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Desierto y Cuchillo

Ya era mediodía. El sol brillaba fuerte en el cielo desnudo y azul. El aire bailaba y baila caliente, escapando del suelo y ahogando a los insectos. El hombre llevaba allí, en la arena, desde la mañana.
Había salido temprano, cuando aún era de noche, con su moto preparada. Llevaba comida y bebida para un par de días, y el poblado estaba a unas cuantas horas. Iba vestido como un nómada, envuelto en una túnica parda de pies (aún llevaba una botas hechas en Italia) a cabeza (rapada desde que salió de Europa). Dejo la casa donde había pasado la noche, miro su GPS y se metió en el desierto, como un moderno aventurero salvaje.
Ahora estaba atrapado. En su camino, siempre en línea recta, siempre hacia delante, algo había aparecido en la arena. Una rueda reventada y el saltando de la moto. El cayendo sobre su pierna izquierda, que quedo rota, inservible. El hombre como un muñeco de trapo en la arena. La moto había seguido en línea recta y se había caído por una duna. Ahora estaba a más de 100 metros, ladera abajo. 100 metros de arena hirviente y dolor insufrible. Desde donde había caído, el hombre vio romperse la garrafa donde llevaba el agua, que se levanto evaporada como un fantasma de vapor risueño. El hombre sentía la arena como millones de alfileres que apretaban a través de la túnica. Se sentía tostándose en medio de la sartén oxidada que era el desierto a mediodía.
Y es que ya era mediodía y llevaba un par de horas en la arena. Poco después de caer, perdió la consciencia. Se despertó cuando sintió unas patas que caminaban por su cuello. Tardo en despertarse de todo, y cuando lo hizo, ya no había nada allí. Solo arena, sol, túnica, y algo de muerte.
Intento arrastrarse hacia la moto, pero sabía lo suficiente sobre el desierto como para anticipar una caída duna abajo, que posiblemente acabase con alguna lesión más. Decidió esperar. Además, sin el agua, la comida no le valdría de mucho. Estaba la gente del campamento que había dejado el día anterior, cuando supiesen que no había llegado al poblado, irían a buscarlo. Si eso pasaría. Tenía que aguantar. Además, moverse, podía hacer que la pierna empezase a sangrar, y eso acabaría con él.

El hombre se tapo la cara con la túnica, y espero bajo el manto del aire caliente del sur.
Esperó y esperó, pasó la tarde. El había empezado a delirar, o al menos a tener pensamientos “extraños” Había decidido contar para mantener la mente ocupada. Después del 13547 perdió la cuenta. Dejó de contar números y empezó a contra ovejas. Se sentía en su cama, de pequeño. Contaba ovejas porque sus padres le dijeron que así se dormiría. A él le parecía una tontería contar ovejas, así que empezó a imaginar otras cosas. Desapareció la cama. Aparecieron amigos, pero hablaban en idiomas extraños. Se reían y bebían cervezas en un bar oscuro. Luego apareció su ex mujer. Diciéndole que se había terminado. Luego el mismo, en el espejo, rapándose la cabeza. Y siempre mucho calor, siempre difícil respirar. Siempre el pellizco en la pierna derecha.
Se despertó y las estrellas brillaban en el cielo. Hacia frio. Estuvo un rato pensando en el más allá y la vida después de la muerte. Hasta que se cansó. Luego se durmió otra vez.
Le despertó el sol amaneciendo, inmisericorde. En un rato volvieron el calor y el viento sofocante. Y hoy había moscas. Moscas grandes y negras. Empezó a imaginar que saldrían de la comida, abajo en la moto.
Aparecieron un par de buitres en el cielo. Falsa alarma, pensó, es pronto. Los buitres se marcharon.
A mediodía empezó a comerse los trozos de piel que se desprendían de sus labios resecos.
En algún momento llegó el nómada.
El hombre estaba tapado con la túnica y con los ojos cerrados. Sufriendo la arena y el viento y peleando por respirar. Sintió una sombra, un poco de fresco que cortaba el cuchillo del sol de las tres de la tarde.
