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Fragmento

Bruno Fáez salió de la oscura y derruida casucha y al sortear el portal, una bocanada de viento helado le golpeó el rostro, dejándole un instante sin respiración. Se llevó una mascarilla al rostro, se alzó el cuello de la chaqueta, metió las manos dentro de los bolsillos y se internó por un oscuro callejón. Una espesa niebla cubría todo y ocultaba a la vista lo que se hallaba a su alrededor. Sus pasos resonaban en los muros de piedra y hojalata y de cuando en cuando, pateaba una lata que el viento llevaba.
En aquel lado de la ciudad, no se veía ser viviente.
- “Han de estar en la proveeduría” - pensó Bruno.
Al doblar la esquina se detuvo ante una enorme máquina que se acercaba haciendo un ruido infernal y parecía aspirar toda la niebla. El aparato siguió su camino y Bruno se quitó la mascarilla.
- ¡Aire puro otra vez! - exclamó llenándose los pulmones - No sé como hacen los terrícolas para soportar esas mascarillas... y todo ese humo -
A su alrededor, todo iba cambiando. Los edificios eran más altos, de extraños materiales sintéticos, con ventanas diminutas en las plantas bajas y domos de cristal en lo alto.
Dos robots de Seguridad Mundial pasaron a su lado y al fin se detuvo ante un edificio amarillento. Sacó de su chaqueta una especie de tarjeta de signos extraños, que introdujo en una ranura. Inmediatamente una enorme puerta se abrió y Bruno entró. Subió varios escalones y llegó hasta un ascensor que lo condujo al piso más alto. Al llegar, se encontró con una habitación espaciosa en medio del domo. El piso estaba cubierto por una alfombra amarilla, las paredes, color plata, lucían por aquí y por allá paneles repletos de botones. Un lecho, cubierto por una imitación de piel de tigre - animal extinto hacía ya más de mil años - dominaba la habitación.
Junto al cristal que servía de pared en el extremo oeste, Armand sonreía mirando el paisaje de hierro y acero que se extendía a sus pies.
- ¡No me acostumbro a este planeta! - exclamó malhumorado Bruno, desprendiéndose de la chaqueta - ¡Todo aquí es extraño y desagradable! -
- Querido amigo - dijo Armand, sonriéndolo como si fuera un niño - Este es un lugar maravilloso -
- No sé que atractivo le encuentras. Siempre creí que el H-306 era un lugar inhóspito... ¡Y lo es! Pero tenía sus cosas bellas... en cambio esto - y lanzó una ojeada casi temerosa a la ciudad.
- Ahí mismo esté el encanto del planeta Tierra. Durante más de dos mil años se creyeron los únicos seres vivientes “inteligentes” - Innsbruck hizo una mueca - Y lucharon contra sí mismos para llegar a lo que es hoy -
- Un armazón de hojalata - le interrumpió Bruno.
- ¡Oh, no menosprecies a nuestros amigos terrestres, Bruno! No se puede negar que son seres muy capaces y apasionados... Además, ¿no somos de modo alguno pertenecientes a la misma especie? - e Innsbruck se observó con cierto orgullo las manos, en una de las cuales relucía su anillo de plata.
Paraseilys17 de junio de 2009

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