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El Espejo

Abro la puerta de la habitación, apenas entra luz por la ventana. Estoy completamente desnuda. Paseo la mirada, esperando encontrar el objeto por el que estoy ahí: un espejo de cuerpo entero. Cojo aire y entro conteniendo la respiración, como si fuera un crimen romper aquella calma matinal. Lo expulso lentamente por la boca al llegar al espejo. Me miro, ¿esa soy yo? He cambiado mucho desde anoche. Parezco más esbelta, más bella... pero también más frágil. Esta noche lo ha cambiado todo para mí.

Hacer el amor. Esas tres palabras no alcanzan a explicar lo que sentí. La media sonrisa desencadenante del primer beso, el suspiro de satisfacción al dejar de contener las ganas, el lento descubrimiento de nuestros cuerpos, las manos entrelazadas al terminar de hacerlo, las tiernas caricias en la espalda y el abrazo antes de dormir, pasando el brazo por su cintura y estrechándola levemente contra mí solo para sentir que es real. Despertar en esa misma cama y verla ahí, a mi lado, durmiendo plácidamente. No pude hacer otra cosa que sentir que tanta belleza no puede ser verdad, que su desnudez es el mejor de los vestidos. El beso que me diste al levantarte, deseé que se parara el tiempo.

Te has ido. Bastó ese dulce beso en los labios para comprender que te alejabas de mí. Necesito entenderlo. De vez en cuando hablábamos de aquella posible despedida; decías que te irías en caso de que pudieras hacerme daño. Ha sido la mejor noche de mi vida, ¿qué daño ves en eso? ¿De qué tienes miedo? Te lo pregunto mentalmente mientras clavo la vista en los ojos de mi reflejo, parecen tan seguros... tal vez mi imagen no es consciente de la tormenta de sentimientos que se cierne sobre mí.

Bajo la mirada y sigo inspeccionándome. Poso mi mano sobre el cuello, recordando el calor de las tuyas. La voy bajando lentamente, haciendo el mismo recorrido que hizo tu boca la noche anterior, acariciándome el hombro, la clavícula, los senos... deslizándote sin prisa por mi vientre, saboreando cada centímetro, impregnándote de mí; tal vez anoche ya eras consciente de la despedida. Sigo bajando hasta el ombligo, lo rozo y recuerdo tu beso, tu desliz aparentemente inocente y provocativo hacia mi cadera, acariciándome los muslos, instándome a que me entregara a ti. Abro ligeramente las piernas como hice entonces, consciente de que ya habías ganado la batalla, que mi rendición era completa y tus ganas inacabables, al igual que tu paciencia. Me enloqueciste al besar el interior de mis muslos, yo temblaba de deseo y tú querías hacerlo infinito. Terminaste acariciándome con la lengua, llegando a mi parte más íntima y haciéndome sentir un placer inimaginable. Al final, exhaustas las dos, suspiramos con el último beso, aquel que parecía decir: "buenas noches amor, duerme tranquila, mañana seguiré a tu lado".

Vuelvo a la realidad. Ahora el suspiro ha sido solo mío. Sigo desnuda enfrente del espejo, ya no hay nada que hacer. Cierro los ojos por un instante, prometiéndome que esta será la primera y última vez que piense en esa escena. Una vez recuperada la calma, decido ir a la ducha; el espejo no hará nada más por mí hoy.
Nanita02 de marzo de 2011

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