Manuel no terminó de aprenderse el poema que recitaría en la parroquia. Lo repetía sin cesar en cualquier parte, pero no lograba aprendérselo. Cuando llegó el día de su primera comunión se olvidó de todo. Lloró amargamente sobre su almohada y su madre trató de consolarle. Llegó la hora y su traje blanco no le gustaba. Tampoco sabía a dónde iba y por qué. Su madre le decía que Dios vendría a verle. Pero su miedo era mayor: ni Dios ni poema, y encima los pantalones no eran vaqueros.