El Hombre Ideal
22 de junio de 2009
por movisi
Para mí, por supuesto...ustedes, amigas, búsquense el suyo, que tanto. (No sirvo para celestina).
A ver, a ver...sin límite de edad estipulado, (por supuesto, mayor).
La historia que les voy a contar, se remonta a mi más temprana edad, cuando mis instintos comenzaban a despertar...
Con las últimas monedas, compré una revista, y me la llevé a casa.
Y ya no nos separamos. Ibamos juntas a todos lados,( en ella estaban las fotos de mi galán preferido: Michael Douglas), hasta al baño...especialmente, al baño.
Hasta que mi madre -mi loquísima y divina madre- se dió cuenta de que mi problema no era una diarrea crónica...
Fué entonces, cuando se hartó, y esgrimió su famoso y temible grito de guerra: see...terrrminó!, el cual no era broma, no. Exclamó lo mismo, antes de tirar a la basura el chupete, cuando yo se lo escupí, repetidas veces, y cuando empecé a despreciarle la teta. Y cuando a mi padre, a la tercera vez de llamarlo para comer, y él que seguía serruchando y martillando, sin darle bolilla, lo dejó sin almuerzo, regando todo el patio con la comida.
Y con ese lapidario grito -decía- agarró la revista de mi mesita de luz, y acto seguido la arrojó por el incinerador, que en esa época todavía estaba permitido. Y ardía, vaya que ardía, como un diario infierno.
-No! -grité para mis adentros- mi amor a todo color no puede tener semejante fín! No! - Entonces salí corriendo, y descendí -saltando escalones- hasta el segundo subsuelo del edificio, donde se encontraba el horno, inocente verdugo de mis juveniles calenturas, ja.
Tuve suerte...mucha. La revista había caído de espaldas, y la portada, todavía no había sido consumida por las llamas. Pude rescatarla, a pesar del hirviente dolor de mi mano y del olor a pelos quemados.
Era mía de nuevo, y esta vez, para siempre.
Aunque, eso sí, pobrecita...había quedado un poco chamuscada...
Estuviste veraneando en Pinamar, mi amor, me dije, apretándola contra el pecho, pero ya has vuelto a mí.
En que estabamos? Ah, si...el hombre ideal.
Morocho, pelo negro, eso...negro azabache. Aquellos cabellos que a contraluz de una puesta de sol no tienen reflejos rojizos ni amarronados, sino azules.
Y que sus ojos sean del color que la naturaleza le haya otorgado; lentes de contacto incluídos.
Pero chiquitos, profundos y que corten el aliento con el barrido de su mirada como los de un tigre, escudriñando desde la semipenumbra de su cueva.
Y que su boca, grande hasta la exageración como queriendo huir de ese rostro con forma de uva, esté hecha de carnosos y humedecidos labios, y su piel caliente, por dentro, pero que impresione a fría, por su lisura extrema. Y de un sensualizado tono, fruto de una alquímica mezcla de jugo de naranja, polvo de ladrillo y unas gotas de perlada tinta china.
Y...como es su personalidad?
La eterna pregunta, sin respuesta, porque cuando llega un cruce en la vida de dos seres, el "es" pasa a ser "fué", porque en ese punto -para bién o para mal- comienza el "somos". Y entonces, el pasado pierde su sentido -si es que alguna vez lo tuvo- y las experiencias vividas ya no nos sirven.
Porque es un nuevo despertar...y las valíjas deben estar vacías, para hacer más liviano y llevadero el camino a desandar.