Dos días después, Paola levantó el auricular:

- Buenos días en que podemos servirle? (contestó una mujer al otro lado del teléfono, en un tono de voz muy sutil)

- Buenos días, disculpe ¿me comunico con la funeraria “felicidad para los nuestros”?

- Sí, ¿en qué podemos ayudarla señorita?

- Quisiera saber el precio de sus paquetes funerarios por favor

-Entiendo, antes de seguir con su petición, permítame hacerle esta pregunta: ¿ su familiar ya ha fallecido?

Paola volteó en dirección a su padre.

- No, pero me temo que muy pronto llegará la hora…

- Entiendo (la mujer quedó en silencio por dos segundos), Señorita podemos ofrecerle el paquete premiun, en donde el servicio funerario incluye…(prosiguió como si no hubiese escuchado nada).

En eso se escucha un golpe seco de fondo.

Paola voltea en dirección a su padre, y queda completamente asombrada.

Mario, se ha levantado de la mecedora y se queda mirando fijamente la puerta del jardín.

Paola, sostiene entre sus manos el teléfono, sin dejar de mirar a su padre.

La voz seguía hablando por el auricular.

- ¿Papá? (dijo Paola asustada)

En eso, se escucha un chirrido, la pequeña puerta de metal se abrió lentamente.

- Tú…(dijo Mario)

Una mujer había abierto la puerta lentamente; entró al jardín y dijo para sí.

- ¡Qué lindo clavel me has regalado!

Era una pequeña anciana, llevaba un sobretodo de gabardina negra, sus manos se encontraban cubiertas por unos guantes de terciopelo blanco, llevaba un sombrero del mismo color. La cabellera era tan oscura como su traje. Su piel, era tan blanca como la de una muñeca de porcelana.

- Volviste, por fin volviste (dijo Mario, en un tono de voz muy bajo; dos lágrimas le brotaron de sus ojos).

- Creo que nunca olvidaste que los claveles son mis flores favoritasÂ…

- Nunca olvidé tu fragancia (dijo Mario)

- Y yo nunca olvidé tus recuerdos (contestó la mujer).

Los dos se encontraban inmóviles; Paola se encontraba al fondo del salón, con el teléfono en mano todavía.

- RebeccaÂ…mi hermosa Rebecca (dijo Mario).

Hubo un largo silencio entre ambos.

- El amor no tiene sentido que valga (respondió la mujer).

- Siempre supe que vendrías…

- Siempre escuché tus latidos… (contestó).

No la vió, no la tocó, no la sintió, no la degustó, no la olió. Sólo el recuerdo de sus latidos, fueron más que suficientes para despertar en él, el último sentido que los humanos olvidamos “la intuición”

Es que en este mundo, los sentidos corporales, muchas veces no son más que trabas, para el verdadero valor del ser humano

Y así quedaron aquellas dos almas viéndose dentro de la oscuridad de una tarde de invierno. Las horas transcurrieron más rápidas, mientras que los silencios fueron cada vez más lentos.

- Entra a casa, hay mucho que quiero contarte (dijo Mario, mientras le extendía la mano a aquella mujer que acababa de entrar a su jardín)

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