Una melena rubia ondulaba al viento. Era mía. Volvía a ser mujer. ¡Otra vez! Supuse, que debía estar soñando ¡Otra vez!. Me dejé llevar...
Vestía con una falda estampada, un top rojo en el que se permitía un estupendo canalillo y un dedo de barriga al aire, sorprendentemente plana y sin un pelo (¡lo que hay que ver!). Calzaba unas chanclas y un turbante obligaba a mí pelo a volar hacía atrás. Debía ser verano, supongo, si no es que estaba más loca o loco, o que sé yo ya, de lo que ya me creía. Andaba al lado del mar. Deba la mano a un hombre. Paseábamos como lo hacen los enamorados. Todo demasiado romántico a mi entender. Casi sin decirnos nada. Y al mirarlo, de golpe, me dí cuenta que el hombre también era yo. ¡Ay coño! O por lo menos, era alguien con mi físico. Intenté conversar para descubrir si era yo realmente o no. De normal hablo poco, en esa ocasión no dije nada. Solo era como una sombra en tres dimensiones y color. Así, no podía saber si lo era o no.
Desde mí cuerpo de mujer, maquiné diferentes opciones para descubrir si verdaderamente lo era. Pregunté si haríamos una siesta esa tarde; No hubo respuesta. Si nos bañaríamos en la playa al anochecer; desnudos. Tampoco. A mí disgusto, le propuse sexo. Y para mi suerte, ignoro o ignoré, la propuesta. No es que se me acabarán las ideas, si no la paciencia. Por eso, me despreocupe de seguir probándolo. Seguí andando a su lado, por ver si descubría algo más sobre mí. Pero nada. No logre conocerme más.
¡Qué sentimiento tan extraño este de ser mío! A mi que me queman las posesiones.
Normalmente; soy tuyo.
Que bonita frase: A mi que me queman las posesiones.