Cuando digo hoy, digo esta noche.
Jornada onírica de resultados aciagos.
Valiente balanceo por senderos tortuosos, hasta caer rendido de cansancio.
En mi sueño, estaba con un viejo amigo.
Visitaba los campos que me vieron crecer.
Yo quería compartirlos; él, condescendiente, me ignoró.
Rechazó mi ofrenda, acuciado quizá
por un sanedrín de oscuros pensamientos.
Al instante siguiente, él ya no estaba allí.
En su lugar, se encontraba una mujer.
Una mujer que amé, apasionado,
con todo el amor que cabe en nueve horas.
Ella caminó a mi lado.
Me besó, y fue un beso tan real
que no hay placer en mi vigilia
que lo iguale.
Ella se rió, con la risa de los que se saben vencedores.
Y me susurró que ya llegaba la hora de despertar.
Abrí los ojos, con la pereza de aliada,
y a punto estuve presto de olvidarlas.
A mi amistad perdida entre brumas inclementes
y a la Eva con más de un Adán de pretendiente.
Cuando digo hoy, digo esta noche.
Y a las que estén por venir,
les digo basta, deteneos.
Mi memoria ya la malvendí
y no queda, pues, sino el reflejo.
Quisiera poder describir
cuán bellos eran los campos de mi niñez,
que solapaban los vacíos de mi sueño.
Pero solo soy capaz de contar esto.
