Me vienen a la mente
recuerdos no tan lejanos,
pero difusos
de cuando el rio portaba el agua
pura y cristalina
que corría a la par que pasaban
los días de mi vida.
Hoy tristemente entorno los ojos
ante la gris imágen del musgo seco,
muerto sobre la roca.
Las espinas de los peces
parecen raíces
que se pierden en la tierra.
Aquella agua ya no abastece al gran sauce
que me proporciona sombra en este día
de tórrido verano.
Él la necesita,
sin ella tiemblan sus ramas
débiles vencidas por la brisa,
y caerán las hojas a sus pies
para vestir el lecho donde caerá muerto.
El destino ocre que adivino
trae a mí un sentimiento intenso,
y yo, por que el no muera
lo regaría cada día
con un cuenco a rebosar de mis lágrimas.
Traigo recuerdos tristes a mi mente,
me fustigo, me lastimo
pero mi lagrimal sigue seco.
¿Será que la última riada
se llevó también mis lágrimas?
No, tan solo arrastró mis sentimientos ya gastados
hasta quien sabe donde.
¡Como se hinca la astilla
cada vez que deseo llorar!
Y como desespera vivir esperando
por unos sentimientos que me hagan sufrir,
para así poder regar este generoso sauce,
que condenado como yo
poco a poco se va secando.