Apoyado en el quicio de la puerta, a punto de prender un cigarro, el exorcista duda si ir más allá y penetrar en los confines del mal.
Los detallados informes que cayeron en sus manos acerca de aquel caso, no le indujeron exactamente al entusiasmo.
Otra batalla trivial, pensó para sí. Pero había que comer, y tenía por costumbre hacerlo todos los días. Antaño pensaba que Dios se ocupaba de los suyos, pero la obscena realidad le revelaba concienzudamente que a quién hay que servir en la tierra es al diablo.
-in nomime patris, et filii et spiritus sancti- avanzo hacia el engendro buscando con la mirada un cenicero.