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Viuda. Con El Alma Sangrando.

Aquella hilada cobro vida y emergió en su desnudez, adentrándose en el vacío de aquella habitación.
Los felinos la observaban flotar, se relamían observando cómo un hilo flotaba en mitad del salón mientras en el jardín llovía.
De inmediato la dueña de aquella casa descendió por la escalinata con los cabellos furiosos y el rostro extasiado. Lo volantes de aquel gran vestido temblaban a cada paso. Su tez pálida se ensombrecía con sus lloros y su sonrisa frenaba las dagas.
Una vez en el recibidor decidió avanzar temerosa hacia la puerta acristalada, observando los cielos trinar con cierto desasosiego.
Al fin escogió abandonar el interior del casón, sus faldas se poblaron de barro y sus lágrimas se unieron con la empolvada agua proveniente del cielo.

Llego al final de la senda, se detuvo en la posada conteniéndose el lloro.



Con la última gota de aquella leve tormenta de abril, emergió su última palabra.

De su última palabra germino un objeto punzante, callo al suelo emitiendo un ruido.
Parecía espiga, parecía piedra.

Silenciosa lo observo lentamente se abalanzó sobre si, arrodillada.

Lo acaricio. Menos enérgica que cuando salio regreso a casa con los primeros rayos de sol. Sus pies se mancharon de sangre. Todos los gatos muertos.
Habían luchado por juguetear con aquel hilo que continuaba flotando en mitad del salón.

Los volantes de su vestido ahora rojos, en su intensidad más dura, más fuerte.

Heroica y con los gatos aun palpitando se alzo con aquel cordel y con el instrumento se cosió el alma. Su vagina sangrando, hermética, remendada.

Ahora era una viuda y como tal se sentaría en aquella mecedora observando la maleza. Con sus vestidos sangrados por los gatos, por sus palabras y su sexo. Observando la maleza con el alma sangrando.

Mi3huella09 de septiembre de 2012

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