Aparto la túnica, y vió: Un hombre muy alto, enorme. Envuelto en una túnica hecha jirones. Negra. Llevaba un camello de las riendas. El camello resoplaba y le caían babas de la boca. El hombre suspiró por las húmedas babas. El camello pateó la arena, inquieto. El hombre del suelo volvió a mirar al nómada. Le veía unos zapatos de cuero, probablemente hechos a mano asomar por debajo de la túnica. Intuía una mano oculta en la sombra de la túnica, y creyó distinguir unos dedos largos y afilados, con sortijas. La cara estaba bañada en sombras, pero se adivinaba un perfil sinuoso y escarpado.
El nómada se agacho y le destapo la cabeza al hombre. Lo hizo con un movimiento rápido y preciso. El hombre sintió unas garras clavándose en su cabeza. Como un águila cazando un conejo. Luego, se volvió a incorporar rápidamente. El hombre estaba cegado por el sol y veía la silueta del nómada cortada en el cielo del mediodía.
Intentó decir algo, pero sus labios estaban secos completamente. Solo consiguió hacerse una herida al intentar despegarlos, algo de sangre le mancho la boca. Luego emitió un ruido, un gemido bajo y agudo – beeiiiiii- durante un momento. Se quedó sin aliento y desistió. Se dejó caer en la arena bocarriba.
El nómada se acercó al camello, y cogió un pellejo inflado, el hombre lo miró, miró el pellejo hincharse y deformarse, y sintió el ronroneo del agua escondida en el oscuro interior. Empezó a salivar, y su mente enfoco el pellejo, solamente el pellejo y al nómada y sus garras como comparsa. El nómada lo destapo y echo un trago. Dejo que le resbalase un poco de agua por la barbilla, y cayese a la túnica, luego salpico al hombre con una mano húmeda. Cayeron cuatro gotas en la frente quemada que se evaporaron al momento. El hombre sintió un escalofrió mental, un autentico orgasmo. Casi se puso a llorar, y miró al nómada. Era como un perro hambriento mirando a un hombre comer panceta.
El nómada volvió a colocar el tapón en el pellejo. Lo agito en el aire, hizo que sonase el glubglub del líquido. Luego lo devolvió al camello. Rebuscó dentro de un morral y saco una manta parda. La extendió en la arena al lado del hombre. Se sentó.
Hablaba su idioma (el del hombre), con un acento de cuento de mil y una noches. Su voz era grave y no le miraba al hablar. Las ssss eran como siseos de serpiente, y de vez en cuando intercalaba palabras en algo que sonaba como... árabe? (el hombre, en su delirio, empezó a fundir la imagen del nómada y al malo de «Aladdin »)

El nómada hablaba despacio, pero el hombre enfermo y herido no era capaz de retener todo el discurso:
-bssszz... Caminar.... zzzz....camellos...cccvvvv....moto abajo en el valle... subir ladera
....
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El hombre intentaba centrarse, ordenar sus ideas. Quería olvidarse del dibujo animado y centrarse en su posibilidad de salvar la vida. Haciendo un esfuerzo sobrehumano alargó el brazo (Que sentía entumecido y casi de piedra) y dio un leve tirón en la túnica del nómada. El nómada giro rápido la cabeza, la inclino, y clavo los ojos (intuidos en la sombra de la capucha) en él. El hombre volvió a intentar abrir los labios. La sangre reseca del anterior intento se resquebrajo y una mueca de dolor le cruzo el rostro. El nómada se rio (como una hiena). Se levanto, y cogió el pellejo de agua, luego se sentó y lo puso sobre sus rodillas. Destapo el pellejo. El sonido (blop) y unas minúsculas gotas de agua, que tal vez fuesen solamente imaginadas, chocaron con la máscara que era la piel del hombre en su cara. Casi lloró de la emoción, y empezó otra vez a intentar decir algo. Y lo consiguió.
-Sss ee d
Al mismo tiempo, empezó a incorporarse hacia el nómada, que con un movimiento rápido lo impidió. Poso su mano en el hombro del hombre e hizo que volviese a acostarse. No fue delicado. El hombre sintió milenios de sol y arena aplastándolo, y afiladas cuchillas clavarse en el hombro. Una vez lo acostó, el nómada abrió su mano, y un instante después devolvió la zarpa a la tarea del odre.
