Lunas sin soles, campos quemados,
un olor a añejo a soledad.
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Tumbas de flores secas, grises,
un silencio sepulcral intenso
arrastrado por la brisa fría,
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noches vacías, silvando el viento
penetrante sensación de angustia,
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instancia paradisíaca del hombre
que por recordarse a sí mismo
emite acordes, para desplegar signos
y así, hacer notar que todavía existe.
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Seres que su latir ya no late,
pudriendose entre gusanos malditos,
deglutiéndoles los huesos, inmóviles,
seres inberbes consumiendose en la nada,
indefensos ante la gala de la muerte
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vestida de percal, lujuriosa y cruel,
tragándolos sin masticar, sin pena,
seres que alguna vez fueron carne
seres que hoy, solo son recuerdos.