Te supe mirada y miré de nuevo
y no dijiste nada.
Días, en los que la carta era el eterno manantial
de donde nacía ese decir para no callarse nada.
Y al tiempo, los rumores de mil olas protegían
tu aliento en la lejanía.
Día a día, el ser se convertía en ave de doradas alas,
lento caminar, letra y texto que al compás nacían.
Ningún tiempo ha superado este mirar primero.
Es la detención de un espacio,
la búsqueda en un encuentro
y ese despertar en la Buena Persona;
árbol fecundo, acogedor momento, peine de un viento
que no agosta los sembrados de esperanza.
:)