El viaje hacia la nada
Qué frío e inhóspito itinerario,
en la flor de la vida del que se fue,
mi amigo, ahora el que escribe, piensa.
Para una ausencia una ausencia tan extensa:
los pasajes insondables y el aire ríspido,
En lo más alto de la vorágine.
A destiempo.
Las alas sesgadas, las plumas quemadas por el sol,
refractarios, tal vez es nuestra paga de la jornada de la vida.
Tendidos en sangre seca que se derrite,
aun sueño por él, tal vez él por mí.
Las escaleras al cielo son para otros, el Olimpo.
Para nosotros sólo valquirias montando caballos alados,
montado por esqueletos de huesos y calaveras con ojos de fuego.
Huyendo, de las hordas de los sentimientos sagrados,
haciendo fuego, fogatas para no morir,
pues no hay refugios para el viento negro.
Y los hombres señalándolos
y sus pueblos agresivos y escupiéndonos al paso.
Las aldeas del camino baldías sin otorgar compasión:
Cuánto dolor asumimos hasta fenecer,
sólo en sueños curándonos las heridas, pobres miserables.
Por eso en vida dormíamos a ratos,
sintiendo los cascos de los caballos galopando por el cielo.
Somos locos sin sentido, pero inmaculados.