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Mi Legado, Como Sería un Holocausto Nuclear. Segunda Parte. Historia de la Primera Bomba





II. HISTORIA DE LA PRIMERA BOMBA
EL PRIMER artefacto nuclear utilizado contra una población humana hizo explosión sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Era una de las tres bombas fabricadas por los Estados Unidos mediante un proyecto científico-militar que durante tres años agrupó a gran parte de los físicos más brillantes de la época. ¿Por qué tantos científicos, incluida una decena de Premios Nobel, brindaron su apoyo a una iniciativa bélica? La respuesta requiere conocer las circunstancias vividas por estos hombres y mujeres de ciencia durante los años anteriores al proyecto.

La llegada del siglo XX había marcado el comienzo de una revolución inesperada para las ciencias físicas. Los primeros indicios de que algo nuevo ocurría eran ciertas observaciones casuales de fenómenos sin explicación aparente. En 1895, el alemán Wilhelm C. Roentgen, en la Universidad de Wurzburgo, había notado que sus tubos de descarga eléctrica emitían rayos invisibles capaces de atravesar la mano de su esposa y dejar la imagen de sus huesos en una placa fotográfica. Como no sabía de qué se trataba, el mismo Roentgen los llamó rayos X. Durante los años siguientes, Henri Becquerel junto con Pierre y Marie Curie, en París, descubrían diferentes tipos de rayos invisibles que eran emitidos espontáneamente por las sales de uranio y otros elementos. A pesar de que no era posible comprender la naturaleza de estos fenómenos a partir de las leyes de la física conocidas hasta entonces, fue tal el interés científico despertado por estos descubrimientos que sus autores merecieron prontamente el Premio Nobel: Roentgen en 1901, y Becquerel junto con el matrimonio Curie en 1903.

Y los descubrimientos continuaban. El inglés J. J. Thompson en 1900 demostró que los átomos, considerados hasta entonces como los bloques fundamentales de toda la materia, estaban compuestos por partículas más elementales aún, los electrones. Primero en Canadá y luego en Inglaterra, el neozelandés Ernest Rutherford realizó una serie de experimentos con los cuales primero logró identificar las radiaciones de Becquerel y los Curie, y luego, utilizándolas para bombardear elementos conocidos, demostró que los átomos tenían en su centro un núcleo masivo. Estas evidencias experimentales sirvieron al danés Niels Bohr para proponer en 1913 el modelo planetario del átomo conocido hoy en día, según el cual los electrones giran en órbitas circulares alrededor del núcleo, de modo parecido al giro de los planetas alrededor del Sol.

A pesar de contener ideas radicalmente opuestas a las de la física aceptada hasta entonces, el "átomo de Bohr" ganó popularidad rápidamente al conocerse nuevos resultados experimentales que lo apoyaban. El modelo de Niels Bohr exigía que ciertas propiedades de los electrones, como su energía o el tamaño de la órbita, estuviesen cuantizadas. Esta noción de discontinuidad era fundamentalmente diferente de los conceptos clásicos. En opinión del matemático H. Poincaré, la nueva física no-continua (cuántica) sería "la revolución mayor y más radical ocurrida en la filosofía natural desde los tiempos de Newton".

En 1905, el físico Albert Einstein había propuesto una teoría de la medición del tiempo y del espacio conocida como relatividad especial que, entre otros resultados, predecía algunos fenómenos peculiares: la masa de los cuerpos aumentaría a medida que éstos se movieran a mayor velocidad, la velocidad de la luz sería la máxima velocidad alcanzable, masa y energía serían equivalentes pudiéndose transformar una en otra. Recién propuesta la teoría, fue simplemente pasada por alto, hasta que alrededor de 1908 comenzó a ser tomada en serio y ya en 1912 Einstein fue propuesto por primera vez como candidato al Premio Nobel. Finalmente, obtuvo este galardón en 1921, pero no por su famosa teoría sino por la explicación del efecto fotoeléctrico.

