Tras esta ventana de cristal
opaca a la luz del final
de un tormentoso día,
yace mi alma desnuda,
calada siempre de dudas
de mi mente corroída.
Tras este abismo sin telón
cuelgan cuerdas de trapecio:
reflejo gris de mi sinrazón
en la pasarela atemporal del necio.
Perviven en estigio bosque
alisos que ya no existen.
¿Es pecado añorarles
en la Noche Triste?
¿Cambio yo, modifícase la vida
o distorsionan todo las heridas?
¿Debo tener miedo al miedo mismo,
o ser valiente ante éter y espejismo?
Se apresuran los relojes,
delira el poeta.
Desdibuja el camino esbozos,
vuelan las metas.
Retumban los tambores,
calla la inocencia.
Al calmarse, el alma
regresa a su prudencia.
¿Pero, con la calma,
se mantiene la esencia?
Del después pasé al ahora,
del sin saber al bien sabido;
las artimañas tras la alcoba
aún no las he aprendido.
La droga más afortunada
no hace putada sin hilo.
Nunca he tenido nada,
elijo tenernos en vilo.
Tras esta caída de Roma,
mi corazón late tranquilo...
¡aunque perviva la broma
y atesore su estilo!
