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The Singer Of The Death - The Black Baron

El crucero estelar del nuevo imperio galáctico, completó el último salto del viaje. Oculto en la cara nocturna del planeta más cercano a un sol. Situado en la periferia más allá del Imperio. Un lugar en espacio de nadie, dónde la seguridad de las flotas del Imperio daban paso a una soledad, de la que pocas naves regresaban por la acción de los piratas espaciales cada vez más fuertes.

La excesiva cercanía del pequeño planeta al sol, hacía de su superficie un océano infernal de lava en continua erupción, salpicado por tormentas de fuego huracanadas de una belleza sobrecogedora.

A ambos lados de la cubierta del crucero estelar, decenas de cazas estelares despegaban en fila a través de las pistas de lanzamiento de aceleración magnética. Los cañones principales realizaban los movimientos de comprobación. Las baterías defensivas emergían del interior. Las esclusas de torpedos se abrían armadas, y el escudo de energía cobraba fuerza. El crucero estelar se preparaba para un combate inminente.

Era tal la ferocidad de los piratas espaciales en la periferia, que las propias naves de guerra del Nuevo Imperio Galáctico al adentrarse se preparaban para combatir una posible emboscada. Más que segura en la mayoría de casos, especialmente tratándose de una sola nave.

En el puente de mando del crucero estelar se respiraba auténtica tensión. La capitana Lilith permanecía de pie en aparente calma sobre la plataforma superior. Escuchaba los informes de los distintos oficiales, que trabajaban en una red de consolas bajo la plataforma en forma de U invertida, en cuya parte frontal permanecían los pilotos. Sus datos se representaban en paneles holográficos situados por encima de las consolas, visibles en toda la sala a la altura de la plataforma superior. Detrás de ellos, las paredes del puente de mando terminaban en un techo esférico, que representaba una visión tridimensional en tiempo real del entorno alrededor del crucero estelar, con todos los datos añadidos a cada detalle importante.

Entre las líneas de información de la representación, se veían a las propias escuadras del crucero estelar volar alrededor de él en formaciones de combate, bajo el fondo del planeta de fuego frente a ellos. Los sensores de largo alcance, se aprovechaban de la protección planetaria del sol para explorar el sistema solar en busca de amenazas. Todavía no había llegado la primera lectura.

Lilith no era una mujer convencional. La capitana más joven de la historia del Nuevo Imperio Galáctico, había conseguido el mando del crucero estelar con 27 años, hacía ya 5 años. De estatura medio alta, complexión delgada y fibrada. Morena de larga cabellera siempre recogida, ojos verdes con cierto toque ámbar. Piel blanca, labios azules y rasgos finos cincelados por la fuerza de su personalidad. Era una mujer de un indudable atractivo por el que ella misma no tenía el menor interés. Vestía el uniforme con una dignidad y respeto del que pocos militares podían alcanzar con naturalidad. Era una líder cercana y accesible que en los momentos difíciles sabía exactamente que hacer y como ganarse la confianza de sus hombres que la seguían incondicionalmente en la batalla. Sólo así había sido elegida junto a su tripulación como uno de los pocos cruceros de élite del nuevo imperio galáctico que operaba lejos de sus fronteras en misiones especiales.

En los minutos de espera caminaba sobre la plataforma superior dando instrucciones a los oficiales uno a uno. Los mantenía a todos ocupados en tareas importantes de cara a la batalla, evitando que tuvieran tiempo de pensar y ponerse nerviosos. El detalle que más llamaba la atención de Lilith, es que comandaba el crucero estelar, vestida con un traje de piloto de caza raso sin la menor graduación. Una pieza negra de cuero sintético de líneas magnéticas azules, que lo adherían a la silla del caza sin necesidad de cinturón, con sistemas de soporte vital en su interior. Nunca nadie la había visto con su uniforme de capitán. El primer día al llegar les dijo a todos que pensaba ganarse su respeto y lealtad por sus acciones, no por los galones de un uniforme y lo había conseguido.

Por fin, el oficial de sensores estratégicos confirmo que el sistema solar estaba libre de otras naves. Lilith ordeno a la mitad de las escuadras que regresarán al crucero. El resto permanecería a la espera hasta el relevo. Entonces se procedió al lanzamiento de sondas a la superficie del planeta para su estudio. Un fenómeno de cierto interés para algunos científicos del imperio, que tomaban los datos de telemetría desde el laboratorio lejos del puente. Ideal para enmascarar la verdadera misión del crucero.

Con los oficiales ocupados en sondear continuamente el sistema solar, guiar las sondas, mantener el contacto con las escuadras y terminar de revisar los sistemas. Lilith se concedió un segundo para volverse y mirar la parte posterior izquierda del puente de mando. Una zona oscura sin luces con una sola consola encendida, dónde siempre permanecía en silencio, él. Entonces sus miradas se cruzaron. Sus ojos verdes ámbar se encontraron con su ojo derecho azul e insondable. Su mirada era la de aquellos que han visto demasiado y no obstante han sobrevivido más fuertes, a pesar de perder algo que jamás recuperan. La de un cazador indomable que desnuda tu alma antes de beberla, que muestra una realidad a lo pocos que se atreven a contemplar directamente. Nadie en el crucero era capaz de soportar su mirada salvo Lilith, quién había aprendido al observarla mejor, que también bajo ella había otro hombre. Una persona atormentada que había perdido todo cuanto amaba, que anhelaba el descanso de la muerte esquiva, y al mismo tiempo antes de emprender el último viaje, deseaba salvar a todos cuantos pudiera del destino que el mismo había sufrido. Un romántico con ideales y la voluntad de luchar por ellos hasta la muerte, en un universo egoísta, cruel y despiadado, carente de humanidad.