Estas ideas y nuevas teorías constituían una visión revolucionaria de las ciencias físicas. A Europa acudían físicos de todas partes del mundo a pasar uno o dos años con Niels Bohr en Copenhague, con Rutherford y su grupo en Cambridge, o con Max Born en Gotinga. Eran tiempos llenos de entusiasmo, discusión, polémica, y nuevas ideas. Los laboratorios y universidades europeos recibían una corriente continua de visitantes dispuestos a presentar sus teorías a la consideración del resto de la comunidad científica. Uno de ellos se lamentaba de que era necesario "aprender nuevos métodos teóricos casi cada semana".

Pero estos años de felicidad para aquellos que vivían en el ambiente intelectual y académico europeo pronto llegaron a su fin. A partir de 1932, estudiantes judíos que desde Polonia o Hungría habían llegado a Alemania a estudiar, comenzaron a sentir el odio racial de parte de sus compañeros partidarios de la doctrina nacional-socialista. Entre quienes nunca olvidarían lo que significó la irrupción política en la paz académica de las universidades y laboratorios de Gotinga, Hamburgo y Berlín se contaban los jóvenes físicos Eugene Wigner, Leo Szilard y Edward Teller. Los Premios Nobel J. Stark y P. Lenard declararon que la teoría de la relatividad de Einstein era charlatanería judía y cualquier trabajo que utilizara las ideas de Einstein o de Bohr era peyorativamente calificado como "física judía". En la primavera de 1933, el idílico ambiente académico de Gotinga se transformó en un campo de batalla política como consecuencia de la imposición del "nuevo orden", un mes después del ascenso de Hitler al poder. Desde Berlín llegó la orden de despido para siete profesores de la Facultad de Ciencias, entre los que se contaba el prestigioso físico teórico Max Born. Grupos fanáticos quemaban libros con las ideas de Thomas Mann, Bertolt Brecht, Sigmund Freud y Albert Einstein. Niels Bohr recibía en su Instituto en Copenhague a algunos de los físicos forzados a abandonar Alemania y lo mismo ofrecían las instituciones universitarias inglesas. Pero los refugiados eran muchos y solamente los Estados Unidos contaban con suficientes posiciones académicas para todos. Hasta 1936, fueron más de 1 600 los intelectuales un tercio de ellos científicos expulsados de sus trabajos en los países ocupados por Hitler. Einstein se fue de Berlín al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en 1933, e incluso Niels Bohr debió abandonar su Instituto diez años más tarde y dirigirse, primero a Inglaterra y luego a los Estados Unidos.

En los Estados Unidos existía un gran apoyo institucional y del público en general a las ciencias físicas. Los físicos estadounidenses más brillantes, y que habían tenido la oportunidad de pasar una temporada en Europa, regresaban convencidos de que sólo lograrían progresar en el conocimiento del átomo si el trabajo experimental y el análisis teórico profundo se realizaban al unísono. Las universidades se interesaban en los nuevos descubrimientos y comenzaban a ofrecer puestos académicos y fondos para la investigación en física. Los avances tecnológicos conseguidos por físicos en empresas privadas norteamericanas durante la primera Guerra Mundial habían logrado que la opinión pública reconociera y apreciara los avances técnicos producidos por la ciencia aplicada.

Durante un eclipse solar en 1919 se confirmaron algunas de las predicciones hechas por Albert Einstein y éste se transformó en figura pública de nivel mundial. Los periódicos estadounidenses de la época "discutían" la teoría de la relatividad y a una conferencia sobre este tema, ofrecida durante una visita a los Estados Unidos en 1921, asistieron miles de neoyorquinos. El presidente Harding lo recibió en la Casa Blanca y le confesó no comprender sus teorías, pero sí todo lo que su persona significaba para los votantes judíos... El público se interesaba por la ciencia, y en particular por lo que ocurría en los laboratorios de física nuclear. El físico norteamericano Arthur Holly Compton reunió 2 000 asistentes en el City College de Nueva York para una conferencia científica, y en 1934 Einstein daba charlas en Pittsburgh cobrando 50 dólares por la entrada.