Sacó una taza de acero sin pulir de algún sitio, y lleno un dedo de agua. Luego se levanto y rápido como un lagarto se puso detrás del hombre. Le agarro la cabeza con una mano, con los dedos le abrió la boca. Vertió el agua dentro, en cuatro o cinco veces. Después de cada vez, el hombre tragaba. Con el último vestigio de agua en la taza, el nómada mojo los labios del hombre. Luego volvió a su sitio (pasando antes por el camello, donde cogió el morral) abrió el morral y saco algo que se puso a mordisquear. Dejo que pasaran diez minutos.
El hombre se sentía mucho mejor, limpio por dentro. Consiguió tragar un poco de saliva, que alivio su maltrecha garganta. Empezó a hablar, despacio, muy despacio :
- grrraaacias por ayudarhme, pensé .... que moriría aquí....
Tomo aire, unas cuantas veces
- Podre montar con la pierna así ?
El nómada le miro, escupió algo y dejo lo que estaba comiendo a un lado.
Empezó a hablar despacio, con cuidado para que el hombre le entendiese:
- Ayudarte? Mmm si… podría hacerlo, quizás… si… quizás… Pero bueno, no hablemos de montar en el camello todavía
- Commmmo que quizzzas… (el hombre se aclara, cierra los ojos, los abre, traga la poca saliva que puede reunir) Necesito ayuda... moriré si no me ayudas! (Hablaba la angustia, el instinto de supervivencia y una extraña fuerza primordial que empujaba fuera de él el cansancio, la herida y la falta de agua)
El hombre se incorporo y agarro al nómada del codo, le miro furioso, pero impotente. El nómada agarro su mano y la aparto del codo, luego le volvió a obligar a tumbarse.
- Aun no he dicho que no… pero bueno… si, habría una forma.. si, si, si, hay una forma en que puedo salvarte del desierto.
- ¿Cómo que hay una forma? ¿Qué dices? Por favor, solo quiero salir de aquí.. por favor… ayúdame a subir al camello, dame algo de agua… estamos a solo unas horas del campamento. ¡MORIRE!
- Sí, todos morimos. Al desierto no le importa demasiado, que tú mueras o vivas. Pero… me gusta… tu forma de resistir. La resistencia es lo mejor que puede dar un hombre. Creo que yo propondré un trato para salvarte del desierto… o para que salgas de aquí, por lo menos… si, algo de agua y un viaje en camello a cambio de…
- ¿A cambio? (Su cara llora, pero en sus ojos no hay lagrimas, secas ya por la arena y el sol) Bueno, pon un precio... (Ahora es odio, del más puro y primigenio que puede reunir un hombre. Odio y autocontrol. El hombre quiere golpearlo, quiere abrirle la cabeza y beber su sangre. Recuerda que tiene un cuchillo en la bota derecha. Mira hacia ella, con las venas hinchadas y un olor asesino)
En un instante el nómada huele el odio y la ira que visten al hombre como una armadura y observa. El hombre hace un movimiento hacia la bota, le fallan las fuerzas y cae recostado. Vuele a intentarlo, al límite. A muerte. Llega a la bota y palpa la funda vacía. Gira la cabeza, sin entender nada, hacia el nómada. El nómada está contemplando el cuchillo. Era una buena hoja: larga, fuerte y afilada. Empuñadura de cuerno tallado. El nómada lo sopesaba, lo lanzo al aire y lo cogió por la hoja. Hizo gestos como si lo lanzase.
- Es un cuchillo muy bueno. Es del desierto, verdad? No conteste... ya sé que lo es. De alguna tribu del sur. Sé que ahora sufren, que no tiene agua. Que sus pozos, las venas del desierto, están contaminadas. Que los animales mueren. Deben estar desesperados si te han dado esto.
- ¿Cómo me lo has quitado? Maldito… no, no debo… No no. Me lo dieron por ayudarles. Me lo dio el jefe en persona. Estuve ayudándoles un tiempo y me lo dieron. Es un buen cuchillo.
