Cultivamos fuego sobre una tierra fértil para castillos en el aire.
Manejamos sin querer el tiempo a nuestro antojo.
Nos concedemos antes del fin del mundo un último baile.
Vestimos con recuerdos de pecados teñidos de rojo.
Conducimos el coche por la carretera que el destino quiere.
Jugamos a rimar los poemas como siempre hemos hecho.
Testificamos y el juez del caso queda satisfecho.
Comprendemos la eternidad en el instante en que se muere.
Te robo un beso de mentira,
y te quejas, y me lo recriminas,
por no poder hacerlo real.
Muerdes la rosa con espinas
que este hombre libre sin ira
tanto se esfuerza en perpetuar.
Acabaré por sentir más por ti,
poderosa marea de perplejidad,
grabado a brasa sobre mi piel,
perdiendo el sentido del miedo.
Nunca lo sabré si me alejo de aquí.
Me graduaré en clandestinidad,
en tacto de seda, en labios de miel,
y seré el rey del desenredo.