acudía a la tórrida espesura del innombrable cuando le sorprendió una melodía sobrehumana. Se dio vuelta y aferró esa textura amniótica que empezaba a entrañársele.
Poco a poco, respiró al ritmo de su madre. Allí estaba, ella.
Borrosa, la vista sospechó una lumbre, y la terneza del tacto, y el sabor sui géneris de lo apacible.
Se entregó sin defensas a la conmiseración y fluyó sin moverse, enteramente.
Mucho después nació, llorando.
Luia
Me a encantado tu escrito.
¡gracias por compartirlo!
¡felicidades!
Un saludo