La representación virtual del planeta en el puente de mando, producía un brillo rojo que llegaba a iluminar tenuemente incluso la zona oscura, permitiendo la visión de Enardel. Estaba sentado con los pies sobre la consola fumando un puro, sin que le escapara el menor detalle de lo que ocurría en el puente de mando. Dispuesto a tomar su caza de combate a la menor amenaza.

Vestía el mismo traje negro y azul de Lilith, el de todos los pilotos del crucero. Era un hombre fuerte y ágil de aspecto consumido, apenas un poco más alto que Lilith. Tenía una cabellera pelirroja con brillo propio larga y descuidada. Una piel pálida enfermiza, rasgos poderosos dignos de un rey y las secuelas del pasado bien visibles. En el ojo izquierdo llevaba un parche negro. Desde la sien hasta la nariz y de la mandíbula al pómulo, dos cicatrices terribles marcaban su rostro. Y para terminar, en el cuello, la marca desgarradora de tres garras le iba desde detrás de la oreja izquierda hasta después de la nuez.

Todo él emanaba una fuerte sensación de peligro. Su mirada. La voluntad y fuerza marcada en el rostro a fuego. El modo en él que efectuaba el menor de sus movimientos, indicaba una fuerza, coordinación y velocidad digna de un depredador.

El proceso se había acentuado desde la muerte de su copiloto hacía unos años, hasta transformarlo en un ser solitario y anarquista que dictaba sus propias reglas al margen de todos, pero Lilith se lo permitía. Era uno de los mejores pilotos del Nuevo Imperio, el mejor que hubiera conocido jamás. Un símbolo para la tripulación del crucero estelar, que lo temía y veneraba al mismo tiempo. Capaz de cambiar el curso de una batalla por sí mismo.

Entre los innumerables misterios de Enardel, uno de los más destacados era intuido por la tripulación. Aunque sólo Lilith y su hermana de sangre lo sabían del cierto. Era telépata, hasta que punto, ni él mismo lo sabía aún.

Lilith se concentro en él, que estableció un canal en el que los pensamientos de ambos flotaban libremente

- Todo marcha bien – Dijo Lilith que regresaba a la parte delantera de la plataforma lejos de él, mientras hablaba con un oficial mostrando normalidad.

- No hay nadie con vida en el sistema solar – Le contesto Enardel, que miraba fijamente la representación del planeta en llamas-, sólo ecos vacíos.

- Captó angustia en ti – Afirmo Lilith, intranquila sólo a ojos de Enardel.

- Hay algo más que no logro ver - Susurro concentrado en la consola analizando la información de los sensores.

- Tal vez sea la tripulación de la nave que nos espera.

- Tal vez no – Enardel rompió el contacto sin más deseos de hablar de ello. Lilith lo acepto y continuó la misión según lo planeado.

Confirmada la ausencia de piratas espaciales en el sistema solar. El crucero estelar se estaciono en la cara diurna del planeta frente el sol. A la espera de recibir señales de la nave a la que debían escoltar de vuelta al espacio del Nuevo Imperio Galáctico. En misiones secretas el procedimiento de las naves de apoyo. Era ocultarse de los sensores en orbitas cercanas a un sol gracias a las interferencias que producía a su alrededor. Ahora sólo quedaba esperar una señal.

Pasada media hora se produjo la primera llamada por un canal seguro. Los códigos fueron verificados. Se trataba de la nave de transporte que habían venido a buscar.

Frente a la plataforma superior una proyección holográfica tridimensional del comandante de la nave de transporte saludo a Lilith. Y mientras le contestaba con las frases de rigor del ejercito. Hizo una evaluación completa del sujeto. Era un hombre inquietante, distinto a lo que esperaba, que no generaba la menor confianza en ella, al contrario. Además le recordaba algo que no llegaba a adivinar. Estudió su rostro en silencio. Entonces lo supo y todo su cuerpo se estremeció de la impresión.

Años atrás, una noche en su camarote. Enardel le hablo del brutal asesinato de su familia a manos de una fuerza mercenaria que conquisto su planeta natal. Una de las descripciones de los líderes del genocidio era la del hombre silencioso que esperaba su respuesta frente a ella.

Nerviosa, quiso establecer contacto con Enardel. Entonces supo que había abandonado el puente de mando. Volvió a intentarlo con mayor fuerza. Y lo encontró embargado por unas emociones del tal fuerza que la arrastraron consigo al interior de su propia conciencia.


De pronto vio a través de su propio ojo. Caminaba por uno de los pasillos del crucero. Con la mirada fija en un medallón de oro abierto con forma de sol que nunca le había mostrado. En su interior había dos fotos: las hermanas de Enardel. Ambas eran muy parecidas a él. Una era adolescente y la otra una niña de no más de ocho años.

El pasillo del crucero se desdibujo en la mente de Enardel para dar paso a un bosque. Veía a través de dos ojos mientras corría entre la maleza a una velocidad endiablada. Una lluvia torrencial sacudía el denso bosque. El cielo oscuro se teñía de nubes grises y columnas de humo. El sonido de baterías disparando, naves sobrevolando los cielos, explosiones y gritos resonaba por encima de la tormenta. Alguien invadía el planeta.

Enardel llevaba un traje de combate del Imperio Sombrío. Iba camuflado, cubierto por encima de barro y hojas adheridas al traje. Sus ojos azules eran lo único visible de él. Concentrados en un fuego al que se dirigía tras del bosque.

Una vez en el límite del bosque se agacho entre la maleza para observar la situación. Desde ahí un verde prado se extendía durante kilómetros. Una casa de madera blanca de dos pisos en lo alto de una colina cercana ardía en llamas, como la mitad del prado. Conocía muy bien el lugar, era una de las casas de su familia. Muy próxima una pequeña nave de transporte de infanteria permanecía abierta. 4 soldados con trajes de combate blindados negros manchados de sangre, con el rostro oculto tras un casco, en el que destacaba su ojo mecánico rojo en el centro, patrullaban el prado. Equipados con ametralladoras láser o espadas de energía. Por todo el lugar había decenas de cuerpos muertos sin vida en el suelo con evidentes signos de lucha. Todos trabajadores del campo, todos amigos.

