Si afirmando que el mar se aleja con la luna,
abandonando nuestras huellas sobre la arena
hubiera querido redondear el verso con ese ciclo.
Llunas que riman con el horizonte
y Horizontes enamorados de una palidez morbosa.
Pero, más allá de cualquier deseo, tú
presides la nada intermitente de los días,
y mi humanidad tan sólo responde al quiebro
del tiempo al cerrarse cada puerta
observado tu adiós.
Nada soy, afortunado en palabras, simple
en la presencia, menos de un verso, y algún
adjetivo, simplemente para no dejar de ser.
Me ausento de todo espacio por amor al silencio.
Pero más allá de cualquier poema roto en mi corazón,
nace el ave que canta en la alborada.
He sentido que con cada pálpito de los días
dejaba de ser, en lento peregrinaje.
Esos dedos rosados de la aurora
me concedían paz, pero me negaban la luz.
Detrás de cada árbol he dejado un beso.
Inútil acto para los silenciosos hijos de la noche.
Si vengo para verte aquí, tan sólo alcanzo a ser
palabra tras palabra, repetido soniquete primaveral,
o gota a gota de quien adivina su inconstancia.
Nunca fue verdad que Luna y Horizonte fueran amantes.
Lo supe cuando al mirarte señalabas al sol,
y dejabas tu sonrisa tras un pañuelo de seda.
Al igual que el poema, inventamos el mundo, ante
la dura serenidad de nos ser Horizonte ni Luna, ni juego
ni silencio, sino obligadamente Sol.