Ernest Lawrence, constructor del primer ciclotrón en Berkeley, California, era la personificación de la física nuclear en los Estados Unidos. Anunciaba públicamente sus planes para construir grandes aceleradores, aparecía en la portada del Time, y su experimento en el que se transformó platino en oro por medio de una reacción nuclear fue noticia de primera página. En 1938, la madre de Lawrence, víctima de un cáncer pélvico inoperable, fue sometida a un tratamiento de radioterapia (irradiación controlada) con equipo creado por el grupo de Lawrence en Berkeley, y logró ser curada. Este hecho, considerado como milagro de la ciencia en esos días, ayudó a afianzar la imagen pública de que la física nuclear era útil, y en general que la investigación en ciencia básica podía resultar beneficiosa para la sociedad. La opinión pública norteamericana de los años 30 agradecía a la ciencia los avances tecnológicos que gozaba en su vida diaria.

Éstas eran las condiciones que los Estados Unidos ofrecieron a los físicos expulsados de las universidades europeas. Los intelectuales judíos, incluidos en los primeros exiliados de la Alemania nazi, encontraban trabajo estable en el mundo académico estadounidense. En 1941, más de 100 físicos extranjeros, entre ellos ocho Premios Nobel, habían conseguido una posición en universidades norteamericanas. La mayoría eran alemanes de ascendencia judía, o cónyuges de una mujer judía. Los refugiados se adaptaban al estilo de vida estadounidense, contaban con un número abundante de alumnos, acceso a laboratorios, respeto público, y fondos para realizar su investigación.

Durante los años de cambios políticos en Europa continuaba la serie de descubrimientos relacionados con las propiedades del núcleo atómico. Enrico Fermi, en Roma, era el líder del trabajo experimental. Su trabajo consistía en el estudio sistemático de los núcleos y lo realizaba bombardeándolos con neutrones, una partícula recién descubierta en 1932. Entre los elementos estudiados estaba el uranio, que parecía romperse en trozos más pequeños al recibir el choque de un neutrón. Nunca antes se había observado tal fisión y Fermi se negó a creerlo. En 1935, los franceses Frédéric Joliot e Irene Curie anunciaron públicamente la posibilidad de que estas fisiones nucleares liberaran una cantidad enorme de energía. Leo Szilard, quien había huido de Alemania y estaba en Inglaterra, fue de los pocos que pensó seriamente en esta posibilidad y se dio cuenta de que si se encontraba un elemento que al fisionarse emitiese al menos dos neutrones extras, sería posible establecer una reacción en cadena que liberaría energía de modo violento y en cantidades mucho mayores que las obtenidas con explosivos químicos. En 1938, los físicos alemanes Hahn y Strassmann, en Alemania, demostraron que al bombardear uranio con neutrones se producían núcleos más pequeños. Su ex colaboradora Lise Meitner, refugiada en Suecia a causa de su origen judío, junto con su sobrino Otto Frish, un alumno de Niels Bohr, comprendieron que lo observado correspondía a la fisión del núcleo de uranio. Publicaron sus resultados en febrero de 1939.

Leo Szilard, recién llegado a los Estados Unidos, diseñó su propio experimento y creyó confirmar que del uranio se emitían neutrones extras. Teniendo este resultado, se preocupó seriamente por la posibilidad de que su descubrimiento fuera conocido también por los físicos alemanes y que Hitler ya hubiese puesto en marcha un plan para producir una bomba. Incluso en la prensa norteamericana se especulaba respecto a tal posibilidad. Szilard intentó proponer al resto de los físicos nucleares la autocensura respecto de los nuevos resultados, pero no contó con gran apoyo. En marzo de 1939, aun después de haber recibido una petición de Szilard en el sentido opuesto, Joliot publicó un artículo anunciando el logro de una reacción en cadena: quería que el triunfo fuese reconocido como francés.

Leo Szilard solamente encontró eco a su creciente preocupación en sus colegas E. Wigner, E. Teller y V. Weisskopf, y juntos decidieron informar al gobierno norteamericano sobre la situación. Dada la popularidad de Albert Einstein, le solicitaron que fuese él quien firmara una carta al presidente F. D. Roosevelt. Esta carta, con fecha 2 de agosto de 1939, informaba de los descubrimientos de Fermi y Szilard, mencionaba la posibilidad de que la construcción de bombas altamente poderosas ya se hubiese iniciado en Alemania (el hijo del subsecretario de Estado alemán, Von Weiszacker, trabajaba en el Instituto Kaiser Wilhelm en Berlín, donde se realizaba investigación con uranio), y solicitaba fondos especiales para acelerar la investigación de estos asuntos en los laboratorios universitarios norteamericanos. Dos meses después, un comité especial nombrado por Roosevelt recibió a Szilard, Wigner y Teller, y accedió a destinar 6 000 dólares a las investigaciones, cantidad que se extrajo del presupuesto del ejército y la armada. Pasaron dos años antes de que un proyecto organizado llegase a existir.

