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Las Manos.

Hacía semanas que no había regresado. Todo aquello podría haber sido motivo de risa, signo de azar. Pero lo cierto es que ya empezaba a doler. Dolía cada atisbo de rutina, dolía pensar que el curso de las cosas se mantendría inmune a las despedidas. La sangre no para las guerras, ¿mis lágrimas acaso detendrían el tiempo y su suceder?
Eran tiempos distintos, yo era distinto. Aunque me doliese reconocerlo seguía esperando a mi compañera. Aunque mi virilidad se deshiciera con tan sólo reconocer mi terrible miedo a la muerte y a su naturaleza indescriptible, lo cierto es que seguía esperando. Absorto en el manto de nubes, a merced de aquella playa desierta, frente al inmenso vacío que me ofrecía aquel torrente de aguas negras.- El tiempo continúa imparable.-Me dije.
Decidí abandonar aquellos pensamientos, me erguí y comencé a caminar bordeando la orilla, cuidando de no entrar a formar parte de ese terrible sentimiento de putrefacción. Pero lograba alcanzarme casi por inercia.
Mis manos. Algunas veces miraba mis manos, con cariño. Observaba mi lunar de la palma derecha, mis dedos carcomidos por mi imparable afición de morderme las uñas. –Son mis manos- pensaba- y algún día serán devoradas por gusanos.- Sentía pavor. Una mezcla de enfado, de terror, de impotencia.
-¿Dónde están tus manos, Alba?-El silencio intermitente se colaba entre los golpes de las olas.
Alba había muerto hacía algunas semanas. Podría haber sido motivo de risa, signo de azar. Pero lo cierto es que empezaba a doler.


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Mi3huella16 de agosto de 2013

2 Comentarios

  • Buitrago

    Muy entretenido, me ha gustado
    saludos

    Antonio

    16/08/13 02:08

  • Mi3huella

    Muchísimas gracias Antonio.

    17/08/13 05:08

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