[Déjalo correr.
Deja que entre en cada recóndito rincón
de esa máquina que llamas mente.
Déjalo correr, empieza la función.
Deja que tropiece.
Y cuando se caiga,
¡que vocifere!]
Quiero ser el agua que enfríe el calor que tu cuerpo emite en las noches que no acaban, cuando tras pelear por ver quién muerde primero, ya solo tiembla el pulso de tu cama.
Ruedo. Rodeo. Me reinvento.
Bromeo con Julieta besándola sin miedo.
Me despierto.
Vacilo, sintetizo, me lamento.
Transformo tus poetas en meras referencias.
Me embadurno,
contento,
herido de impaciencia.
Paso turno.
Me extiendo.
Aprendo. ¿Cómo era?
Aprendo a resistir,
y en mi trinchera,
en la timidez de mi esencia
clavo la mirada en ti.
Y no te doblego.
Musa de la resiliencia,
sigue mi juego.
Dulce, amargo, prueba aquí.
¿Duele? Estamos vivos.
Quiero ser el fuego que calienta las manos mientras escribo sobre reyes caídos, sobre estrellas muertas, sobre barcos encallados en el resquicio de mi puerta.
-Silencio-
Quiero ser la vida que se escapa de mis labios cuando la siguiente palabra es más verdad que la anterior, al mismo tiempo que el canalla del espejo te miente más veces de las que te he mentido yo.
Me alisto.
Me preparo.
Sudo. Gota a gota.
Me refresco. Te conozco.
Hablamos.
Maquiavelos, maniquíes, karma, aullidos.
Refugios bajo el cielo, te ríes, armas, ruidos.
Desvelos por la fuerza,
fisuras de conciencia;
¿ganó la fe
o perdió la ciencia?
Me licencio.
Me desnudo.
Me la suda. Pero no soy un idiota.
No me importa.
Solo me importa lo importante.
¿Cómo definir tal quimera?
Si por voz de cuervo fuera
pero no hay donde agarrarme.
Quiero ser la vida que acude a la llamada de su dueño, cuando el frío del salto al vacío me abriga aún menos que el invierno.
-Silencio-
Quiero ser tanto y no llego a ser ni la mitad.
Y veo entretanto recuerdos imprecisos,
que postulan que si estos versos son la verdad,
¿cómo serán los versos que nacen insumisos?
Profundo, un gran poema.
Te felicito.
Pol.