De la puerta principal de la casa, entre las llamas. Su hermana pequeña salió corriendo vestida con un traje blanco parcialmente quemado. Gritaba histérica desconsolada entre lloros llamándole.

Cuando iba a incorporarse para salir en su auxilio quedo paralizado por la impresión de lo inevitable. Un hombre de cerca de dos metros. Corpulento y vigoroso, con la cabeza afeitada, ojos negros sin vida, nariz prominente y afilada, con unos labios estrechos esbozando una perpetúa sonrisa cínica y reservada. Salió de la casa en llamas. Vestía un traje de combate gris ceniza metálico, que potenciaba las habilidades físicas de quién lo llevaba, bajo una capa de cuero gris reluciente. Su mirada estaba clavada en su hermana.

Todo fue muy rápido, demasiado rápido. En apenas dos segundos su hermana había salido de la casa por sorpresa. Y detrás aquel hombre. Su hermana apenas pudo recorrer quince metros. El hombre desenfundo con una velocidad vertiginosa una pistola láser. El primer disparo alcanzo a su hermana que cayo al suelo moribunda. Mientras ella trataba de arrastrarse el hombre la alcanzo con pasos medidos, volvió a dispararla a bocajarro quitándole la vida. Entonces miro al bosque dónde él estaba, esbozando la mayor de sus sonrisas.

Enardel se incorporó descubriendo su escondite en estado de shock. Lanzo un grito visceral que ensordeció al resto de sonidos. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Gritó y gritó con el alma desgarrada mirando al cielo con los puños apretados. En su dolor ni siquiera vio a los soldados acercarse a él. Toda su familia había sido asesinada con él lejos del hogar sin haberles podido ayudar.

La rabia y la ira le poseyeron. Sus gritos se transformaron en un rugido animal. Entonces vio a los soldados y en pleno frenesí se arrojó hacía ellos.

En plena carrera desenvainó su espada de energía. Un antiguo modelo del Imperio Sombrío. El arma de la familia. Una espada convencional negra. Estrecha y ligeramente arqueada de un filo temible. Recubierta en la hoja por un campo de energía rojo. Capaz de separar partículas a un nivel atómico al mero contacto. Ideada para traspasar blindajes físicos o escudos de energía por igual.

El primer soldado blandía otra espada de energía de haz blanco. Enardel rugió su desafió frente a él. Éste lanzo un golpe directo a Enardel hacía el corazón. Quién para su sorpresa giro sobre sí mismo mediante su pie izquierdo esquivando el golpe. Para lanzarle una estocada mortal por la derecha que le cerceno la cabeza.

Los dos soldados siguientes, equipados con ametralladoras láser se detuvieron de golpe. Sorprendidos por el desenlace se unieron para contraatacar de inmediato. Enardel ya corría hacía ellos. Recortando la distancia que les separaba entre el prado embarrado por la tormenta. Los rayos y las ráfagas de viento se sucedían. Pero para ellos sólo existía el combate. La mirada de Enardel no era humana. Ambos soldados hubieran corrido a la nave de haber tenido tiempo de regresar. Era la peor bestia que habían visto a lo largo de sus años de sangrientas campañas.

Las ametralladoras láser emitieron el pitido agudo previo a la carga. Entonces ambas escupieron una ráfaga mortal de rayos amarillos sin descanso. Tan pronto hicieron fuego. Enardel se desvaneció hacía un lado. Dando inicio a una carrera frenética casi imposible de seguir. Se movía a una velocidad tan rápida, combinada con saltos y movimientos acrobáticos que apenas podían apuntarlo. Por más que disparaban siempre llegaban tarde o él mismo los detenía con la espada.

Los soldados sudorosos, sin dejar de disparar, entre juramentos empezaron a retroceder cada vez más nerviosos. Se les estaba echando encima, hasta que de pronto desapareció.

Para cuando lo vieron estaba a su izquierda agachado, lanzando un golpe bajo que secciono las piernas del segundo soldado por encima de las rodillas. El tercer soldado, conmocionado entre los gritos del segundo. Trato de disparar a Enardel a bocajarro, pero fue demasiado tarde. No había terminado de ver caer a su compañero al suelo, y el ya estaba flotando en el aire empalado por la espada de energía, cuyo haz de partículas por la fuerza de gravedad le continuaba seccionando hacía arriba. Lo último que vio antes de morir fueron los ojos de Enardel clavados en él, eran las puertas del infierno.

El cuarto soldado contemplo atónito la brutal muerte de sus compañeros paralizado apenas a diez metros de sus cadáveres. Cuando el cuerpo del tercero termino de caer al suelo partido por la mitad permaneció petrificado. El rugido de Enardel con la mirada fija en él, le hizo regresar a la realidad. Llovía más fuerte que nunca. Enardel caminaba hacía él con la espada apuntando al suelo. El soldado retrocedió unos pasos hasta reunir el poco valor que le quedaba. Grito e embistió a Enardel. Éste le contesto con nuevo rugido que apagó su grito. Dio un salto y las espadas chocaron. Enardel retraso la espalda y volvió a lanzar otro golpe, y otro, cada vez más fuerte que el anterior. El soldado hacía uso de toda su fuerza, con la mano izquierda apoyada en la parte posterior de la espada para detener los golpes de Enardel. Cada golpe le hacía temblar todo el cuerpo y le hacía retroceder unos centímetros por la superficie embarrada. Los lanzaba uno detrás de otro a tal velocidad que era incapaz de contraatacar. Su respiración se entrecorto y empezó a sollozar desesperado. Cada golpe le hacía bailar más. Enardel lejos de cansarse iba en aumento. Finalmente, tras un segundo de pausa y un grito estremecedor lanzo el golpe final. La espada de energía del soldado se partió y cayó muerto al suelo, atravesado por la espada.