El nómada se rio. Se rió de forma estruendosa, a borbotones, como un diablo de sangre y arena. Cuando se rió al hombre le entro pánico, volvieron las alucinaciones. Vio como el día se oscurecía, como el nómada se hacía grande, largo y oscuro. Le pareció ver una serpiente enroscada sobre si misma que gritaba al cielo, con la boca abierta y una risa que salía del infierno.

Luego el nómada se calmó. Se calmó y se miró en el cuchillo. Paso un dedo, estrecho y huesudo por el filo. Una gota de sangre negra mojo la hoja. El nómada vio resbalar la sangre hasta la punta, desde donde cayó a la arena.
Luego limpió el cuchillo con la túnica, y lo clavo en la arena, hasta la empuñadura.
- Así se mantendrá caliente.
El hombre estaba aterrorizado, temblaba ante el nómada. No sabía donde estaba, se le estaba yendo la cabeza por momentos.
El nómada se quito la capucha y le miro a los ojos [con unas pupilas amarillas, que el hombre en su pobre delirio vió rasgadas como las de un reptil]
- ¿Quieres vivir?
- ¿Qqqque ssi quierro? (se le desencajaba la cara) sisisi quiero vivir. Pppr ffffa vorr
- Así que quieres vivir.
El nómada cogió el cuchillo de la arena, y la mano derecha del hombre. Luego dijo algo en árabe (o lo que fuese que hablaba) y puso el cuchillo en la mano. Se levantó, rápido, y dio dos pasos atrás:
- Quiero que te cortes la mano izquierda.
El hombre sentía la sangre latiendo cada vez más fuerte en sus oídos. Se llenaba de impotencia por momentos, se agarraba a toda su humanidad para comprender… para saber por que…
Pero no, no había nada más. Solo estaba el desierto, el nómada y el cuchillo. Aún así, suplicó. Le ofreció todo lo que tenía. Pero el nómada solo soltaba una risita. Y finalmente repitió:
- Si quieres camello-agua-comida, quiero tu mano izquierda. El cuchillo la pide, el desierto la pide. Y yo, la pido.
El hombre se sentó como pudo. La adrenalina le había despertado tanto como para poder “analizar” la situación. Pero no llegaba a ningún sitio. Si el nómada se iba, él moría. Pero, ¿Cómo hacer lo que le pedía? Probablemente moriría desangrado. Se lo dijo.
- Nnno pueedo… moriré, ¿Cómo…? Moriré desangrado!
- No te preocupes – decía el nómada mientras sacaba algo de su zurrón- Esto servirá.
Y se acercó a él con una cinta de cuero. Cuando estaba a su alcance, el hombre le atacó con el cuchillo, sudando rabia. Falló, y cayó con la boca abierta sobre la arena. El nómada le incorporó, le sacudió la arena de la cara y le ató la cinta de cuero alrededor del antebrazo izquierdo.
- Así no te desangrarás – Le dijo
Luego sacó un frasquito de cristal tallado y se lo dio a oler. Lo que había dentro le dio energías al hombre, le dilató las pupilas y le dio fuerza a su brazo. En su cabeza solo resonaba la voz del nómada
- MANO MANO MANO MANO…
Y el hombre cogió el cuchillo y acarició la muñeca con el acero, dejando un surco rojo y haciendo que el nómada emitiese un ruido, entre el aullido y la risa. El hombre lloraba de dolor, reducido al más primitivo instinto auto conservador. Y seguía serrando, hasta el hueso y aún más allá. Notaba oleadas de dolor, de nervios rompiéndose y huesos rotos. De su propia humanidad que se resquebrajaba y se dolía. Y ya está, la mano en la arena. El hombre estaba exhausto, pero entre las brumas de sus ojos vio al nómada coger el cuchillo y hundirlo en la arena, de donde salió limpio. Y se fijo en que su hoja, curvada hacia arriba ahora, parecía sonreírle. El hombre miro al nómada, y balbuceó un por favor.
El nómada se guardó el cuchillo, y fue hacia el hombre, que levantó su mano sana hacia él para que le ayudase a ponerse en pie. Pero el nómada pasó a su lado, sonriendo. Se subió al camello, y se fue, riendo alto y agudo.

El hombre cayó de espaldas, solo en el tórrido desierto.
A su lado, su mano.
Y encima de él:
los buitres.
Paalge30 de abril de 2011

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