Veinte. El inicio de un viaje sin destino. Tickets de ida hacia la nada o hacia el deseo. Un tren de cuerpos sobre los cuales no quieres perdurar por miedo a la rutina.
Veinticinco. Final de la carrera. Buscas un trabajo con el que poder mantenerte, pero no cesa tu curiosidad ni tu inquietud. Sigues saltando de nube en nube, a veces con el peligro de caer por un barranco, y cuando llegas al castillo crees haber encontrado tu princesa, pero no es así. La princesa de tu juego está aún más lejos, y por mucho que corres no la alcanzas.
Treinta. El paso de los años ya se va haciendo notorio. Sigues corriendo, pensando que por fin se acabó tu partida, pero pasas a un nuevo nivel aún más complicado.
Treintaicinco. Ves un cartelito en el camino. "Bar". Te dicen que allí podrás reponerte de tanto esfuerzo en vano, pero vas gastando monedas, y sigue sin haber ningún cambio. Se vuelve un vicio y te quedas estancado allí durante unos años más. Pierdes tus ganas. Te acercas a la chica que hay en la barra con el mismo semblante que tú. Te acercas y te vuelves a quedar estancado, esta vez en un vagón que va avanzando con dificultad hasta llegar a una calle sin salida, y para colmo ella se baja llevándose todas tus monedas, dejándote a ti con la pena entre las manos y vacíos los bolsillos.
Cuarenta. Tu piel ya no es tersa ni tu rostro tan joven. La vida te ha envejecido más de la cuenta, o tal vez tu ignorancia. Ya ninguna pasajera sube al tren donde te hallas para experimentar en tu cuerpo, entonces recuerdas aquella muchacha de tus veintitantos, con gafas y aparatos, pero con una voz tan dulce y un corazón tan grande que te preguntas cómo pudiste dejar a aquella gran mujer por una Barbie cualquiera que te abandonó a los dos días.
De todo se aprende algo, y más, seguramente, de los errores. Tienes un nuevo fan. ;-)