Envidio al árbol porque tiene la capacidad de estar quieto. Porque parece tranquilo y no grita. Porque no parece que le importe no hacer nada mientras ve el tiempo pasar.
Y sobre todo lo envidio porque lo noto presente, aquí y ahora, absorbiendo lo que intuyo que existe y no puedo disfrutar.
Y no puedo porque tengo piernas y no sé a dónde ir, porque tengo manos y no sé qué tocar, porque tengo pensamientos, sensaciones que se agitan dentro de mí tirando hacia todos los lados y hacia ninguno.
Porque tengo corazón y su latido se adelanta siempre al próximo segundo, arrebatando el presente de mis manos.
Por eso sueño con ser un árbol quieto, majestuoso. Que mi cuerpo así lo sea. Que no se mueva mientras mi interior se inquiete, ansíe lo que no sé darle. Y así quizás todo pare, nada se agite y por fin pueda sólo ser, sólo ahora.