En Alemania, mientras tanto, el gobierno había organizado en dos ocasiones reuniones de físicos nucleares para discutir el posible uso de la energía nuclear. Entre las primeras medidas tomadas estaba la prohibición de exportar el uranio de las minas checoslovacas, país entonces ocupado por Hitler. El "Proyecto Uranio" alemán, destinado a controlar el desarrollo de la investigación nuclear, se centró en el Instituto de Física Kaiser Wilhelm en Berlín, bajo la dirección de W. Heisenberg. Según declaraciones posteriores de éste, su aceptación del cargo se debió a su interés por impedir que un arma nuclear cayera en las manos de un dictador que parecía estar dispuesto a todo. La misión principal de los científicos más involucrados fue desviar la atención del gobierno de la posibilidad de construir una bomba y, en cambio, orientar el trabajo hacia la utilización de la energía nuclear en procesos industriales. Noticias de las acciones del Proyecto se filtraban a los Estados Unidos y fueron malinterpretadas como indicios de un proyecto bélico alemán. El grupo de Heisenberg trató de comunicar a sus colegas ingleses y norteamericanos la realidad, pero debido a desconfianza mutua el mensaje no fue recibido.

En 1942, el primer ministro británico W. Churchill y el presidente norteamericano F. D. Roosevelt acordaron concentrar en el territorio estadounidense los equipos científicos de ambos países que ya trabajaban en la bomba. La dirección general del llamado Proyecto Manhattan recayó en el Comité Militar Político, compuesto por tres militares, los generales Styer, Groves, y el almirante Purnell, y por dos civiles, V. Bush y J. B. Conant. Vannevar Bush, ingeniero electricista, había sido vicepresidente del Massachusetts Institute of Technology, y James B. Conant, químico orgánico, había sido presidente de la Universidad de Harvard. Cerca de 150 000 personas llegaron a participar en el Proyecto, la mayoría de ellas sin saber cuál era su objetivo. No más de una docena de individuos tenía una visión global de la empresa. Los científicos que accedieron a entregarse totalmente a la construcción de un arma nuclear lo hicieron convencidos de la necesidad de contar con tal recurso si es que Hitler también lo obtenía. Muchos opinaban que, una vez logrado un equilibrio entre ambos bandos en guerra, se debería renunciar al uso del artefacto. La existencia de una bomba alemana era una idea siempre presente en sus mentes, hasta el punto de referirse a ella como si fuese una realidad.

Desde su creación en 1942, el Proyecto Manhattan fue dirigido por el general Leslie Richard Groves. Se construyeron tres ciudades para realizar los diferentes trabajos: Oak Ridge en el estado de Tennessee, donde se trabajaba en la separación del uranio para obtener el isótopo fisionable 235; Hanford en el estado de Washington, donde se producía otro isótopo fisionable, el plutonio 239, y Los Álamos en Nuevo México, donde se diseñaban y fabricarían las primeras tres bombas. Muy importante para estos proyectos fue la labor dirigida por Fermi en el Laboratorio Metalúrgico de la Universidad de Chicago, que culminó con la puesta en marcha en diciembre de 1942 del primer reactor nuclear. Inmediatamente después de este logro, el gobierno norteamericano destinó 400 millones de dólares al Proyecto Manhattan. Los costos totales se estiman en unos 3 000 millones de dólares.

El laboratorio de Los Álamos fue construido sobre una colina a 56 km de Santa Fe, la ciudad más cercana. Jefe del laboratorio fue nombrado el físico norteamericano Robert Oppenheimer, quien condujo la empresa de modo admirable, tanto por su capacidad de organización como por su encanto personal. Gracias a esta cualidad, fue capaz de convencer a cientos de físicos nucleares de que formaran parte del Proyecto, como también logró limar las asperezas que surgían continuamente entre los investigadores y el personal militar que supervisaba el laboratorio. La vida de los investigadores en Los Álamos carecía por completo de comodidades y confort y estaba siempre vigilada hasta en sus mínimos detalles. Toda correspondencia y conversación telefónica con el exterior estaba censurada y ni siquiera los parientes más cercanos podían enterarse de qué se trataba el Proyecto. Los científicos más importantes tenían asignado un vigilante personal que los seguía a todas partes.

En el otoño de 1943 se formó un servicio de información especial, con la asesoría científica del físico holandés Samuel Goudsmith, que debía llegar a Europa junto con las primeras tropas aliadas e informarse del estado de la investigación nuclear alemana. Al capitular la ciudad de Estrasburgo el 15 de noviembre de 1944 ante las tropas norteamericanas, Goudsmith se dirigió al Instituto de Física de la Universidad que había dirigido Carl F. von Weiszacker, el físico alemán mencionado por Einstein en su carta a Roosevelt. Von Weiszacker había huido y los físicos que fueron detenidos se negaron a dar ninguna información. Goudsmith encontró entre los documentos del Director elementos suficientes como para convencerse de que el temido plan bélico nuclear alemán no existía. Alemania no contaba con fábricas para separar el uranio ni para producir plutonio, ni siquiera un reactor como el de Fermi en operación. El atraso respecto del desarrollo nuclear en los Estados Unidos era de unos dos años, lo que significaba que Alemania no podría construir la bomba antes del fin de la guerra.

Los informes de Goudsmith se filtraron rápidamente a la comunidad científica que trabajaba en el Proyecto Manhattan y, como era de esperarse, causaron gran preocupación entre los investigadores. La motivación principal para su trabajo había desaparecido. Ya nada justificaba continuar fabricando la bomba. Estados Unidos continuaba en guerra contra el Japón, pero este país jamás podría haber fabricado un arma nuclear. Estos asuntos se discutían acaloradamente tanto en Los Álamos como en el Laboratorio Metalúrgico en Chicago. Comenzó entonces la movilización de científicos en contra del uso de la bomba. Niels Bohr ya se había preocupado por las consecuencias que tendría una decisión unilateral norteamericana sobre el empleo de armas nucleares, y a comienzos de 1944 había enviado un memorándum a Roosevelt y Churchill buscando un acuerdo entre los Estados Unidos, la Gran Bretaña y la Unión Soviética para controlar un posible aprovechamiento de la energía nuclear. En su escrito, Bohr manifestaba su confianza de que "la considerable colaboración entre los científicos de todo el mundo constituiría una ayuda" y que "la relación personal entre los científicos de todas las naciones brindaría excelente oportunidad para inaugurar un contacto provisional y extraoficial". Bohr entregó personalmente el documento a ambos gobernantes, y ninguno de ellos tomó en serio sus sugerencias.

Leo Szilard se dirigió de nuevo a Einstein pidiéndole que firmara una nueva carta dirigida a Roosevelt, para exponerle el cambio en la situación política mundial y previniéndole contra el posible inicio de una carrera armamentista. Roosevelt murió de repente el 12 de abril de 1945 y no llegó a leer la misiva. El nuevo presidente, Harry S. Truman, nunca recibió personalmente a Szilard y así permaneció sin conocer detalles del proyecto del cual no sabía demasiado. En cambio, lo envió con J. Byrnes, quien sería dentro de poco el nuevo ministro de Relaciones Exteriores. Este hombre demostró en la entrevista bastante ignorancia sobre asuntos internacionales, y opinó que sería inútil y contrario a la soberanía nacional el renunciar a un proyecto de millones de dólares en que habían tenido participación más de 150 000 personas.

El ministro de Guerra de Roosevelt, Henry L. Stimson, exigió a Truman que reuniera a algunos expertos del Proyecto Manhattan para recibir información y consejo sobre la utilización de los artefactos nucleares. Los científicos opuestos al Proyecto recibieron con gran optimismo la noticia de la reunión, hasta que se enteraron de la composición del grupo. La comisión estaba constituida por cinco políticos incluido J. Byrnes y por tres científicos que desde 1940 se habían relacionado íntimamente con la investigación dirigida a fines militares. Ellos eran V. Bush, J. B. Conant y Karl T. Compton. Esta comisión tenía anexo un grupo de científicos, el Comité Interino, formado por R. Oppenheimer, E. Fermi, Arthur H. Compton y Ernest Lawrence. Todos los científicos mencionados, excepto Enrico Fermi, eran considerados por el resto de la comunidad como leales a los intereses militares.

El 31 de mayo y el 1 de junio fueron convocados la comisión y el comité para que consideraran "la energía atómica" de manera global en la futura relación del ser humano con su ambiente, y no solamente desde el punto de vista militar. Las sesiones de deliberación del comité contaron con la presencia del general Groves, y su defensa del empleo de la bomba fue fundamental a la hora de redactar las recomendaciones que la comisión hizo al Presidente. Éstas incluían tres puntos principales: la bomba debía ser utilizada lo antes posible contra el Japón; debía emplearse contra un objetivo que fuese tanto un centro militar como de vivienda, y no debía advertirse a nadie sobre la naturaleza del arma.

La formación de estas comisiones había suscitado reuniones de discusión en los laboratorios del Proyecto. Un grupo de siete científicos opuestos al uso de la bomba contra Japón, tres físicos, tres químicos y un biólogo de la Universidad de Chicago, entre los que se contaba Szilard, decidieron enviar un memorándum al Ministerio de Guerra con sus opiniones respecto de las consecuencias políticas y sociales de la energía atómica. El grupo era encabezado por el Premio Nobel J. Franck y el documento, conocido como el Informe Franck, fue enviado el 11 de junio de 1945. Citamos algunos de sus párrafos más sobresalientes:
Nosotros, un pequeño grupo de ciudadanos del Estado, hemos descubierto durante los últimos años, por la fuerza de las circunstancias, un grave peligro para la seguridad de nuestro país y para el futuro de todas las naciones, un peligro del cual nada sospecha todavía el resto de la humanidad.
El desarrollo de la energía nuclear no significa tan sólo un aumento de la fuerza tecnológica y militar de los Estados Unidos, sino que crea también graves problemas políticos y económicos para el porvenir de nuestro país.
Si no se crea un control internacional eficaz sobre los explosivos nucleares es seguro que, una vez que hayamos descubierto por primera vez para el mundo entero nuestra posesión de armas nucleares, las demás naciones empezarán una carrera para la obtención del armamento nuclear.
Creemos que estas reflexiones no hablan en favor de que las bombas nucleares se empleen en un ataque pronto e inesperado contra el Japón. Si los Estados Unidos fueran el primer país que empleara este nuevo medio de destrucción terrible de la humanidad, renunciaría con ello al apoyo del mundo entero, aceleraría la carrera de armamentos y echaría por el suelo las oportunidades para un futuro pacto internacional con el fin de controlar estas mismas armas.
Si el gobierno se decidiera por una demostración próxima de las armas nucleares, tendría la posibilidad de conocer la opinión pública de nuestro país y de otras naciones y de tenerlas en cuenta antes de decidirse a lanzar estas armas sobre el Japón. De esta manera podrían las otras naciones compartir en parte la responsabilidad de una resolución tan decisiva.

El prestigio de los científicos que suscribían el Informe Franck y la fuerza de sus argumentos hicieron que el Ministro de Guerra sometiera el informe recién recibido a la consideración del Comité Interino, el que 15 días antes había emitido sus propias recomendaciones. La reunión tuvo lugar en Los Álamos el 16 de junio y según lo que Oppenheimer cuenta:

Fuimos invitados a dar nuestra opinión sobre si la bomba debía ser empleada o no. Creo que la razón por la cual nos pidieron esta opinión fue que un grupo muy famoso y serio de científicos había presentado una demanda para que no fuera empleada. Y efectivamente, desde cualquier punto de vista, mejor era no hacerlo.[...] Dijimos que en nuestra calidad de científicos no nos considerábamos capaces de responder a la pregunta de si debían o no ser empleadas las bombas; que nuestra opinión estaba dividida tal como lo había estado la de muchos otros previamente informados.[...] También dijimos que creíamos que la explosión de una de las bombas en un desierto, a modo de advertencia, no tenía probabilidades de impresionar demasiado.

La división entre las opiniones de los miembros del comité a que se refiere Oppenheimer es la resistencia que opuso Lawrence al empleo del arma contra Japón. Hay que agregar un hecho más, que probablemente influyó en la decisión final del presidente Truman. El Informe Franck había sido llevado personalmente por éste a Washington, donde se encontraba A. H. Compton, miembro del Comité Interino. El mismo Compton relata que leyó el informe y trató de arreglar una entrevista entre Franck y el ex ministro Stimson, cabeza de la comisión asesora, pero que éste no se encontraba en la ciudad. Entonces, fue Compton quien le transmitió el Informe Franck al ex secretario junto con una nota suya en la que expresaba su propia opinión respecto al informe, en el sentido que "si bien demostraba las dificultades que podría provocar el uso de la bomba, no mencionaba, en cambio, la probable salvación de muchas vidas, ni tampoco que si la bomba dejaba de utilizarse en esa guerra el mundo no tendría la advertencia adecuada de lo que podría ocurrir si estallaba otra". Y así, la petición del grupo de Franck fue rechazada y el plan de bombardear a Japón siguió adelante.

El 16 de julio de 1945 se hizo estallar, en un terreno de pruebas cerca del pueblito de Alamogordo, en Nuevo México, la primera de las tres bombas nucleares existentes entonces. Al ensayo asistieron la mayoría de los investigadores de Los Álamos que durante dos o tres años habían colaborado en el proyecto. La reacción de cada uno de ellos ante lo que observaron fue una mezcla de sentimientos encontrados: entusiasmo y orgullo por haber sido parte de la empresa, pero al mismo tiempo sorpresa y estupor por la magnitud del efecto logrado.

De inmediato, después del ensayo de Alamogordo que trascendió al público como la explosión accidental de un arsenal cerca de Santa Fe, grupos de científicos pertenecientes al Proyecto Manhattan comenzaron a recolectar firmas para solicitar al Presidente que se abstuviera del uso de la bomba contra Japón. Este país se defendía obstinadamente de la superioridad militar estadounidense, y en círculos diplomáticos de los Estados Unidos se tenían indicios de que estaría dispuesto a capitular de modo honroso. La petición de los investigadores a la Casa Blanca proponía que, además de brindarle al Japón la oportunidad de capitular, se tomaran a la brevedad medidas de control internacional sobre este nuevo tipo de armas. La circulación del documento fue prohibida por las autoridades militares y Szilard lo envió a Truman con sólo 67 firmas de científicos. La suerte que corrió la petición fue similar a la de documentos anteriores: terminó en las manos del Comité Interino que se mantuvo fiel a sus recomendaciones anteriores. El argumento de mayor peso en favor del uso de la bomba fue la salvación de muchas vidas humanas, que se lograría de inmediato con el fin de la guerra.

Irónicamente, esto se consiguió a costa de la muerte de cientos de miles de japoneses, los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. (Las cifras de víctimas en estas ciudades varían según la fuente informativa: entre 100 000 y 210 000 muertes inmediatas más unos 100 000 o 150 000 heridos graves, muchos de los cuales probablemente no sobrevivieron.)

El 6 de agosto, un avión bombardero B 29 norteamericano dejó caer sobre el centro de la ciudad de Hiroshima la primera bomba de uranio y tres días después, sobre Nagasaki, el último de los tres artefactos construidos por el Proyecto. El anuncio presidencial posterior al bombardeo de Hiroshima decía: "La bomba tuvo más poder que 20 000 toneladas de dinamita... Es el control de los poderes básicos del universo". En palabras del papa Pablo VI, 20 años después, fue "una carnicería de indecible magnitud". El 15 de agosto se conoció la noticia de la rendición incondicional del Japón.

Para un grupo numeroso de investigadores del Proyecto, la destrucción, dolor y muerte ocurridos en las ciudades japonesas fueron la evidencia dolorosa de un hecho hasta entonces desconocido: después de Hiroshima y Nagasaki el científico ya no podría desconocer su responsabilidad en el uso que la humanidad haga de sus descubrimientos. Muchos de los participantes en el Proyecto se retiraron de él terminada la guerra, y regresaron a las universidades a continuar con sus proyectos de investigación básica. Otros prosiguieron desarrollando conocimientos y técnicas dirigidas a la guerra, en parte atraídos por los millonarios presupuestos militares, que no se limitan a los laboratorios directamente dependientes de la Defensa, sino que también inundan las universidades y laboratorios privados. Tanto unos como otros estuvieron de acuerdo en la necesidad urgente de un sistema internacional de control de la energía nuclear que incluyera de modo particular a la Unión Soviética. Resultados positivos en esta línea sólo se lograron algunos años más tarde, una vez que la Unión Soviética contó con sus propias armas nucleares.
Polaris01 de septiembre de 2019

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6 Comentarios

  • Polaris

    La Mujer y el niño trece días más tarde corrieron la misma suerte que el animal de la foto de al lado. La leche materna se contamino por la radio actividad y el ese ser fue una de las 140. 000 victimas que a las pocas semanas fueron tiradas en una fosa común sin un mero recuerdo de que pasaron por esta vida y de que existieron. Los 54.000 soldados Estadounidenses que murieron en la guerra del Vietnam tienen un monumento hecho por una arquitecto Vietnamita en la capital del estado Washington con su nombre y apellidos puestos en una pared de mármol negro. Los casi 500.000 muertos ocasionados por las dos bombas atómicas son anónimos, cada 6 y 9 de Agosto se hacen actos de recuerdo por ellos, pero fueron tantos que todavía hoy en día no hay un censo oficial con sus nombres y apellidos, son sólo hijos de la muerte, algunos se volatilizaron y como una película antigua de carrete quedo sólo su sombra, su negativo, en Hirosima hay cientos de sombras por todas partes de aquellos que desaparecieron, peor que su sobra quedo impregnada en parees y muros, en asientos o simplemente estaban de pie, son un símbolo, de nosotros depende que no se olviden.

    01/09/19 02:09

  • Polaris

    01/09/19 02:09

  • Polaris

    01/09/19 02:09

  • Polaris

    01/09/19 02:09

  • Mayoazul

    Eres una fuente de saber, pero aparte de todo lo que cuentas con una exactitud alucinante, me quedo con tu sentido de justicia.
    ¨Hijos de la muerte" eso me ha impactado junto a lo de las sombras.
    Siempre te he visto comprometido con la sociedad, tu historia en esta página te abala, nunca en mi vida he visto a una persona estar tan dentro del mundo y conocerlo tanto como tú. A veces pienso que Polaris ha venido a este mundo como si fuera un notario para copiar las cosa buenas y malas que los demás hemos hecho o hacemos.
    He leído tu primer capitulo y ahora el segundo, son extensos, creo que nos hemos vuelto demasiado superficiales para leer textos tan extensos y profundos, yo he querido dejar mi gota de arena para decirte que hay todavía personas que tenemos ganas de saber y aprender de aquellos que sois una fuente de saber y que aun tenemos la capacidad de conmovernos con dichas enseñanzas.
    Alabo tu enorme esfuerzo y trabajo, pero aún valoro más tu compromiso con la vida, a veces en tus poemas o en textos como este observo que es como si llevaras toda la carga malvada de este mundo a cuestas. Pienso que somos afortunados por tener a alguien como tú en este lugar y que nos descubra los crucigramas encriptados de este mundo. Eres como un gran barítono, llegas a todos los registros y a todas las notas. Te felicito Pol no por lo que sabes, sino por lo que eres.

    01/09/19 10:09

  • Eliakazan

    Joder si querías llamar la atención lo has conseguido, la mirada de esa mujer no se me va olvidar nunca, mierda de mundo armas sólo armas, destrucción y muerte, no me he leído el texto, pero si tus aclaraciones, hablas de muertos como si fueran objetos, pero que asquerosos somos los humanos. Sal ahí y pelea contra todos esos cerdos tú que sabes, tienes un coco privilegiado, yo paso de la política pero a tí si que te seguiría, tío, me pareces alguien integro, alguien que se toma la molestia de mostrar esto y protestar contra los gerifantes merece mi respeto. Lo tienes.

    02/09/19 11:09

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