La tormenta había ensombrecido el cielo hasta adelantar el anochecer, iluminado por rayos fugaces. Enardel miro fijamente al hombre, en él que se había posado un cuervo sobre su hombro izquierdo. Parecía divertido de la situación. Desafiante volvió a enfundar la pistola láser y le invitó con un gesto a ir por él.

Enardel acepto el desafió. Emprendió una nueva carrera, la mayor de todas. Los cientos de metros que los separaban se recortaron en unos parpadeos. La velocidad de Enardel fue en aumento a cada paso hasta ser prodigiosa. El hombre permanecía inmóvil ajeno a la tormenta concentrado. Cuando Enardel fue tan rápido que lo perdió de vista en la oscuridad cerró los ojos.

El tiempo se detuvo entre ambos. Enardel estaba frente a él lanzando una estocada horizontal directa al cuello. Cuando él abrió los ojos frente a su mirada, un rayo cegador rasgó el cielo con su estruendo. La espada de Enardel se detuvo a un centímetro de la yugular del hombre. Sorprendido, Enardel se miro hacía abajo. La pistola del hombre todavía apuntaba a su estomago. El cañón escupía el humo de la combustión, mientras el barro que recubría su traje se teñía con su propia sangre.

Volvió a mirarlo fijamente a sus negros ojos. Rugió y saco fuerzas para terminar lo que había empezado. El hombre le devolvió el gesto con una sonrisa. Un segundo rayo rasgó el cielo cuando un nuevo disparo le alcanzo por encima del corazón. Exhausto y moribundo Enardel cayó de espaldas contra el suelo embarrado. El dolor emocional que le embargaba era tan intenso que no llego a sentir el menor dolor físico a causa de heridas. Sólo sentía que a cada bocanada de aire se le escapaba la vida. Contemplo el cielo mientras llovía sobre él, tratando de arrastrarse hasta su hermana para darle la mano antes de morir. Entonces una nave de asalto terrestre paso sobre ellos para aterrizar a un lado. El cuervo del hombre le salto al pecho. Le graznó igual de divertido que su amo, ahora frente a él.

- Hermanos asesinando a hermanos. ¿En que nos hemos convertido? – No espero la respuesta. Pronunció la carcajada más horrible que jamás hubiera escuchado en su vida, y le abandono tendido en el barro en sus últimos segundos de vida.


Lilith regresó a sí misma tan alterada que tardo unos segundos en reconocer el puente de mando. En silencio todos los oficiales la observaban con la sorpresa y el desconcierto en sus rostros. Todos excepto un hombre, el verdugo de la familia de Enardel, que seguía plantado frente a ella con la misma sonrisa cínica y divertida del recuerdo.

No le permitió hablar. Le dijo que le llamaría en unos minutos y corto la comunicación holográfica. Olvido el protocolo y caminó directamente a la zona oscura del puente de mando, ignorando las peticiones de sus oficiales con un gesto que no admitía replica.

Encontró la consola de Enardel vacía. Sobre el teclado había dos jirones de tela, los emblemas del Nuevo Imperio Galáctico del traje de Enardel y su muñequera de comunicación. Apretó los emblemas en su mano y dio un violento puñetazo a la consola. En la pantalla vio una consulta de datos referente a la nave de transporte de la misión y los leyó, lanzando una profunda exclamación.

Fuerzas especiales independientes… información clasificada… nombres desconocidos… informe de misiones secreto… unidad fundada por el Nuevo Imperio Galáctico… proyecto clasificado… bajo la supervisión del senador Mossul… inmunidad diplomática

Eran una unidad fantasma al margen de la ley, amparada por el Nuevo Imperio. Mercenarios que iban de genocidio en genocidio manchándose las manos de sangre por otros, que jamás podrían ser detenidos ni juzgados. El corazón se le oprimió al pensar en Enardel. Se había alistado en la marina imperial para combatir a las mismas personas que asesinaban inocentes, y ahora descubre que los asesinos de su familia trabajan para y según los planes de un senador corrupto del Nuevo Imperio Galáctico.

Regresó a la plataforma de mando sabiendo lo que debía hacer, apenas le quedaba tiempo.

Enardel viajaba por uno de los tubos deslizadores del crucero. Un conducto de transporte que impulsaba a las personas mediante una corriente de aire a presión. Cuando escucho la alarma de emergencia. Se bajo en la primera salida, programó el tubo de transporte para llevarlo al hangar, activó la cuenta atrás del impulsor y continuó a pie. La alarma seguía sonando, sin que dijeran el motivo. No le hacía falta saberlo, era él.

Desenfundo su antiguo revolver. Un arma arcaica de seis balas de un calibre especial, equipada con un cañón láser secundario bajo el principal. Martilleo el percutor y siguió caminando sin prisa apuntando al suelo. Por los pasillos se encontró con algunos marineros, que hicieron todo lo posible por pasar lo más apartado de él. Por su reacción de sorpresa ninguno sabía nada, aún. Eso le daba un poco de tiempo.

Llegó a la sección de camarotes de los pilotos sin el menor incidente. El silencio del lugar le indicó que era el preludio de la acción. La alarma no sonaba ahí y las luces se habían atenuado. Las puertas de emergencia sellaron la sección tras él, pero no le importo.

Una vez en su camarote, una pequeña habitación cuadrada metálica gris con una cama, un armario y un espejo, por lo demás vacía. Se desnudo frente al espejo. Entonces reparó en las cicatrices de los disparos láser, que le habían quedado en el abdomen y en el pecho izquierdo. Se las toco como si quisiera comprobar que existían y cerró el puño con rabia.

De un compartimiento secreto del armario sacó un uniforme negro y rojo con el que se vistió. Era un traje de piloto del Imperio Sombrío. Lo único que pudo recuperar de la devastación de su hogar al regresar a las ruinas. Era un traje muy gastado, más grueso y compacto que el del Nuevo Imperio. Se ceñía al cuerpo, aunque su aspecto exterior era el de un uniforme de gala un tanto informal. Estaba trazado en líneas rectas duras, con hombreras y el cuello alto. Las solapas en punta hacía arriba le llegaban hasta las orejas. El color negro del traje era profundo y reluciente. Las líneas rojas magnéticas gruesas. En cada brazo se lucía con orgullo el emblema del Imperio Sombrío, un planeta negro alrededor de un espacio rojo. Por último fijó los guantes y botas al traje, éste se activó y aisló su cuerpo del exterior. El sistema de soporte vital empezó a funcionar y varias agujas se clavaron en las venas a la espera de volcar las substancias necesarias. Entonces, finalmente recogió su espada de energía y se la colgó de un compartimiento especial a la espada del traje.

Se miró un instante al espejo y abandono el camarote revolver en mano.

- Estás muy guapo hermano – Sandra le sonrió apoyada en una de las paredes al lado del camarote. Era una chica de 25 años exótica. De estatura mediana, fuerte para ser mujer. Pelo corto verde, grandes ojos azul y rojo de forma casi oriental, piel castaña suave, boca de labios carnosos con una sonrisa preciosa, y una mirada de fuego puro. Vestía un traje de combate azul marino. Cargaba consigo un cañón táctico de infantería personal, sin duda robado. Era un arma salvaje. Se instalaba desde la espalda hasta la muñeca. Portaba un generador de energía propio, un brazo mecánico amplificador sobre él del tirador y un cañón enorme, que se sostenía mediante dos mangos. Terminaba en cuatro largas palas de conducción dispuestas en forma de rombo, con un pequeño espacio entre ellas y el interior. Alrededor de toda la maquina se repartían pequeños impulsores encendidos en todo momento, que ayudaban al tirador a conducir el cañón con una relativa soltura, sin sentir su tonelada de peso.

- Es peligroso que estés aquí – Dijo Enardel con una seriedad tajante que le borró la sonrisa de golpe-, deberías marcharte, hermana.

- Cuando yacía moribunda a las puertas de la muerte tú fuiste el único que escuchaste mi voz y luchaste para salvarme – Dijo en un tono de madurez impropio de su edad-. Mis hermanos murieron con todo cuanto amaba al igual que tú. Pero me devolviste la vida, la esperanza, y me enseñaste a luchar. Ambos somos hermanos unidos por la muerte. Tú eres todo lo que amo en este universo. Tu destino es el mío.

- No hace falta matar a nadie – Enardel le sostuvo la mirada modificando el regulador de potencia del cañón-. Ellos no estuvieron allí.

- Tampoco me ayudaron – Sandra lo acepto de mala gana, frunciendo el ceño.

- Dales tiempo, algún día despertarán – Le dio una palmada en el hombro -. Vamos hermana, el momento ha llegado.

Caminaron juntos en la oscuridad intermitente. La luz roja de emergencia era la única que funcionaba en la sección de camarotes. Pasaron varios compartimentos en silencio hasta que el sonido de un tumulto de pisadas corriendo se fue haciendo cada vez más audible. Un pelotón de soldados de infantería con trajes completos de combate, escudos de energía activados alrededor del cuerpo y ametralladoras láser irrumpieron en formación por el pasillo frente a Enardel. Avanzaban hacía él lentamente aputandole con las ametralladoras láser. Este les dedico un saludo con la cabeza y giro el siguiente pasillo a la derecha ignorándolos.

- Habéis venido a por algo – Sandra apareció de las sombras, tras el pasillo por él que había venido Enardel. Les apuntaba con el cañón con una mirada desafiante. Los soldados desconcertados por unos segundos cerraron filas y le apuntaron a ella. El cañón empezó a cargarse produciendo un estruendo. Las luces de los pasillos y todas las maquinas se volvieron locas, mientras un brillo cegador se iba acumulando en las palas del cañón-. Aquí lo tenéis.

Una descarga brutal de energía fue escupida por el cañón. Los rayos alcanzaron las cuatro caras del pasillo, rebotando en ellas, penetrando en los escudos de los soldados, que caían al suelo entre convulsiones y gritos. Se hizo un breve silencio y un segundo grupo llegó al pasillo. Sandra volvió a cargar el cañón y los soldados abrieron fuego indiscriminado sobre ella, quién respondió con una segunda descarga cargando contra ellos.

El sonido del tiroteo se fue haciendo más lejano, a medida que se acercaba a la sección del hangar. Las luces de los pasillos volvieron a encenderse al máximo. Al fondo de pasillo, a unos cien metros vio la enorme puerta del hangar abierta. Por ella avanzaban 50 soldados en 5 filas hacía él. Volvió a girar a la derecha, y de ambos pasillos contiguos salieron más soldados. Ninguno hizo el menor gesto de ataque. Se limitaban a cerrarle el paso, empujándole hacía el punto muerto, la salida de emergencia al exterior al frío espacio.

- Lo he visto todo – La voz de Lilith resonó en su mente, con una ansiedad que nunca antes había escuchado en ella.

- Lo sé – Las opciones se agotaban, iba directo a la salida de emergencia.

- Tienes que volver.

- Sabes que no puedo – Se plantó a unos metros de la puerta de emergencia. Decenas de soldados se detuvieron detrás de él a la espera de una orden. Sus respiraciones entrecortadas por la tensión eran un coro. Por más soldados que fueran, temían al misterioso hombre que les daba la espalda empuñando un revolver arcaico en la mano.

