Era más de mediodía de un sábado sin noche. La fiesta en casa atronaba tras la puerta. Gritos, risas, música....
Entre tanto, ellos no salían de su universo ausentes de todo y de todos. Sus cuerpos brillantes, perlados en sudor. La habitación era una etérea nube de feromonas en burbujas condensadas en plena ebullición. Atracción volátil y subliminal que tomaba cierto cuerpo al mezclarse sus explosivos átomos con el aroma del humo dulzón del cigarrillo de marihuana que Pablo fumaba lentamente...
Estaba tumbado en la cama, bocarriba, la mirada perdida en un punto inexistente, en los delirios del más absoluto altruista y generoso placer que María, totalmente entregada a sus suspiros, le regalaba arrodillada entre sus piernas. Por un momento él volvió al mundo de la conciencia y con un hilo de voz ronca y entrecortada, temblorosa de puro gozo le dijo:
- Estoy en el cielo-.
Ella paró bruscamente y lamiéndose los labios levantó un instante la cabeza, lo miró más seria que nunca y le respondió: