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Tuberculoso.

Caminaba con los volantes ennegrecidos de su atuendo enfermizo. Trabándose con su lengua tragaba resentido, con los cabellos desgastados y la barba cubriendo sus ansias. Con el vapor bailando sobre aquel lago y con los primerísimos rayos de luz, rozaba sus pies con las hojas mojadas del bosque. Había abandonado las cadenas y los menesteres de sanatorio, sin embargo sabía que aquellas mujeres seguirían observando el verde desde la terraza de la cárcel, escuchando el vapor ascendiendo al cielo y conteniéndose el alba mientras escuchaban gritos desesperados en una lucha contra las ramas, la luna y el viento. En una lucha desde las camas.
Harto de ver carretas repletas de cuerpos inertes cada jueves saliendo de aquel lugar decidió escapar con la cara comida y los huesos sangrando, perdiéndose con parsimonia entre los arbustos verdes, sabiendo que no quería acabar entre retales de dolor en una fosa común. Sus cabellos se embelesaron cuando llegó a pie de lago, se enamoraban como si fuesen los cabellos de una niña. Se enamoraban de su madre que habitaba preocupaciones a miles de kilómetros de distancia en cualquier rincón oscuro de una habitación agrietada por las bombas de una guerra.

Lejos ya de una cárcel en la que los tubérculos imputaban a cientos de inocentes en un juicio contra la vida, recordaba las conversaciones de los enfermos, recordaba como su compañero Ezequiel dijo querer irse al amanecer. Se fue. Con el rodar de una carreta, se iba, pero no de la forma que se había ido el loco del lago.

El se marchó sobre un par de pies débiles, olvidados.

Comenzó a avanzar y su piel pálida se mezclaba con el verde, y sus telas blancas se iban enverdeciendo... temblando, en silencio... Se dejó ir, se llevó el marchar, descendió a clavar, respiró al tragar. Dispuesto a permitir la presencia de la muerte, intentó morir. Intentó morir...
Mi3huella14 de octubre de 2011

1 Comentarios

  • Agora

    intentó...
    tremendamente bello!

    21/10/11 02:10

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