Odio mi yo.
Mis ganas de comerme el mundo.
Mi coche que suele ir sin rumbo
cuando ya todo acabó.
Odio mi arrogancia.
Odio mi humildad de prestado.
Mis palabras de derrotado.
También odio a Francia.
Odio la mierda de mi pasado,
que coarta mi presente
siendo Diógenes para la gente
y primo de riesgo para el mercado.
Odio a aquellos que no avisan.
Odio a los que son como yo,
si hay alguno.
Odio a los amigos inoportunos.
Y odio fastidiarlo todo
cuando no encuentro el modo
de crecer de una puta vez.
De dejar de fumar,
del perdón de rogar,
de beber sin sed.
Odio hacerte daño,
cuando ni todas mis palabras
valen un jodido escaño.
Odio los doce de mayo.
Odio que no me caiga un rayo
y me convierta en humo
también por fuera.
Odio trocar mi duquesa
por una libertad que no existe.
Y sigo, sumo, persiste
el dolor, fundido de estaño
en mi corazón de plata ilegal.
No te mereces a alguien así.
Odio haberlo hecho todo mal.