- No puedo permitir que continúes esto, morirás.

- Ya estoy muerto, ahora deben morir ellos.

- La venganza no devolverá la vida a tu familia.

- Es cierto, pero salvara la vida de otras.

- Es mentira y lo sabes, vas a morir inútilmente en ese pasillo. Jamás llegarás al hangar. Por favor, no me hagas dar la orden y vuelve conmigo. Te necesito.

- La última esperanza de los hombres murió con el Imperio Sombrío. Me he engañado toda la vida pensando que luchando por éste, las cosas cambiarían, ya no puedo vivir de ilusiones por más tiempo.

- Entre vivir en este mundo, o morir luchando por recuperar lo que un día fuimos, elijo lo segundo.

Dio un violento puñetazo con la mano izquierda al cristal, que protegía la palanca de la puerta de emergencia. Y antes de que los soldados pudieran reaccionar, la estiró con todas sus fuerzas. La puerta previa de protección se cerró de golpe y la de emergencia se abrió. Enardel salió expulsado al espacio bajo el planeta de fuego como telón de fondo.


En el espacio, el escudo del traje se activó a escasos centímetros de su piel. El frío era mortal y apenas había una bocanada de oxigeno en la burbuja del escudo. Apuntó hacía el planeta con el revolver, efectuó un primer disparo que redujo su impulso hacía él, un segundo que le detuvo y finalmente un tercero que le volvió a acercar a la cubierta del crucero estelar. Sintió las drogas del traje correr por sus venas, tratando de darle una vida que se le escapaba. Temblando efectuó el cuarto disparo, para impulsarle hacía la salida de un hangar secundario a un lado del crucero, el suyo. Durante el trayecto su cuerpo se convulsiono en una agonía de dolor previó a la congelación y al ahogamiento. Disparó por quinta y última vez sin saber realmente hacía dónde iba, hasta que se estrelló contra el suelo del hangar, una vez la gravedad del crucero le atrapó.

Permaneció unos segundos en el suelo, el traje estabilizo sus constantes vitales y pudo volver a ponerse en pie. Corrió sigiloso hacía el interior. Pronto vio su caza. Una nave negra alargada de grandes alas, con la cabina un poco por delante del centro, con decenas de dibujos rojos a la izquierda de la entrada, indicando los derribos realizados.

Vio las piernas de su viejo amigo, el mecánico, operando en la parte baja de la maquina. Continuó sin que reparara en él, y alcanzó la entrada del hangar individual. Activó el cierre de invasión y rompió la consola de mando con la culata del revolver.

- Fin de trayecto cachorro – El viejo le sorprendió detras él con una pistola láser apuntándole. A pesar del mono de trabajo, la suciedad, la edad, el pelo canoso desaliñado y la barba descuidada. Era el hombre con mayor respeto del crucero, y ahora no jugaba con él-. Dame la pistola ahora mismo. No voy a dejar que te jodas la vida. Tienes amigos que te quieren y una mujer que te ama, estás a punto de perderlo todo.

- Cuida de ella, por favor. Te prometo que volveré. – En apenas unas décimas, Enardel empuñó el revolver contra el viejo, y le disparó a su pistola láser. Perplejo, sin tiempo de reacción, le noqueó de un gancho de izquierda. Lo cogió evitando su caída al suelo, y lo llevo en brazos hasta el panel de rearme del hangar. Acercó su cabeza con un ojo abierto al lector, que confirmo su identidad y abrió el programa.

Una serie de brazos mecánicos recogieron el caza, y lo situaron en la pista de lanzamiento flotando. Los compartimentos de la parte baja se abrieron y empezó la recarga. La pila de energía fue sustituida por una nueva, se instalo una dotación completa de misiles caza – caza, caza – nave capital, y finalmente dos torpedos nucleares. Las compuertas inferiores se cerraron. Entonces se acoplaron tres tanques de combustible sólido adicional, mientras la manguera con el tanque interior lleno se retiraba.

Los soldados llevaban unos minutos perforando la puerta con sopletes láser. No llegarían a tiempo. Lilith trató de volver a comunicarse con él, pero bloqueó su pensamiento revistiendo su mente de un escudo mental impenetrable.

Se encaramó a la cubierta del caza con un poderoso salto. Entró en la cabina, el traje activó las líneas magnéticas y quedo sellado al asiento. El líquido respirable que amortiguaba los G de gravedad empezaba a llenar la cabina. El blindaje empezó a cerrarse por encima de la cabina, que se hundía en el interior del caza. Encendió los controles. La reproducción virtual del exterior, se visualizó en toda la superficie lisa de la cabina. Mientras con una mano iba operando los sistemas, con la otra se hizó con los mandos de vuelo, y fue dando impulso al motor principal que se iba calentando.

La puerta del hangar cedió ante el soplete láser. Los soldados entraron en tromba disparando contra el caza. El escudo de energía del caza los desviaba sin el menor esfuerzo.

La orden de retirar los brazos de amarre fue cancelada desde el exterior, era Lilith. Encendió dos de los motores de combustible solidó y dio el primer impulso de gas de advertencia. El caza entero tembló por el choque de fuerzas entre los motores y los brazos. Los soldados retrocedieron para evitar ser calcinados por el fuego que inundaba el hangar.

Bajó los motores al mínimo para dar un violento impulso de golpe, y repitió la operación varias veces. Los brazos chirriaron, pero no cedieron. Encendió el tercer motor de combustible sólido, y dio máximo impulso con todos los motores. La propia estructura del crucero se estremeció. Bajo el impulso y le dio un nuevo golpe de potencia. Los brazos cedieron y los arrastro unos metros, produciendo una cascada de chispas hasta que terminaron por soltarlo antes de salir del hangar.

