Un pajarito entro a mi casa, no es que tenga (ó tuvo ¿quién sabe?) un pelaje de colores exóticos ni tampoco un gran tamaño o un canto de coros gregorianos. El pajarito en cuestión definitivamente no es algo especial, he visto unos cuantos, he atrapado unos pocos más. Pero de seguro es el que más me ha impactado.
¿Qué hacia ese pajarito introduciéndose a un lugar desconocido (con seguridad afirmo que nunca había estado acá) a través del místico portal creado por la no muy normal apertura de las inmensas placas de cristal?
De seguro buscaba una aventura, un amor perdido. Pero y si lo que buscaba era solamente felicidad (oh ¡que tarea tan vulgar y tan llana!). Me alegra haber estado donde estaba, pocas veces estoy ahí, de seguro más pajaritos han entrado a mi casa pero no los vi, por lo tanto no existen.
Todo termina, huye o abandona. Con el pajarito fue igual, entro con prudencia pero huyo con desespero, me entristece, te quería conocer, eras (eres) especial. No. Definitivamente no eras nada, el hecho de que te observara desde donde lo hice y desde donde nunca lo hago no es más que un simple capricho ajeno a mí, pero ¿no todas las cosas son así?, son una sucesión de eventos donde segundos son diferencia, de seguro un segundo hubiera hecho una diferencia, no te hubiera visto ó tal vez hubieras entrado a conocerme, pero me dejaste, ¡Felicidad te deseo!
¡Oh! Un pajarito entro en mi casa.
