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Orgullo y Gasolina

Diez mil toneladas de asfalto. La carretera más larga del mundo, delante de mí. A un lado y a otro se extendía un páramo, una tierra yerma de belleza sobrecogedora. La única vista, la que uno quiere ver. El único sonido, el pobre soplar del viento del desierto. Hasta que el sol naciente, soberbio fuego rojo, arroja un destello, y más de veinte bestias rugen como una sola y, guiadas por sus amos, se lanzan hacia su destino.

Era indescriptible. Aquel primer contacto con esos asientos tapizados, aquellos motores que sangraban orgullo y gasolina a partes iguales, aquel metal que como un espejo reflejaba las ilusiones de los desterrados con precisión romántica. Yo solo podía ver la punta del iceberg, solo llegué a rendir culto a la inmensidad de ese sentimiento que unía a los hombres, a los trabajadores, con más fuerza que cualquier ideología. Quizá cuando fundiese mi espíritu, cuando vendiese mi alma a ese diablo del caos y el motor se volviese mi cabeza y las ruedas mis pies, llegaría al nivel de esos correcaminos, de esos leales camaradas que juntos, quisieron vivir un sueño, su sueño, su ilusión. Su hora de abandonar las carreteras carentes de gloria y llegar a cruzar los cielos con su merecido honor. Un honor ganado a lo largo de toda su historia.

Rebeldes con o sin causa, arrasaron la tierra como un tornado. Pero desde aquella carretera no vi pasar solo a un grupo de hombres, sino a grandes amigos. A orgullosos sin arrogancia. A idealistas de corazón. Porque podrán morir los hombres, pero jamás sus ideas.
Luko179112 de enero de 2011

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