Voló directo al planeta de fuego, adoptando un rumbo en orbita a él de constante aceleración. Una escuadra inició la persecución. Gracias a la potencia de los motores adicionales se fue distanciando lentamente de ella, pero sin lograr salir del rango de alcance. La presión G comenzaba a ser muy fuerte, aún con el líquido amortiguador que respiraba. El planeta resplandecía precioso bajo sus pies, sacudido por las erupciones del océano de lava y las tormentas de fuego.

- Piloto Enardel – La voz militar de Lilith irrumpió en la radio -. Acaba de realizar un despegue ilegal de acuerdo con la reglamentación de la marina imperial. Se le acusa de insubordinación, e incitación a la rebeldía. Le ordeno que regrese ahora mismo para ser sometido a un consejo de guerra. De lo contrario me veré obligada a usar la fuerza.

- Adiós, Lilith – Paso la mano por encima de la cámara de la cabina, en un gesto cariñoso antes de apagar la radio. Dio más impulso a los motores y se alejó de la orbita del planeta, catapultado a una terrible velocidad directo al sol.

Tras limpiarse las lagrimas y recuperar la compostura, con un nudo en el estomago, Lilith llamo al comandante de la nave de transporte. El verdugo no tardo en aparecer holográficamente frente a ella, con un gesto frío y enojado. Espero a que ella le hablara.

- Tenemos un problema – Dijo Lilith mirándole a sus ojos negros con firmeza, resistiendo el asco y odio que le daban-. Uno de mis pilotos ha perdido razón, ha desertado y se dirige hacía su nave para atacarla.

- Entonces el problema es suyo – Dejo pasar unos segundos antes de contestarla. Entonces endureció los labios sin la menor sonrisa, ausente del menor sentimiento-. Ha estallado una tormenta solar. En unos minutos se nos echara encima a ambos, y ese pobre diablo se freirá ahí fuera. Cuando lleguen para escoltarnos vuelva a llamarnos, y por favor, no vuelva a molestarme más.

No tuvo que volver a encender la radio para saber lo que querían decirle. Los sensores del caza se habían vuelto locos por la tormenta solar. Una ola de fuego y radiación que pronto le alcanzaría. La alarma de amenazas advirtió del lanzamiento de misiles. La escuadra que le perseguía había disparado una lluvia de misiles caza – caza contra él, que le iban a alcanzar en poco más de un minuto. Querían forzarlo a rendirse para que desarmaran los misiles.

Accedió al ordenador de abordo, entró en los protocolos de seguridad, y desconectó los límites de aceleración ante el riesgo de muerte del piloto. Lentamente fue moviendo milímetro a milímetro la palanca del acelerador. El primero de los tanques de combustible adicional se soltó vacío. Los misiles empezaron a recortarle la distancia más despacio. El corazón le latía a un ritmo frenético, tenía que emplear todas sus fuerzas para mover la palanca del acelerador. Cada segundo era una lucha por mantener el conocimiento y la vida a pesar de las drogas. La visión del sol desapareció oculto por la colosal ola de la tormenta solar a la que se dirigía.

En el crucero estelar Lilith hacía los preparativos para resistir el impacto de la tormenta solar. Las escuadras de cazas regresaban, y todas las oberturas exteriores eran selladas por gruesas capas de blindaje, mientras se concentraba gran parte de la energía en el escudo protector.

Cerrando las compuertas de los hangares, una nave de abastecimiento para cinco cazas salió en el último momento. La pilotaba Sandra, que agotado el generador del cañón, aprovechando el caos generado por Enardel, escapó de los soldados por los conductos de aire. No llegaron a establecer un canal para advertirle de la tormenta solar, Sandra salto con la nave de abastecimiento a un lugar indeterminado fuera del alcance de los sensores.

A punto de colisionar con la tormenta solar, Enardel expulso los tanques de combustible adicional ya gastados. Apagó los motores y todos los sistemas de la nave, incluido el soporte vital, transfiriendo toda la energía al escudo frontal.

El impacto contra la tormenta desató un terrible infierno. Una corriente de energía traspasó la nave, produciendo un gran número de cortocircuitos, aún con los sistemas apagados. El escudo por más fuerte que fuera no filtró todo el calor ni la radiación. El blindaje exterior comenzó a fundirse capa a capa, el líquido que le envolvía se torno abrasivo y tuvo que contener la respiración para no quemarse. El escudo del traje se volvió a activar, tratando de protegerlo, pero el líquido de la burbuja prácticamente ardía. La fuerza de la tormenta luchaba con la inercia del caza para arrastrarlo consigo. Sin más opciones, aún a riesgo de explotar encendió el motor principal de energía, tratando de mantener el rumbo. Sonaron mil alarmas, decenas de luces indican fallo, se ahogaba, el blindaje exterior se consumía y el escudo perdía fuerza, sin que llegara a ver el fin de la tormenta solar.

En el puente de mando del crucero todo regresaba a la normalidad. La tormenta solar apenas había causado daños menores, aunque nadie hablaba. Todos pensaban silenciosamente en Enardel. Lilith daba instrucciones para continuar el vuelo hacía la nave de transporte, ordenaba a las escuadras volver a salir para patrullar la ruta de viaje y supervisaba todo, sin que pudiera evitar revisar constantemente las lecturas de los sensores en busca de la nave de Enardel, al igual que todos en el puente de mando. Los minutos se sucedieron en una angustia terrible, hasta que el oficial de sensores estrategicos se pusó en pie sobresaltado.

- ¡Es él, ha sobrevivido¡ - El griterío se adueño del puente de mando por unos instantes, pero el semblante serio del oficial de sensores hizo temer lo peor-. Oh dios mío, casi ha llegado a la nave de transporte. Llega por detrás en rumbo de intercepción. Tiempo estimado: 30 segundos.

Lilith llamo de inmediato al comandante de la nave de transporte.

