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Maneras de Mostrar Amor; Físicamente

Se conocían de casi toda una vida o eso les parecía. Pero era hoy, cuando habían quedado para ir a cenar. Los dos se gustaban y sabían que habría después de la cena, cuál sería el postre. La última copa.

Él se ducho a conciencia y mientras lo hacía, empezó a pensar en ella. A tocarse, al principio tímidamente para a continuación dejar volar la imaginación y su mano, con todo lo que deseaba hacerle, hasta llegar a correrse. Después se limpió, con esmero, se secó, se puso desodorante, se limpió los dientes y eligió los calzoncillos con preocupación. Una camisa, los pantalones y el jersey. A las nueve habían quedado en aquel bar para tomar algo y quería ser puntual.

Ella, también se ducho pero sin tanta pasión. Esperaba poder desahogarse un poco más tarde. Abrió el cajón de las bragas y seleccionó las que le parecía que le hacían el culo más bonito, pensando en dejar caer el vestido y que él, quedara prendado de sus nalgas. Después un sujetador a juego y al final el vestido, no muy escotado ni muy corto. No quería parecer todo lo guarra que con él pensaba ser. Se maquilló a conciencia, se onduló un poco el pelo y se fue a calmar ese instinto animal que le empezaba a poseer.

El encuentro fue algo extraño, los dos estaban demasiado nerviosos, y eso les jugo alguna mala pasada por ambas partes, aunque la atracción era tan fuerte que no importo. Unas salutaciones cordiales y él, le preguntó:

-¿Dónde te apetece ir a cenar?- ¡Estás preciosa! Le susurró a continuación.

-Donde tú elijas me estará bien.- Respondió ella, pensando que le era absolutamente igual la cena.

La llevo a un restaurante pequeño, con una luz tenue y un hilo musical tranquilo. Pocas mesas, poco ruido y una vela en medio de la mesa. -Excesivamente romántico- comento él, al sentarse a cenar. Y la conversación fluyó, como fluyen los ríos, o los besos, cuando la pasión domina el momento.

-¿Cuánto hace que nos conocemos?- Preguntó.

-Una vida.- Respondió ella.

-Y desde de siempre he estado enamorado de ti. Siempre te he deseado.- Dijo.

-Pues aquí me tienes.- Sin tapujos reaccionó ella.

Ella se levantó al servició, con toda la intención de que él la observase. De arriba a bajo. Se imaginase, quitarle ese vestido azul turquesa de volantes. Con pausa, con excitación, casi por necesidad. Y al volver a sentarse, él le dijo:

-No he podido de dejar de mirarte el culo, las piernas. Toda. Con una infinitas ganas de invitarte a mi casa a tomar la última copa.-

-A que esperamos, pues.- Dijo ella.

Pagaron, y se fueron. Con prisas, cruzando la ciudad, los dos, corriendo, entre besos, morreos, lenguas cruzadas, manos debajo de la falda, en la nuca y todo un poco más duro y húmedo.

Abrió la puerta del piso a prisas. La agarró de la mano y la puso de cara a la pared, besándole el cuello, desabrochando el vestido, y continuar un beso a uno, espalda abajo, mientras el vestido se deslizaba sobre su piel, casi a la misma velocidad que su lengua. Ella, se apoyaba con las dos manos en la pared, sus pezones se erizaban y su coño empezaba a estar realmente mojado. Tenía el vestido por los tobillos, y el culo al descubierto. Él, se agacho, le aparto un poco el tanga y le empezó hacer un cunilingus para no olvidar. Ella tenía el culo un poco alzado y de puntillas, empezaba a bailar de placer. Las manos seguían en la pared, buscando una estabilidad que sus rodillas no lograban darle y empezó a gemir. De repente, él se levantó, le bajó en poco el sujetado para notar como de duro estaba su pezón, media teta quedo fuera y le dejó notar su paquete en su culo. La volteó y la empezó a besar en la boca, el cuello y en sus pechos. Ella, le desabrochaba el cinturón y seguidamente los pantalones. Le bajo un poco los calzoncillos y con su mano sacó su polla. Se agachó un poco y empezó a hacerle una felación con unas ganas casi barbaras. Él apoyaba un brazo en la pared mientras con la otra mano le tocaba el pelo, el cuello, las tetas. Al cabo de unos segundos, la levantó con fuerza, se miraron unos segundos a los ojos y la volvió a poner de cara la pared y con una excitación bestial la empezó a penetrar. Ella gemía cada vez con más fuerza y él resoplaba en cada empujón y con la mano le excitaba el clítoris, el culo. Todo estaba empapado. Seguidamente, se tiraron al suelo, él sentado y ella encima con la espalda arqueada dejando sus pechos en su boca para que los relamiera mientras la penetraba con la fuerza de un caballo desbocado. Agarrándola por la espalda y por el cuello. Galopando los dos, encima del deseo. Hasta romper ese clímax que parecía eterno, en un orgasmo conjunto, que los dejó devastados, besándose como si no hubiera un mañana.

Pegados en medio del comer con la ropa esparcida igual que deseos cumplidos y con ganas de no separarse en toda la eternidad. Que a veces, es lo que duran unos minutos.
Niebla20 de febrero de 2018

3 Comentarios

  • Voltereta

    Los minutos se componen de momentos y los momentos son los que dan vida nuestros sueños e incertidumbres. Un relato tan real como la vida misma.

    Un saludo.

    20/02/18 07:02

  • Remi

    Tensión sexual que al final se resolvió. Como dice Voltereta, tan real como la vida misma.
    Saludos.

    22/02/18 06:02

  • Niebla

    Gracias. Por suerte Remi...

    22/02/18 07:02

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