- El piloto desertor está a punto de atacarlos por detrás – La hostilidad en los labios del comandante cambió radicalmente, para sonreir igual de divertido que cuando se río de Enardel en el prado-. Tiene dos torpedos nucleares y no podemos detenerlo.

- Yo lo haré… - Le cortó la comunicación con una mueca en su sonrisa.

La nave de transporte encendió sus motores a máximo impulso. Las baterías de torretas láser anti-caza se desplegaron. Entonces apareció Enardel. Amparado por la estática de la tormenta solar, no pudieron detectarlo hasta tenerlo encima. Todas las baterías de la parte posterior se giraron, y escupieron una tormenta de ráfagas de fuego láser contra el caza, que volaba en rumbo kamikaze contra los motores esquivando los disparos.

Justo antes de impactar, después de traspasar el escudo protector, el caza disparó un torpedo nuclear contra el motor principal, y continuó el vuelo por encima de la cubierta del transporte. La parte posterior de la inmensa nave de transporte de un kilómetro de longitud explotó salvajemente desintegrándose por completo.

El puente de mando, situado en la punta del transporte era un hervidero de gritos y heridos, por las explosiones en cadena desatadas por toda la nave. Cuando el caza de Enardel les pasó por encima a escasos centímetros. El comandante ajenó al desconcierto de sus hombres, caminó unos pasos con su cuervo al hombro hasta el cristal del puente. A lo lejos vio el caza con el blindaje en un estado lamentable darse la vuelta antes de detenerse. Quería saber quién era ese hombre. La cúpula de la cabina del caza se abrió, y su piloto se puso en pie con orgullo protegido del espacio por el escudo del caza.

Ambos se reconocieron mutuamente y observaron con atención unos interminables segundos. Lanzado el desafió, Enardel cerró la cúpula del caza y el comandante se volvió a sus hombres. Les ordenó embestir con el máximo impulso de los motores de apoyo al caza que tenían delante.

La gigantesca mole herida de la nave de transporte se puso en marcha directa al caza, y éste se lanzo contra la nave de transporte para jugar la última mano. El comandante abandono en silencio el puente mando cerrando las puertas tras de sí. Sin tiempo para esquivar a la nave, Enardel disparó el torpedo nuclear.

Una devastadora explosión transformó la nave de transporte en una gigantesca bola de fuego, de la que emergió triunfal el caza de Enardel.

No habían pasado unos segundos cuando las alarmas de misiles sonaron de nuevo. De la bola de fuego emergió un segundo caza negro en rumbo de intercepción. Enardel giro 180 grados el caza, disparando las ametralladoras láser contra los misiles, arrojando los suyos propios. El segundo caza igualó la posición. Ambos uno frente al otro en constante giro a una pequeña distancia se dispararon a muerte. Enardel lanzó una lluvia de misiles, y cargó contra el caza sin dejar de disparar con los cañones láser. El segundo caza le devolvió la jugada y ambos se esquivaron in extremis. La explosión conjunta de sus misiles los sacudió dañando sus sistemas.

Enardel atacó al segundo caza sin darle tiempo a volverse en rumbo de colisión. El comandante en vez de apartarse se giró y abrió fuego a discreción. Ambos cazas se machacaron en una lluvia mortifera de fuego láser. Enardel pasó por debajo y ambos se volvieron a girar. La igualdad de sus habilidades hacía de sus ataques un continuo empate. En el último choque, el caza de Enardel, agotado por los esfuerzos anteriores se quedó sin energía a merced del comandante. Éste le propino una ráfaga de láser que termino de dañarlo por completo.

Con la victoria en sus manos, igualó el rumbo a la deriva del caza de Enardel, para situarse a escasos metros frente a su cabina. Quería verlo una vez más, antes de volver a quitarle definitivamente la vida.

Cuando se abría la cúpula de su cabina e incorporo. Vio a Enardel correr por encima de la cubierta de su caza, con la espada de energía de haz rojo desenvainada, pronunciando un rugido desgarrador que se grabo a fuego en su mente, más fuerte que el anterior unos años atrás. Se serenó llevando la mano a la empuñadura de la pistola láser, dispuesto a repetir el choque. Enardel cruzó la distancia entre los cazas con un salto suicida, y una vez aterrizó en el del comandante continuó su carrera por la cubierta. Su rostro estaba desencajado por la rabia y la furia que le consumían. El comandante desenfundó la pistola láser apuntando al corazón de Enardel. Cuando iba a oprimir el gatillo, un golpe seco le empujó contra el asiento. Incrédulo, con la boca de la pistola láser sobre el corazón de Enardel, no logró pulsar el gatillo. Por primera vez en su vida tuvo miedo, bajó la mirada a su pecho, vio que la espada de energía le había empalado contra el asiento. Furioso alzó la vista buscando la mirada de Enardel, lanzó su último rugido y pulsó el gatillo de la pistola láser. Pero Enardel más rápido le hundió la espada hasta la empuñadura, el movimiento mortal del comandante murió con él antes de llegar a la mano.

Enardel rugió triunfalmente con todo el dolor que había acumulado a lo largo de los años. En pie sobre la cabina del comandante muerto por fin. La onda de choque psíquica fue tan grande que alcanzó a todos en el crucero estelar y las escuadras. Lilith en la distancia lloro de la emoción, mientras la primera escuadra le sobrevoló. Nadie acababa de creer lo que había hecho.

Lentamente recuperó la espada del cuerpo del comandante muerto, la envainó en la funda de la espalda y se impulsó de vuelta a su caza. La nave de abastecimiento robada por Sandra apareció detrás, después de un salto, en rumbo de acoplamiento. Enardel cerró la cúpula del caza mirando al sol y ambos saltaron a lo desconocido.

Comenzaba la leyenda de “The Singer of The Death”.
Meladius01 de febrero de 2008

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